“Estimada es a los ojos de Jehová, la muerte de sus Santos”.
“Soy la que soy: precursora de un camino –simplemente distinto-: ni mejor ni peor: eso sí, fuera de todo lo común porque me aseguro de que éste no quede vacío. Los ideales elaborados alrededor de los valores y virtudes del ser humano, constituyen los más sólidos caminos. Estos no tienen fin y se renuevan todos los días. Quienes los construyen hacen que la vida vuelva a inventarse mil veces”.
Se fue Lilí, dándole toda la grandeza que una madre le puede ofrecer a quien más ama. Sus ojos se cerraron, y con ellos, todo lo que ella le pudo regalar a la vida. Su muerte fue un reflejo de su personalidad, serena, elegante, discreta y pudorosa… como el gato pardo, se fue tranquila y en absoluta paz; incluso en su muerte honró el lema de familia que reza: ‘Una buena muerte honra toda una vida, pero en su caso, no sólo será muerte la que le honre, sino el amor que profesó por sus seres amados. El amor que dejó en todos nosotros.
Se nos fue Lilí, y en este momento, lo único que hago, es darle gracias inmensas a la vida, porque fue en un tiempo muy rápido, aunque atroz. Sus manos hasta el final, siguieron acariciando a sus amadísimos nietos y a sus hijas. Amó hasta el cansancio y vivió hasta que su cuerpo de también cansancio, no pudo más. Pero no son pocos los 98 años que le regaló la vida. Que le regaló Dios. Bien cuidada, bien amada, oliendo siempre a limpio, a fresco, a gatos revolcándose a la orilla de la cama, para alcanzarla y estar con ella.
Se murió de sopetón y sin previo aviso Lilí, y el cielo de repente se nubló en Zinacantepec y empezaron a caer granizos del tamaño de canicas que aporrearon el techo de todas las casas. Luego una lluvia espantosa. Hasta el cielo se entristeció. Y nosotros con él. Pero sabemos, los que creemos, que hay fiesta en el cielo. Se murió la hija más consentida de Dios. Ella recibió todo lo que pudo alguien imaginarse tener en la vida. Y murió en su casa, en su cama, con sus seres amados: dando besos, agarrando las manos y diciendo siempre “gracias”, por algo que era nuestra obligación darle.
Construir un camino toma más de una vida. En ocasiones, se está cierto de que uno ya se acerca a la meta y se ve la luz al otro lado del destino. Se sabe que todo lo hecho, tiene que llegar a buen fin.
Como acto de amor, es testimonio permanente. Es gran esfuerzo de quien inicia un camino que debe tener un único fin: la trascendencia. Competir con los antepasados brillantes, es bien difícil. Pero competir con uno mismo es agotador. Es perfectible todos los días. Es un caminar lleno de soledades, pero también de bellezas y voces, que irán llevando de la mano: la trascendencia.
Y ese es el legado de una mujer impecable. La amo mucho. Mucho. En donde esté, yo sé que me va a tomar de la mano y me va a apretar fuerte fuerte. Y como siempre, yo le voy a poder dar un beso de despedida en la frente. Gracias Lillian hermosa. Qué regalo más maravilloso me regaló la vida al escogerte como madre.
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