“Si el gobernante tiene modestia y dominio de sí mismo, no será su pueblo irreverente. Si el gobernante ama la justicia y el deber, su pueblo no osará faltar a la ley. Si el gobernante ama la sinceridad y buena fe, el pueblo no será tardío en corresponder. Teniendo tales cualidades, el pueblo correrá hacia él de todas partes, con sus niños atados a la espalda”. Confucio.
Este texto no tendría la mayor de las importancias, si no fuera porque es sacado de un libro llamado Analectas, o sea predicaciones de Confucio, de Pedro Guirao. Hablamos de un precursor de la Administración pública, pero también de la política de: China. País que está en este momento convulsionado por el Crown Virus. Señalado. Con un problemón indecible.
Confucio vivió hace 550 años. Fue reformador de las costumbres, tanto públicas como privadas y a diferencia de otros reformadores, nunca se atribuyó carácter divino.
Fue un estadista del que deberíamos de aprender hoy en día. Se propuso reformar las costumbres públicas a base de reformar las costumbres privadas. A diferencia de los políticos de todos los tiempos, no quiso engañar a su pueblo prometiéndole una era de prosperidad con la instauración de un nuevo programa de gobierno, sino que reducía todo programa de bienestar colectivo a un previo mejoramiento individual. De allí que Confucio haya aparecido como un reformador religioso y como un moralista, cuando en realidad, como decía, es ante todo el expositor de un programa político.
Imagínese usted a China hace 3500 años. Al borde de la ruina. Con solo quince millones de habitantes. País feudal dividido en varios Estados, y al frente, un señor perteneciente a la nobleza, que recibía investidura de Rey. Señores feudales a quienes se les pagaban tributos y se les ayudaba con su ejército. Tenían tal poderío que se habían emancipado de la tutela de la Corona. Así que el Rey era menos poderoso que muchos de estos señores, vasallos suyos.
Antes de que China llegara a este período de anarquía, se había dado un período de formidable desarrollo intelectual, pero la anarquía feudal que duró cinco siglos, había arruinado a la nación y a había sumido en incultura. La China del tiempo de Confucio atravesaba el período que atravesó Europa en la Edad Media, pero sin moralidad, sin cultura ni ideales. Entonces, China se hundía en una decadencia.
Confucio se sintió patriota y emprendió la labor de salvar a su patria. Lo hizo. Aún de familia humilde, sin padre, al que perdió a los tres años, vivió en un ambiente de estreche rozando con la miseria y trabajó como artesano. Tuvo más de tres mil discípulos. Ni siquiera el famoso filósofo Lao Tse formó un buen concepto de su capacidad. Predicó a partir de que tenía 30 años.
Hoy, con todo y Crown virus y un espectacular desprestigio de “quien sabe quién”, China es uno de los países más importantes de nuestro mundo. Y tendrá de alguna forma que parar este triste momento en el que la humanidad está viendo vidas perdidas. Tienen años de ventaja sobre nosotros. Así será.