Hace tiempo, al referirme al calificativo "solovinos," como fueron llamados por el propio presidente Andrés López Obrador, a sus seguidores, una excompañera de la universidad, sin preguntar ni detenerse por un momento a investigar el porqué del comentario, se me fue encima exigiéndome retractarme del desafortunado comentario.
La verdad, no la saqué del error en el que mi excompañera se encontraba; a final de cuentas, solo sirvió para reflexionar al respecto. ¿Cómo es posible que, al escuchar un calificativo de tal naturaleza, decirlo por alguien común, exhiban una irremediable molestia y, ofendidos, exijan respeto a los seguidores de tal o cual político o partido político?
La vergüenza se apoderó de mis pensamientos, no por repetir lo que había escuchado de propia voz del mandatario cuando dice que así cariñosamente les dice a sus seguidores, sino porque la indignación se encuentra acotada a permitirle ese tipo de libertades a quien, en teoría, debería ser el primero en respetar y hacer respetar.
Así ha pasado la mayor parte de este sexenio, no existe, ni por casualidad, algún momento en el que se haya escuchado al dueño del micrófono más potente y que llega a la gran mayoría de mexicanos hablar de amor, de empatía, de armonía entre semejantes o altruismo; es todo lo contrario, siempre dividiendo, siempre confrontando, siempre azuzando a unos contra otros. Este país se encuentra dividido en dos y no hay ninguna posibilidad, por el momento, de encausar los sentimientos a conquistar un bien común.
La suerte fue echada para la nación desde 2018. Lejos quedaron los momentos de apoyo, ayuda, camaradería para cuando México, aún en diversas partes del mundo, era reconocido como un lugar en el que la ayuda desinteresada era la marca de la casa. Los temblores que nos sacudieron en diferentes momentos demostraron que México contaba con un pueblo unido. Levantar el puño para que se guardara silencio y poder escuchar algún ruido, por pequeño que fuera, para acudir de inmediato a intentar rescatar al posible sobreviviente quedó atrás, únicamente como anécdota.
¿Qué nos pasó?
México no se creó ni hace diez mil millones de años, ni a partir de 2018. México es una nación reconocida en el mundo por su alegría, por su solidaridad, porque cualquier extranjero que llega a pisar tierra azteca es bien tratado, tanto que no son pocos los que han decidido hacer de esta tierra su propia.
Patria es la representación de toda una nación, con territorio, pueblo y gobierno. Es el lugar en donde nacimos, y el que nos une con vínculos históricos y jurídicos. De ahí derivan las creencias religiosas que son respetadas y que dejaron hace mucho de influir directamente en política nacional, un sano alejamiento con independencia una de la otra para considerar la posibilidad de acariciar la democracia.
No obstante, parece que el noble pueblo mexicano no estaba preparado para recibir con los brazos abiertos a ese sistema político de gobierno del pueblo y para el pueblo, muy escondido, de entre los sentimientos patrióticos se encontraba la esperanza de la llegada al poder de un nuevo caudillo, y llegó.
A pesar de los desatinos, ocurrencias y deterioro de todo lo que toma en su poder el actual gobierno federal, no hay viso de un cambio o un replanteamiento de rumbo. La cultura e historia solo han servido como lectura, no como un aviso de lo que puede ocurrir si se permite volver; el ser humano es la única especie que tropieza con la misma piedra, no dos veces, sino las que sean necesarias hasta que entienda que no va a suceder algo distinto si siempre se hace lo mismo.
Y aquí estamos, al cierre de un gobierno que se la ha pasado prometiendo, mintiendo con descaro y confrontando al pueblo; por menos de los errores cometidos a causa de decisiones equivocadas que ha tomado este gobierno, otros estarían ya en capilla y sin remedio para ser expulsados a través del voto ciudadano y poner a alguien más.
Pero en este tiempo no sucede así, al contrario, parece que entre más destrucción descarada se presenta, más se le aplaude, aunque los números sean manejados a conveniencia, especialmente los que presumen que nuestro presidente es uno de los más amados del mundo; debería reflexionarse respecto de la veracidad de tal información, porque son los dueños de todo quienes ofrecen las alegres cifras; aunque bastaría tan solo con cuestionar a las personas del entorno más cercano para descubrir que existe "otra realidad."
Los "solovinos," "mascotitas," "corcholatas," o como les quiera decir a sus seguidores y allegados el presidente, por muy cariñoso que aparente ser cuando así los llama; no es este el modo de referirse a quienes aún creen que de verdad está llevando a cabo una transformación para bien de "primero los pobres," peor aún, que se los diga y que hasta felices se pongan.
Los apelativos mencionados deberían ser expulsados del lenguaje general, por desgracia, y particularmente el de "corcholatas," como les dice el inquilino de palacio nacional a los candidatos de Morena, causan pena ajena; a pesar de ello, la mayoría de medios de comunicación, líderes de opinión, intelectuales y público en general, los utiliza; incluso, los aludidos parecen complacidos porque así los identifique su mentor.
¿A dónde hemos llegado y hasta cuándo se permitirá?