Uno de los grandes mitos del desarrollo personal y espiritual es la creencia de que si trabajamos lo suficiente en nosotros mismos es posible estar siempre bien. Atraeremos sólo lo mejor a nuestras vidas gracias a nuestra alta frecuencia vibratoria.
Sin embargo, aunque no seamos plenamente conscientes, muchas veces entramos en procesos de desarrollo personal y espiritual, haciendo cursos y talleres o leyendo veinte mil libros porque lo que queremos en realidad es controlar la vida. Pero la vida es un misterio y debemos aceptarlo. Mi trabajo es ocuparme de mí, de mi contenido y estar en paz. No pongo el foco en dejar de sufrir "para siempre", porque el "para siempre" es una ilusión de la mente que genera linealidad. La realidad es que solo tengo este momento y mi trabajo es estar en este momento. Por eso, que una persona esté evolucionada no significa que no vuelva a sufrir, significa que tiene la capacidad para volver a la paz en el momento presente, el único que existe.
A muchas personas les han vendido la idea de que el fin último del desarrollo personal y espiritual es la "iluminación". Imaginan un estado ideal al que creen que pueden acceder si cumplen con todas las pautas y enseñanzas que van adquiriendo. Pero nada más lejos de la realidad. Perseguir un objetivo, aunque sea espiritual, nos lleva a apegarnos al resultado y, finalmente, conduce a la frustración.
Nos olvidamos del camino y sufrimos porque nunca llegamos a ese lugar tan ansiado. Mientras pensamos en la meta, olvidamos lo más importante: EL PRESENTE.
La iluminación para mí es dejar de sufrir y conectarnos con nuestra esencia, que es AMOR. Pero solo puedes dejar de sufrir "ahora".
Eres -somos- conciencia atemporal. Y para llegar a ese lugar no tenemos que hacer nada, pues ya estamos ahí. Así que “¿para qué corres, si donde tienes que llegar es a ti mismo?".
Nos cuesta reconocer nuestra naturaleza original porque nos han hecho creer desde que nacimos que somos nuestro cuerpo y la imagen mental que tenemos de nosotros mismos. Pero nuestra naturaleza es la conciencia.
No hace falta detener los pensamientos para despertar. Solo es necesario dejar de identificarse con ellos. Es difícil porque nos hemos pasado la vida haciendo justamente lo contario. Es preciso observarlos en silencio. En el silencio es donde aparecen todas las respuestas. Observa el espacio que existe entre tú y el pensamiento que surge y date cuenta de que tú estás presente antes del pensamiento, durante el pensamiento y después del pensamiento. Tú no puedes ser el pensamiento, pues el pensamiento es pasajero y tú permaneces.
Hay quien piensa también que parte de ese desarrollo personal y espiritual consiste en liberarse del ego. Sin embargo, el ego es necesario para sobrevivir. No se trata de eliminar el ego, sino de darse cuenta de que no somos nuestro ego. Si nos entrenamos en su observación, lo detectaremos en cuanto aparezca y lo diferenciaremos de nuestra esencia.
Otro mito en torno a la iluminación es que una vez nos iluminemos nuestra vida estará libre de problemas. Pero no es así. Los problemas siguen apareciendo, la única diferencia está en que dejas de juzgarlos, de etiquetarlos como negativos. Es decir, aceptas lo que viene, sea una situación aparentemente favorable o desfavorable a lo que tú deseas. Tomas la vida tal como se despliega en cada momento.
La iluminación no consiste en sentirse feliz todos los días y en todo momento. Porque la felicidad es una experiencia maravillosa, pero viene y va, como el mar, como las nubes, como las personas con las que nos cruzamos en la vida. La iluminación es aceptar incondicionalmente lo que aparece, lo que surge en cada momento, sea lo que sea.
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Muchas personas entran en el camino de la espiritualidad buscando sentirse siempre bien, iluminarse. Y no se dan cuenta de que solo es posible sentirse bien aquí y ahora, y que aquí y ahora ya lo tienen todo.