La muerte es algo que no podemos remediar. La dama de negro nos visita aunque no queramos y dice el dicho que es lo único seguro que sabemos, que va a suceder.
Los periodistas juegan a la ruleta rusa cuando manifiestan su opinión, al decir lo que saben, al exponer un caso o al simplemente ganarse la vida se exponen.
Los asesinatos de periodistas es una constante en este país, así que el deceso de Enrique García aumentó la estadística. A partir de la aparición de su cuerpo, se hizo tendencia en todas las redes #JusticiaparaKikeGarcía. Al paso de los días la Fiscalía General de Justicia del Estado de México informó que el móvil del asesinato fue posiblemente un robo, pero ¿quién lo sabe?
Enrique García era originario de Cuernavaca, Morelos, era egresado de la segunda generación de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex).
Se desempeñaba como reportero del Sol de Toluca y trabajó en áreas de comunicación de Tenango y el Edoméx; pero sobre todas las cosas, tenía una familia, la cual se quedó sin un gran padre y un gran ser humano.
¿Qué es más lamentable? ¿Que la inseguridad nos lo haya quitado o que la delincuencia organizada pueda decidir quién vive o quién muere en este país?
Con la muerte de Enrique García se suman ya cuatro muertes de periodistas en lo que va del año. Los otros tres son Gustavo Sánchez Cabrera en Oaxaca, Benjamín Morales Hernández, en Sonora y Saúl Tijerina, en Coahuila.
Según la organización Artículo 19 cada 76 horas se registra una agresión contra la prensa. Los estados con más agresiones son: Ciudad de México, Puebla, Oaxaca, Veracruz y Quintana Roo. Entre las agresiones están: la amenaza, la intimidación, bloqueo, ataque físico, privación de la libertad, ataque a bienes materiales, remoción de contenido, documentación falsa, allanamiento, asesinato, desplazamiento forzado, vigilancia ilegal de comunicaciones y desaparición.
El incremento de agresiones durante la pandemia ha sido exponencial, ya que muchos gobernantes no aceptan las críticas de su trabajo frente al COVID-19, además que son poco tolerantes a cualquier aspecto que se exponga de su vida.
A esto se añade la falta de libertad de expresión sobre cualquier tema y la poca seguridad que tiene los periodistas ante cualquier ataque.
Por ello, es urgente que se haga justicia, que se esclarezcan los hechos sobre las muertes de los trabajadores de la comunicación, pero también que el crimen deje de tenernos de rehén.
Parece que la vida de un periodista en este país no vale nada.
Noemí Muñoz Cantú
Directora de la Revista Ganando Espacios
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