La Ley de Planeación, publicada el 5 de enero de 1983, abrogó la Ley Sobre Planeación General de la República (1930), de modo que si bien la planeación no estaba considerada en la Constitución hasta 1983, hubo planes de desarrollo desde la época del malhadado presidente Pascual Ortiz Rubio, que en 1929 fue designado por Plutarco Elías Calles, como el primer candidato del Partido Nacional Revolucionario (PNR, abuelo del PRI) a la presidencia de la República.
Al infortunado Ortiz Rubio, que asumió el cargo, el 5 de febrero de 1930, le dispararon seis tiros, lesionándolo levemente en el maxilar derecho, lo que lo ausentó de la presidencia durante más de dos meses. El atentado se dio luego de ¨vencer¨ (con 94% del voto) a José Vasconcelos (le reconocieron sólo 5%), más bien, ser elegido por Plutarco Elías Calles, durante el periodo de “El Maximato”, quien en realidad elaboró la Ley Sobre Planeación General de la República, aprobada el 13 de enero de 1930 (antes de que tomara posesión Ortiz Rubio).
La Ley preparada por Calles, que en realidad gobernó desde 1928 a 1935 (hasta que Cárdenas lo expulsó del país en 1936) fue una respuesta del Estado mexicano a la crisis económica desatada en 1929, que irrumpió sorpresivamente en la economía mundial. Aunque el plan no ayudó mucho a salir del problema económico nacional y el 2 de septiembre de 1932, con su poder menguado y ante el riesgo de un golpe de estado, Ortiz Rubio presentó su renuncia y partió exiliado a Estados Unidos. En 1935 regresó a México nombrado director de Petromex por el presidente Lázaro Cárdenas.
Desde el Primer Plan Sexenal (1934-40) de Lázaro Cárdenas (que todavía elaboró Calles), cada Presidente mexicano inicia su sexenio al declarar basado en un enfoque programático del cambio lo que piensa hacer mediante programas y, desde López Portillo, en planes de desarrollo, como su fracasado Plan Global de Desarrollo (que elaboró Miguel De La Madrid).
Pese a lo cual, el mismo de la Madrid, su sucesor, incorporó en 1983 la Ley de Planeación, a la Constitución (como respuesta a la crisis de 1982 que habían provocado las falsas expectativas sobre el petróleo con el Plan Global de Desarrollo y que la realidad internacional nuevamente desquició).
Desde 1983 el país ha tenido que pasar por una sobrecarga de políticas programáticas, con la intención de llegar (simular) un amplio consenso programático que evite confrontaciones de mayor carácter ideológico. Sin embargo, una y otra vez, la cruda realidad intempestivamente se ha interpuesto en los planes del Ogro Programático.
Ante los hechos de 2019, el desgastado ogro estatal agrega a su negro historial del heredado fracaso petrolero ¨neoliberal¨ su propia impronta personal que da curso a un ogro litigante que hasta ahora ha resultado improductivo, en medio de una democracia mediáticamente más escandalosa y la misma economía dominada por los mismos elementos del periodo de 1983 al 2019: es decir los últimos 36 años, que representan una fase en sí, un lapso bien identificado, con características propias que lo diferencian claramente. Este periodo se designó como “neoliberal” hasta 2018 y en él, México se alejó de Latinoamérica y se transformó en un aliado de Estados Unidos.
Muchos incluyen el primer año de la actual presidencia de López Obrador, ya que no hay cambios sustanciales entre el periodo neoliberal y el anunciado posneoliberalismo igualmente militarizado en contra del crimen organizado, en medio de una economía de igual bajo crecimiento o más mal, estancamiento, y de una ¨transparente¨ democracia indudablemente electoral y mediáticamente escandalosa (que tiene sus virtudes, pero también sus complicaciones).
Algunos opinan que en México no hay una ¨izquierda¨ en el poder (ni ha habido nunca) sino un movimiento pragmático en el cual predomina a veces algunos programas remedos del obsoleto ¨socialismo¨, o más bien bien un intento de revivir el ¨nacionalismo revolucionario¨ a lo Cárdenas o como el de ahora con todo lo anterior mezclado a tintes de un social cristianismo, queriendo influir en el poder (de corte evangélico o católico tradicional).
La distancia entre ideología y la práctica política se hace cada vez más evidente, pues pocos partidos o corrientes dedican tiempo suficiente a la formación de sus bases, que se siguen rigiendo por la personal y pragmática lucha por el poder, olvidando planes, ideales y valores éticos.
En fin, el viejo simulador ogro programático todavía está ahí, en el papel, detrás de los escritorios burocráticos, como un cambiante camaleón de dos cabezas, con su hermano gemelo siamés, el ogro pragmático. Corren el riesgo tarde o temprano, de tropezarse con la fluctuante realidad nacional e internacional que no respeta planes ni programas.
Diciembre 2019