Esto que les refiero, son unos comentarios, y un extracto del libro de Claudio Lomnitz, quien es catedrático de antropología, en Columbia University y autor de “Death and the Idea of Mexico”.
Existe una tendencia equivocada a atribuir la corrupción en México a una serie de prácticas que se remontan a la conquista española. Es una teoría del pecado original que enraíza la creación de una “cultura de la corrupción” con la lejanía entre la autoridad del rey y los gobernantes locales, y para la que la famosa frase de Hernán Cortés “Obedezco, pero no cumplo” es un símbolo de la cultura nacional mexicana, tan icónico —y tan apócrifo— como lo es para Estados Unidos la supuesta e irrefrenable confesión de George Washington de que había talado un cerezo de su padre.
Ahora bien, achacar los problemas actuales de México a una historia tan antigua es insostenible. El tipo de corrupción que abundaba en la colonia de Nueva España —compra venta de puestos políticos, petición de favores políticos a amigos, contrabando, etcétera— era similar a los existentes en Italia y en Chile, e incluso en la no tan puritana Inglaterra. Y, sin embargo, ni Italia, ni Chile ni Inglaterra, sufren los problemas que tiene México. Desde la época de la conquista ha tenido que ocurrir alguna otra cosa capaz de explicar la diferencia. Por desgracia, esa explicación no es tan sencilla como los mitos de los cerezos.
En realidad, para comprender el marasmo de impunidad en que está sumido México actualmente, es necesario analizar la complicada historia de la debilidad del Estado mexicano, especialmente en comparación con Estados Unidos; no hay otra forma de entenderlo.
1. Un Estado débil. Desde el punto de vista económico, México perdió mucho terreno respecto a Estados Unidos en las décadas entre 1820 y 1880. Sus destructivas guerras de independencia asolaron la economía de la vieja colonia, basada en la minería y la agricultura. El comercio interior era limitado debido a la escasez de ríos navegables. Además, la mayor parte de la población mexicana ha vivido siempre en zonas altas y montañosas, por lo que el transporte era caro. La construcción del ferrocarril era un requisito indispensable para el desarrollo nacional, pero la guerra y las revueltas retrasaron ese tipo de inversiones durante muchos años.
En las décadas de 1820 y 1830, México libró guerras pequeñas pero costosas contra España, Francia y Texas. En 1847, Estados Unidos declaró la guerra a México y se apoderó de más de la mitad de su territorio, y tras esa derrota el país padeció una guerra civil que, a su vez, se vio complicada por una invasión francesa. Y durante la mayor parte del siglo, las guerras contra los comanches y los mayas arruinaron a los gobiernos locales en el norte y el sur.
Debido a toda esta inestabilidad, el tendido de la primera línea de ferrocarril, para unir el puerto de Veracruz con Ciudad de México, tardó 40 años en hacerse realidad. Sin ningún crecimiento económico durante esas décadas, la nueva república solo pudo desarrollar un Estado débil, y esa debilidad lo convirtió en terreno abonado para la corrupción. Se exigían sobornos a cambio de favores y para obstruir la justicia. Los bandoleros mexicanos se hicieron legendarios; después de que se consiguiera, por fin, derrotarlos, a costa de instaurar una dictadura militar, volvieron a aparecer aún con más fuerza durante la Revolución mexicana de 1910.
Estos son los orígenes decimonónicos de la corrupción y la impunidad. Tuvieron consecuencias duraderas, en la medida en que crearon una gran diferencia entre el funcionamiento del Estado en México y en Estados Unidos. No obstante, a ellos hay que sumar otros factores y acontecimientos más recientes que hoy siguen teniendo repercusión.
Achacar los problemas actuales a una historia tan antigua como la conquista es insostenible.
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