“Quienes se ocupan de las operaciones políticas buscan tener la iniciativa de las palabras y las imágenes, o responder a las críticas con argumentos simplistas, y victimizándose, porque ello suele rendir los frutos esperados: ganar una elección presidencial o un referéndum, destruir al candidato opositor”.
Así lo expone Jacqueline Fowks en su libro “Mecanismos de la posverdad”, editado por el Fondo de Cultura Económica, en el que explica las prácticas “para producir percepciones erradas”; además de “reforzar la división entre unos y otros: un grupo intenta presentar de la peor forma a quienes considera enemigos: enemigos del desarrollo, enemigos de la patria, de un grupo político, de una ley, enemigos de la familia, de la estabilidad política o económica”.
Esa es una fórmula que ha funcionado en países como México, Perú o Brasil -que son casos que analiza Fowks. En nuestro país también han surtido efecto, como ocurrió cuando el gobierno federal construyó otra realidad -que se ha desmoronado- en torno a la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Pero la práctica no ha desaparecido; al contrario, se ha acentuado, como lo acredita la “sección” (como si fuera programa de televisión) de las “mañaneras del presidente”, denominada: “Quién es quién en las mentiras”, donde se pretende evidenciar a los medios de comunicación y a periodistas señalados como “enemigos” o “adversarios” del gobierno de México.
Es una batalla en la que lleva ventaja -aparentemente- el presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien no ha cesado en su estrategia de controlar la agenda mediática todas las mañanas desde que inició su gobierno y que incluso, durante su ausencia por haberse contagiado de COVID-19, se sostuvo con la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero.
Permanentemente las estructuras de poder y los medios de comunicación -especialmente los medios críticos- se encuentran en confrontación, porque representan un espacio donde se analiza, cuestiona y califica la gestión gubernamental. Las y los periodistas generan incomodidad, porque su tarea es observar lo que se hace en el poder -económico, político, religioso- y en la sociedad en general, para señalar aquello que no funciona o cuyos efectos son negativos.
Evidentemente, los criterios que emplean las y los periodistas para seleccionar la información no están exentos de intereses personales, económicos e incluso políticos, pero siempre será mejor contar con espacios de libre expresión, donde se ejerza la libertad de prensa, que tener medios de comunicación que callen ante los errores del poder.
Lo delicado de una estrategia de comunicación como la que se aplica desde la Presidencia de la República, sin el rigor, la precisión y la claridad que se requieren, es que -como advierte Fowks- “los mensajes masivos con componentes de falsedad se imponen y conducen a decisiones políticas y económicas”.
Como ejemplo de ello: las expresiones reiteradas del subsecretario federal de Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, en el sentido de que la pandemia ha sido controlada, que la catástrofe sería alcanzar 60 mil muertes por COVID-19 en el país o que en las próximas semanas se reducirá la velocidad de contagios por coronavirus, muestran cómo la comunicación con elementos de falsedad conlleva una toma de decisiones irresponsable y consecuencias terribles para la población.
La realidad lo supera: este miércoles -según los propios datos oficiales- hubo 28 mil 953 contagios y 940 fallecimientos en 24 horas, que fueron las cifras más altas en lo que ha transcurrido de la tercera ola de COVID.
Otro ejemplo son las afirmaciones y correcciones con respecto a la Carta Compromiso que deberían firmar los padres de familia para autorizar que sus hijas e hijos pudieran estar en instalaciones escolares para el regreso a clases. El presidente, una vez más, se victimizó: “Lo de la carta, ya debe de entenderse, es producto de la politiquería (…) Todos lo que le dieron vuelo a la carta son adversarios nuestros, todos”.
En esa ruta continuamos y seguiremos. Lo grave es que nos domina la “narrativa presidencial” sin que se atiendan temas delicados como los feminicidios, la carencia de medicamentos en el sector salud o las muertes por COVID, por mencionar algunos.
Un dato más de referencia: en Afganistán, en casi 21 años de guerra, murieron más de 173 mil personas. En México, luego de 18 meses de pandemia, han muerto más de 250 mil personas por la enfermedad.
PERCEPCIÓN
El crecimiento de 500 por ciento que ha tenido el rating de Televisión Mexiquense no ha sido gratuito. Las producciones propias crecieron de 25 a 53 (112 por ciento), y los noticieros -mediante la Agencia Mexiquense de Noticias (AMX)- pasaron de solo tres a 12 espacios diarios, de los cuales ocho son conducidos por mujeres.
Enhorabuena para el Sistema Mexiquense de Medios Públicos y al equipo que lidera Rodrigo Jiménez Solomón.