Morir viviendo…

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Publicado en Opinión

Morir viviendo…

Jueves, 03 Diciembre 2020 00:08 Escrito por 
Paloma Cuevas R. Paloma Cuevas R. La Abadía de Eloísa

Llegamos a la vida en un momento de rompimiento, de indefensión total, de vulnerabilidad incuestionable.

Llegamos a la vida, siendo deseados, - o no -, siendo queridos – o no -, siendo el sueño de una familia – o no -, y en muchas ocasiones este preámbulo nos marca de maneras infinitas. El contexto y las formas en que un ser humano se desarrolle dependerán a partir de ese momento del trato que reciba, del cariño que lo cobije, de sus experiencias de vida. Será a partir de ese momento que todo irá tomando forma.

La primera batalla que el ser humano enfrenta es justamente su lucha por vivir, romper con el espacio y el tiempo perfectos, el momento de renunciar al interior de un vientre que lo cobija, con room service en el momento que le da la gana – ¡bendito sea el cordón umbilical! – A una temperatura perfecta, con la alegría que supone – o no – su llegada a una familia que se supone le espera.

La batalla por nacer es un dolor infinito, una pelvis que aprieta y sin embargo en condiciones ideales ese ser ha de nacer sí o sí, abriéndose paso ante el dolor y los gritos de aquella que muere por conocerle – o no – y generando su primera experiencia sexual, con todas las hormonas producidas por su madre, adrenalina, oxitocina y no sé cuanta cosa más – confieso amados lectores que no soy médico, pero eso ya lo sabían -, el dolor y la anestesia, la felicidad y generación de un primer vínculo, si el caso no es ideal y el nuevo ser ha de nacer a través de cesárea, el dolor -adrenalina y la ternura – oxitocina se generan de cualquier modo, aquí lo vital, valga la redundancia es nacer.

Luego dos certezas: la marca indeleble – si se cree en ello – del pecado original, que nos lleva a saber que somos imperfectos, a pesar de las 25 teorías de coaching que nos invitan a creer que somos únicos, irrepetibles y cuasi perfectos, hechos a la imagen y semejanza de un ser divino, y la segunda, nuestra mortalidad. A pesar de tanta perfección un día cualquiera, hemos de fenecer y dejar al mundo.

El desconocimiento del momento exacto de nuestra extinción debiera mantenernos alertas, sin embargo, venimos con una deliciosa dosis de soberbia que nos hace creer en muchas ocasiones que tenemos compradita la vida, y vamos por ahí cometiendo errores, raspándonos las rodillas, negando amores, confesando estupideces, negándonos a vivir en realidad, engañándonos, mintiéndonos, jugando a ser “los chingones” del cuento.

Nunca como hoy la muerte ha estado tan presente, tan temida, tan real, tan de cerquita. Nuestra generación, la del fast track, la del rapidito, la del todo México es territorio e-t-c-, jamás se había sentido tan vulnerable.  Desde que Darth Vader le confesó a Luke que era su padre, desde que el Rey León dejó solito a Simba, desde que Boo se despidió de Sully, no habíamos comprendido el dolor en su totalidad, sin embargo, desde enero la amenaza entró a nuestras vidas, primero como noticia de los medios de comunicación, aún tan lejana y ahora acompañándonos en todo momento.

Hemos aprendido el dolor de dejar ir a gente a la distancia, poco a poco el cerco se ha ido cerrando, hemos aprendido a dejar ir sin un abrazo que medie el derrumbamiento del alma a conocidos, poco a poco a amigos y a familiares. Nos llega la noticia y pareciera sentencia de muerte: “fulanito, tiene C…”  y entonces recordamos la colección de momentos con fulanito, los positivos, los negativos y de repente la noticia temida.

Hoy sé que no hay gracia alguna en llorar por aquellos que se convierten en ausencia, sin saber que nos dejan aquí rotos, fragmentados, escindidos. No hay gracia en escribir que se ha ido alguien a quien hemos querido y más aún amado de muchas y diversas formas. No hay gracia en despedirse. No hay gracia en callar. No hay gracia en negarlo todo.

Si acaso, la opción en tiempos en los que el temor camina paso a paso con nosotros disfrazado de cinismo, carcajadas o negación se encuentre en la conciencia de saber que hemos vivido. Vivir hasta la última gota, irnos si nos toca sin arrepentimientos.

Dedicado a mi amigo Jesús Ruiz Morán, en paz descanse.

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Paloma Cuevas

La abadía de Eloísa