El diecinueve de noviembre del año próximo pasado, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, reveló ante los medios de comunicación que el primer fraude que se cometió en nuestro país fue de Hernán Cortés, además, atribuyó a los soldados españoles los primeros casos de corrupción.
“Apenas desembarcó en Veracruz el conquistador Hernán Cortés, dijo, sin ningún fundamento legal, se autonombró alcalde. Fue el primer fraude”, esto, durante la presentación del libro “Hacia una economía moral”. Basando su comentario en las crónicas del conquistador Bernal Díaz del Castillo. López refirió que una tercera parte del tesoro del emperador mexica Moctezuma II desapareció en manos de capitanes españoles.
Queda la duda de cuál es la base en la que se apoya López Obrador para presumir un fraude que como característica primordial es la intervención ilícita del proceso electoral con el propósito de impedir, anular o modificar los resultados, pero, en realidad, lo acontecido en aquél lejano año de 1519 es lo de menos, la culpa es de Cortés, punto.
Por consiguiente, la culpa de los males que aquejan a México a partir de la conquista pueden ser de Cortés, qué más da, y si no existe la forma de demostrarlo, tampoco es relevante, a las palabras del mandatario no puede haber réplica que valga una contradicción de lo que dice.
Pero desde luego que Hernán Cortés, mortal por naturaleza inevitable, puede ser el inicio de las calamidades que desee atribuirle el mandatario, y como en todo, el mal se hereda y continúa así, pasando por tres grandes transformaciones del país, hasta la llegada de la que se empeña en llamar, la Cuarta Transformación.
Pasando la culpa de fraudes, moches y principalmente, de corruptos que han ostentado el poder y se han repartido a manos llenas la riqueza de la nación azteca, hasta su llegada, que más que presumir una realidad en cuanto a la muerte de la corrupción, es el sueño de un personaje que se ve asimismo como una especie de divinidad.
Aunque todo a su alrededor haga presumir lo contrario, porque el gabinete y demás personal del que se hace acompañar atrae los reflectores con sospechas de corrupción, que aunque documentadas, siempre se encuentra la salida fácil, la que otorga el perdón desde el poder, así, igualito que los gobiernos anteriores.
Y aunque parecía que México avanzaba en el difícil camino de la democracia, el cuál ha costado dolor y sangre, podría presumirse que aunque imperfecta, los ciudadanos contaban con instituciones que arrancaron al gobierno en el poder para garantizar la libre expresión de su voluntad a través del voto.
Fue así como esas instituciones imperfectas permitieron a López conseguir lo que tanto deseaba, ser presidente de la República, no obstante de ser calificado de populista, un peligro para el país, violento, arrogante, prepotente, entre muchos otros, agregando la preocupación de pretender iniciar una dictadura, sin embargo, logró convencer a 30 millones de mexicanos que con esperanza en el corazón votaron a su favor.
¿Cuál fue la fórmula que le permitió llegar al poder? Entre otras, la de generar una profunda división entre los mexicanos, que parece irreconciliable, y ¿cómo lo logró? Tomó a un enemigo para hacerlo común con el pueblo, y enarbolar una lucha contra ese enemigo. Reiteradamente ese enemigo fue el expresidente Carlos Salinas de Gortari, pasando por Fox, Calderón y ahora puede ser incluso hasta Hernán Cortés, ¿porqué no?, el que sea, aunque casualmente su antecesor Enrique Peña no es tocado ni con el pétalo de una rosa.
Ahora bien, las condiciones preocupantes de los principales problemas de México, como el nulo crecimiento económico, la escasa inversión, la inseguridad, la calidad del aire, el sargazo, las pipas de Pemex, el huachicoleo, la tragedia de Tlahuelilpan, las masacres, el fin de la Policía Federal, etcétera, siempre tienen un culpable, puede ser Cortés desde luego, o cualquier otro, pero jamás, jamás, López Obrador.
El gobierno lopezobradorista ha estado plagado de mentiras y promesas sin cumplir, y ahora se culpa a los gobernadores por nuevos impuestos, cuando fueron los recortes discrecionales que orillaron a los mandatarios a buscar la forma de compensar esos recortes en pos de la austeridad, bueno, en realidad no a todos, porque hay los consentidos como Claudia Sheinbaum.
A estas alturas y comprobándose el presidente que puede hacer, decir y desdecirse cuando quiera sin consecuencias en su popularidad, como lo demuestra el 72% de aprobación, ha llegado al descaro de aceptar que la decisión de cancelar la obra del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que se construía en Texcoco fue de él, no importándole un cacahuate que con ello se confirme tácitamente que la famosa consulta al respecto, fue pura simulación.
Así, sin consecuencia alguna para AMLO, porque sigue gozando de un gran apoyo del pueblo bueno y sabio, no hay reclamos, y cuando los hay, las granjas de bots se lanzan a la lucha sin tregua para defenderlo, aunque las consecuencias de sus malas decisiones sean para la nación entera.
Al presidente se le pueden poner adornos, presumir que es un gran comunicador, inteligente, estadista, como lo quieren pintar sus seguidores, cegados por lo que dice y hace su líder, pero, nunca sustituirán, por más esfuerzo que hagan, la realidad de su limitado alcance.
Pues bien, lo que ha mantenido aún con esperanzas económicas al país es el resultado de lo hecho por administraciones anteriores que tanto desprecia López Obrador, quien se limita en festejar lo que no tiene bajo su control, como la inflación, la cotización del dólar, las remesas, ya que todo en lo que interviene su voluntad está de cabeza, pero, la culpa no será de él, la culpa será de cualquier otro y quizá, de Cortés.