Ahora que el presidente ha determinado las bases del proceso en el que participarán sus corcholatas y se legitime la determinación que seguramente ya tomó, se puede configurar un escenario poco considerado, pero factible. El caso es que para algunos todo está resuelto en la sucesión presidencial y no hay nada que hacer. De hecho, la estrategia mediática nacional empieza tomar el camino que siguió la campaña estatal. Centran su trabajo en la publicación de encuestas falsas y se asumen como herramienta de propaganda justo para convencer a sus audiencias de que no hay nada que hacer y con ello desalentar la participación ciudadana que no es clientelar.
Les invito a hacer una reflexión: ¿en qué país del mundo un autócrata ha dejado el poder sólo porque termine su periodo constitucional? Más bien, ha sucedido lo contrario. Los autócratas buscan mecanismos para perpetuarse en el cargo. Tal es el caso que podríamos vivir en nuestro país. Un escenario catastrófico sería que las corcholatas se dividieran y confrontaran, a tal grado, que se presentaran actos violentos en diversos puntos país, algunos propiciados por grupos de la delincuencia organizada y otros por extremistas políticos insatisfechos con el resultado del proceso legitimador. En un escenario así, el ejército o, para que lo vea más suave, la guardia nacional se ve obligada a pacificar al “pueblo bueno” que desborda sus pasiones.
Ahora pensemos en un escenario catastrófico después de la elección. La oposición gana el proceso electoral y, como era de esperarse nuestro autócrata, López Obrador, no acepta el resultado y confronta, vía fuerza pública, a los defensores de la democracia. En el caos provocado por la violencia, se asume en el garante (concentrando el poder en sí mismo) de la posibilidad de alcanzar la paz y, por decreto, se queda en la presidencia. Por último, Morena gana la mayoría en el Congreso de la Unión y en septiembre de 2024 modifica la constitución para quedarse en la presidencia al menos otro periodo de seis años.
Ante este tétrico, pero posible panorama la oposición debe escuchar la que tal vez pueda ser la última llamada para salvar la incipiente democracia que construimos en México durante 25 años. La oposición en su conjunto necesita ponerse al servicio de la sociedad, para concretar el proceso más vistoso y más exitoso que este país haya visto en su historia, con transparencia y con mucha participación social. Todos los involucrados debemos entender que son tiempos de generosidad, no hay cabida para mezquindades. Se necesita abrir un proceso a la sociedad civil, a todos aquellos excluidos por el actual gobierno, quienes hoy son mayoría y que no han encontrado motivos para acudir a las urnas en ocasiones anteriores.
La oposición tiene la obligación de quitarle a Morena el monopolio de la sucesión presidencial. Atraer la marca y presentar un proyecto de país que contraste con el de la “transformación”. Que sea atractivo para quienes han sido excluidos por el presidente, incluso declarados “traidores a la patria”. Al pensar sobre esto, viene a mi mente el nombre de Adolfo Suárez, el gran arquitecto y maestro de la transición española. ¿Su gran mérito? A pesar de provenir del franquismo fue capaz de conducir a España desde el oscuro capítulo de una durísima dictadura de 40 años hasta la luminosa realidad de la democracia plena, antes que nada, respetuosa de la pluralidad.
Necesitamos que los principios de solidaridad, subsidiariedad y bien común, no sólo estén en los principios humanistas y en los libros de historia. Necesitamos ponerlos en práctica. Hace aproximadamente 47 años, el joven político español, se encontraba entre mundos enfrentados. Este hombre, profundamente convencido de la democracia, decidió enfrentar el hecho de que le tachaían de traidor para dejar atrás un pasado equivocado y buscar un futuro acertado. Decidió transitar de un pasado totalitario a un presente en el que vivió su reforma política como la posibilidad de dar a su patria un mejor futuro.
Suárez supo dialogar con los comunistas, con los franquistas y hasta con los monárquicos. Supo obtener el respaldo del Rey, que se convirtió en garante del proceso, y aunque llegó al borde de la ruptura en varios momentos y con varios personajes, logró negociaciones que culminaron, principalmente, en la Constitución de 1978. Hoy, en este incierto 2023, México necesita a un gran creyente de la vida democrática, que se vista de héroe, que se capaz de dejar a su grupo político, incluido su propio partido o sus propios intereses para convertirse en el líder que México necesita y demanda.
En momento de proponer un Pacto de la Moncloa mexicano donde todos los actores opositores y, desde luego, en primer lugar los líderes sociales sean capaces de llegar al mayor acuerdo político y convencerse del método para tener un solo candidato, un solo proyecto y enfrentar al autócrata en vías de convertirse en dictador.
Después de la elección del Estado de México, muchas de notas y comentarios políticos han demandado la renuncia del Marko Cortés a la dirigencia de Acción Nacional. En mi opinión, medida poco contundente, incluso si lo hiciera, le sucedería alguien que seguiría el mismo proyecto. Por el contrario, necesitamos que Marko abra las puertas para que se sumen más liderazgos en su entorno y alcanzar el proyecto político más ambicioso de todos los tiempos.
Más que renuncia, estamos en tiempos que requieren acción, determinación, compromiso en un plano superior y, tal como lo hicieran los fundadores del PAN que ante la embestida que parecía venir para este país supieron ser soldados de la democracia y resistieron de todo por darle a este país mejores alternativas, renunciaron a su vidas para entregarlas al servicio de la patria.
¿Quién tiene el talento, el arrojo y la capacidad para hacerlo? Estoy convencido de que los ciudadanos, cuando se les presenta una alternativa competitiva, con propuesta, sin muertos en el closet, combativa y de contraste, con una candidatura innovadora y disruptiva la van a hacer suya y la van a hacer victoriosa. Ahí veo la amenaza, pero también la alternativa para quien quiera asumir con entereza un liderazgo también disruptivo como el de Adolfo Suárez.