Cada uno tiene su propia historia. Por separado vamos contando y recordando en dónde estábamos exactamente hace un año. A través de las noticias y las redes sociales seguíamos los acontecimientos en el mundo: España, Italia, China, Ecuador, eran ejemplos de una pandemia que solo conocíamos en las películas.
De pronto: México se detuvo. No fue sencillo. Esto sucedió entre contrariedades que nos llevaban a mantener las calles abarrotadas en torno a los comercios, la asistencia a conciertos que vibraban en todo su esplendor, las fiestas que nos permitían abrazarnos, bailar, cantar y disfrutar a plenitud a nuestros prójimos. Fue así como durante el puente del 21 de marzo la especulación creció. Se suspendieron las clases, se decretó trabajo desde casa. Le llamamos confinamiento, cuarentena, resguardo, la famosa Jornada Nacional de Sana Distancia decretada oficialmente a partir del 23 de marzo de 2020.
Lo que siguió fue una muestra de la disparidad nacional. Un ensanchamiento de las desigualdades. Historias diametralmente opuestas. Posicionamientos encontrados. La polarización social. El “quédate en casa” se convirtió en un arma de descalificación o sentencia de irresponsabilidad. Las personas debían seguir trabajando y los comercios esenciales funcionando. La diatriba era sencilla: - o trabajo para “vivir” o “muero” por trabajar.
Por su parte, las autoridades en todo el mundo enfrentaban la dicotomía sobre priorizar la salud o mantener a flote la economía. La respuesta general fue clara: no hay economía sin salud. Incluso desde el ámbito teórico, el contrato social obligaba al Estado-Nación a sostener su principio rector de garantizar la vida de sus ciudadanos. De aquí que una sola vida perdida por negligencia política se convertía en una tragedia.
Han pasado tantos días y tantos meses que a veces las cuentas se pierden. Hemos perdido tantas vidas que a veces las lágrimas no salen. Hemos padecido la enfermedad de los nuestros, de propios, de ajenos que a veces perdemos la perspectiva sobre el vilo del que pende nuestra propia vida. Esta pandemia se ha llevado familias enteras, planes, proyectos e ideas que no pudieron germinar. No obstante, aquí seguimos estoicos y firmes para vencer la circunstancia.
La frase más usada durante esta cotidianidad es la que mantiene nuestra esperanza de un mañana: “ahora que esto pase…”. La nueva normalidad pasó de ser un plan gubernamental para mantenernos vivos, a una nueva realidad que nos ha obligado a salir de nuestras casas y readaptarnos al entorno. La pandemia nos empuja a pensar diferente, a dejar de ver la realidad como una crisis pasajera y, por el contrario, forjar en nuestro entorno hábitos positivos que nos lleven a ser mejores seres humanos.
Hoy la esperanza toca a nuestra puerta. Esa sensación indescriptible de ver a personas mayores irse vacunando poco a poco. Durante los meses recientes, hemos sido testigos de como a nuestros abuelos y a nuestros padres les aplican una dosis de vida. Pronto llegará el refuerzo y podremos respirar tranquilos.
¿Cuánto tardarán en aplicar la vacuna a todo México? Y ¿cómo atenderán a toda la población? Estas pueden parecer preguntas capciosas. La realidad es que hoy, más allá de lo politizable o no que pueda ser el proceso, las vacunas están llegando a México. Los tres órdenes de gobierno están fluyendo para salvaguardar la vida de adultos mayores en una primera etapa. Personalmente he sido testigo de la entrega y pasión que los voluntarios imprimen durante sus tareas de apoyo en las jornadas de vacunación. Esto como si se tratara de un acto patriótico; porque en realidad lo es: los mexicanos estamos salvando a los mexicanos.
Con la llegada de las vacunas la esperanza de vida es una constante, pero hasta no tenerla seguimos en modo supervivencia. Sin embargo, la existencia de las vacunas también nos ha llevado a asumir una posición de irracional confianza. Justo en este momento no bajemos la guardia, reforcemos las medidas de distanciamiento, es tiempo de seguirnos cuidando, de quedarnos en casa si la posibilidad nos lo permite. Solo así y, quizá de forma muy probable, esto finalmente pronto pase.
Cada uno tenemos una historia de supervivencia: económica, laboral, física, emocional. Hasta el momento somos sobrevivientes de una pandemia. Nuestra nueva meta es la supervivencia basada en la esperanza incierta de llegar a viejos y, para ello, aún quedan muchos obstáculos más que vencer. De aquí que cada vez hace más sentido el mensaje del sociólogo estadounidense, Jeremy Rifkin:
“Debemos asumir que estamos en una nueva era. Si no lo hacemos, habrá más pandemias y desastres naturales. Estamos ante la amenaza de una extinción. Lo primero que debemos hacer es tener una relación distinta con el planeta. Cada comunidad debe responsabilizarse de cómo establecer esa relación en su ámbito más cercano. Necesitamos una nueva visión, una visión distinta del futuro, y los líderes en los principales países no tienen esa visión. Son las nuevas generaciones las que pueden realmente actuar”.