Varios hechos relevantes, que nos hacen reflexionar, se han dado esta semana. Desde la renuncia de Omar Gómez Trejo, como fiscal encargado del caso Ayotzinapa, evidenciando la posible injerencia del titular del poder ejecutivo (o incluso del Ejército) en la Fiscalía General de la República; pasando el anuncio de la realización de una consulta (ilegal, a cargo de Gobernación) para preguntar si el “pueblo” acepta mantener al ejército en las calles; hasta una nueva aparición de Jorge Ramos en la mañanera para señalar (con datos duros) que este es el sexenio más violento de la historia de México, por lo que le llamó “el gobierno de los muertos”.
Todos estos hechos me refieren al artículo de la semana anterior sobre el gobierno populista en el que comentamos la estrategia de los autócratas populistas para obtener y ejercer el poder. Ahora nos enfocaremos en algunos aspectos de la conducta de sus seguidores y el activismo que mantienen.
Estos activistas reproducen el discurso de polarización de su líder como técnica para hacer ver como demonios a quienes consideran sus adversarios. Se basan en hechos pasados o actuales, incluso ficticios o distorsionados. Les interesa agudizar las contradicciones, no consideran posibilidades intermedias: o estás conmigo (y con mi líder) o estás contra mí, no aceptan otra posibilidad. Asumen una identidad, que dice Francis Fukuyama, se centra en la necesidad natural de expresar los sentimientos de agravio y tratan a su rival político como enemigo. Las partes confrontadas no dan lugar a ninguna concesión al opuesto.
Ahora bien, citando a Moisés Naím en su libro “La revancha de los poderosos”, el objetivo de la posverdad no es que se acepten las mentiras como verdad, sino enturbiar las aguas hasta hacer que sea difícil distinguir la diferencia entre la verdad y falsedad. En este orden de ideas, el sigilo es la principal táctica para concentrar el poder, asegura Naím. Dado que sus objetivos resultarían demasiado escandalosos para confesarlos públicamente, los autócratas constituyen una sigilocracia, dedicada a socavar a escondidas las salvaguardas de la democracia, limitar la maniobra de los dirigentes y garantizar una disputa limpia por el poder.
Suelen tomar medidas envueltas en jerga legal, por ejemplo, la militarización de la seguridad pública que contraviene la Constitución. También el asalto al poder legislativo, con la compra del voto de senadores o negociando impunidad con Alito Moreno. Otros ejemplos son los ataques a la prensa o a la independencia de los tribunales, de los cuales remueven jueces y magistrados que no dicten sentencias acordes al deseo presidencial.
En otro orden de ideas, está la política de fans. Puesto que más que líderes para sus seguidores, son estrellas que tienen una legión de fans, los autócratas parecen estar presentes en todas partes al mismo tiempo, ser inevitables, más visibles y más familiares. Andrés Manuel López Obrador es el mejor ejemplo. Estos fans cultivan la admiración ciega y le hacen reverencias como quien adora una estrella de la farándula. Construyen así el culto a la personalidad, a la estrella no se le cuestiona nada. Se convierte en un ser magnético, mágico, casi divino (hay quien ha comparado a Andrés Manuel con Jesucristo) y sus fans están dispuestos a seguirlo en cualquier aventura, por disparatada que sea, como la consulta a la militarización anunciada para enero próximo.
A la estrella, dice Naím, los fans lo vitorean, no dialoga con ellos, la pregunta deja de ser ¿qué hace? Lo importante es ¿quién ganará? (ahí tiene a sus corcholatas en campaña). Añade Naím “…cuando el límite entre el poder y el espectáculo desaparece por completo la libertad no se puede resistir por mucho tiempo”, además cuando la cultura del espectáculo y la fama ocupan el centro de un país cada vez ocuparán más espacios y resultará más difícil desplazarlas.
La salida, entonces, es resguardar las instituciones capaces de detener los desenfrenos de los autócratas. Fortalecer el sistema de pesos, contrapesos y controles, que pueden defender el bien público. No caigamos en el engaño de desistir en la salvaguardia de nuestras libertades. Los ataques de los llamados amlovers serán cada vez más agresivos, más insultantes, porque actúan como fanáticos y no como electores, mucho menos como ciudadanos. Observemos cómo los sigilócratas manifiestan con sus hechos su plan para destruir nuestra sociedad en bien de un autócrata. Denunciemos estas conductas y hablemos con quienes tenemos cerca para que todas/os compartamos información real y de fuentes confiables.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.