Muchas y muchos jóvenes de nuestro país acuden a los diferentes centros de estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México -la mayoría de ellos provenientes de familias de clases medias y de escasos recursos-. Casa de estudios que se convirtió para muchos en la oportunidad de ser y hacer, de alcanzar estadios de conocimiento, progreso y participación en la conversación mundial de las ideas; de ser razón, espíritu e identidad en la historia de México que José Vasconcelos plasmara en el escudo que hasta hoy pervive y el lema “Por mi raza hablará el espíritu”.
Con 365 mil 940 alumnos en todos sus niveles, 41 mil 332 docentes en licenciatura, maestría y doctorado, además del sistema SUA de Educación Abierta y el de Educación a Distancia, pionera en un modelo que en la pandemia se generalizó, hoy es atacada por el ejecutivo como fábrica de neoliberales.
Con 25 carreras técnicas, 130 licenciaturas, 90 planes de estudios de maestría y doctorado, 34 especializaciones, hoy el Presupuesto de Egresos de la Federación le ha asignado menos recursos para mantenerse. Está en crisis.
De la UNAM han surgido notables profesionales que han sido acreedores a premios nacionales, internacionales y a tres premios Nobel, además de múltiples reconocimientos.
Su condición de universidad, respaldada en la libertad de cátedra ha contado con la conducción de cuarenta rectores, entre ellos dieciocho abogados, trece médicos, dos arquitectos, dos ingenieros civiles y cinco de otras carreras. Mencionar sólo a algunos de ellos sería injusto. Quizá el único señalamiento es la falta de una mujer rectora a la fecha.
La palanca del conocimiento en movimiento se ha detonado en la UNAM; la inteligencia crítica ha surgido de ella, el pensamiento estructurado con visión y compromiso con México, también se ha producido en esta casa de estudios.
Ciudad Universitaria, Patrimonio Cultural de la Humanidad, orgullo del urbanismo y la arquitectura mexicana en la que ingenieros y arquitectos brillantes plasmaron conocimiento, sentimiento y arte, hoy es un verdadero orgullo del país, icono de identidad de lo que José Vasconcelos llamaría LA RAZA CÓSMICA.
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