Actualmente, de manera muy peculiar, el gobierno quiere darle un enfoque a la pobreza como si se tratase de un propósito virtuoso, como si fuera un premio para las personas bondadosas, de buen corazón y buenos sentimientos. En términos prácticos, quiere imponer la idea de que sea aceptada como un estado emocionalmente adecuado.
¿A quién le conviene que ésta se vea como si fuera un estado anhelado, como si por esa condición, tuviera que reconocerse como un estado ansiado por el ser humano? Difícilmente, quien se encuentra en esas condiciones, o peor, en pobreza extrema, puede estar de acuerdo con esa afirmación.
Y mientras la población busca refugio en lo que se le ofrece como ayuda vía programas sociales, no puede ponerse a pensar, por la misma necesidad de su precario estado, que tiene opciones, porque, más que merecido, parece un mensaje a conveniencia, que va más inclinada hacia la inactividad, para mantenerse en ese estado, que en mejorar su condición. ¿Es eso lo que busca el pueblo?
¿Quién le pide a la gente sentirse cómoda con esa forma de vida y que está por debajo de las demandas naturales que persigue el ser humano? Además, ¿quién quiere renunciar a la posibilidad de estar mejor? ¿O, al menos, guardar la esperanza de que con trabajo y esfuerzo, su familia consiga más y mejores oportunidades?
Son muchos años, en los que se ha dado un alejamiento constante de las comunidades que necesitan, buscan y exigen, con todo derecho, sean tomadas en cuenta para que se invierta en sus territorios, con más y mejor infraestructura, carreteras, hospitales, escuelas, apoyo para el comercio, etcétera.
De entre esas comunidades, sobre todo, las más alejadas, son los productos agrícolas y los elaborados con sus manos que les permiten subsistir. Las artesanías representan la posibilidad de contar en su mesa, con alimentos y cubrir con las necesidades básicas, y cuando tienen la posibilidad de ofrecerlas en las ciudades, logran conquistar alguna comodidad.
En ocasiones, desde una posición muy cómoda, se lanzan críticas cuando una familia de escasos recursos opta por comprar un televisor, o pantalla, como si tuvieran derecho de hacerlo, sin conocer el entorno y condiciones de esa familia, porque tal vez lo vean, desde su perspectiva, como algo superfluo. Pero ¿Quién puede o se atreve a calificar eso? ¿Quién puede presumir saber qué es lo que necesita esa familia para estar bien, o para, dentro de sus posibilidades, sentirse feliz?
De la misma forma, existen otras familias que su mayor ilusión es darle estudio a sus hijos, y materialmente, se mueren de hambre con tal de ver cumplido su sueño, con la esperanza de ver a sus descendientes salir de la precariedad, para tener un mejor futuro, esa, es su mayor ambición.
Son muchas las familias que han logrado impulsar a sus hijos para salir de la miseria. Ejemplos, sobran, porque en México existe una reserva de intelecto y deseos de triunfo que no se valora en su magnitud; el estudio y el esfuerzo personal los recompensa, logrando escribir su propia historia de éxito.
¿Por qué la intención de romper con esa inquietud? El gobierno actual se ha empeñado en colocar a la pobreza como un ideal, las frases que llevan ese objetivo son manejadas desde el púlpito presidencial; “si ya tenemos zapatos, ¿para qué más? Es la más cruel imposición por conveniencia del gobierno para sentenciar a la dependencia a los más pobres, a cambio, claro, de su voto.”
El interés se asoma con el aspecto cínico del que es capaz el presidente Andrés López Obrador, quien intenta hacer creer a la mayoría, que la estrechez es un ideal; ah, pero esa no la quiere para él, su familia o allegados, porque, además, si en verdad fuera buena, ellos mismos estarían deshaciéndose de todo lujo para poder disfrutar de las bondades que ofrece la pobreza o la pobreza extrema.
A decir verdad, nadie la persigue como objetivo, el que diga que sí, miente. Entonces, ¿por qué estar de acuerdo en un absurdo como ese? Gran parte de las expectativas que existen entre un modelo que el gobierno aferrado quiere imponer al pueblo y el otro, el que hoy representa al grupo que se tilda de ambicionistas, no son tan diferentes, porque ambos coinciden en no querer vivir en escasez, y defienden lo que tal vez no valoraban. La libertad.
Poder elegir qué estudiar y a qué dedicarse, concierne, exclusivamente, al ciudadano, aún nadie puede determinar en este país que alguien trabaje en lo que no está de acuerdo. De la misma forma, la libertad de expresar las ideas, o de reunión, entre otras, se encuentran inscritas en la Constitución, ese conjunto de normas que representa la conquista de generaciones; esa misma, que el propio presidente debería guardar y hacer guardar, y que, sin embargo, deliberadamente es el primero que la violenta.
Por cierto, dentro de esas libertades se encuentra la de elegir al gobernante, en ningún apartado dice que el ciudadano, al emitir su voto, acepta desprenderse de su voluntad, para que el elegido busque permanencia eterna en el poder. Es, uno de los privilegios que no se quieren perder.
En fin, para finalizar, ¿a quién daña ese deseo natural del ser humano para salir adelante?, o tal vez ¿de lograr un mejor nivel de vida, con más riqueza y menos pobreza?, ¿por qué no enseñar a pescar para no mantener al que estira la mano? ¿A qué sociedad le puede convenir hundir en la indigencia o no permitir que los pobres salgan de esa condición?
¿Por qué no tener aspiraciones? ¿Por qué no exigir paz, seguridad, mejor futuro? Si es tan buena la penuria, ¿por qué, quien la pide, y sus hijos, viven a todo lujo?
Si no se quiere ser ejemplo, no se debería pedir lo que no se conoce.