El huracán Otis, categoría 5, vino a desenmascarar a dos clases de ciudadanos: los que surgen cada vez que se les requiere para ayudar a sus semejantes cuando por alguna razón enfrentan alguna adversidad, y los “otros”; los que aprovechan la confusión para beneficiarse de ella.
La madrugada del miércoles 25 de octubre descubrió una cara diferente a la que nos tenían acostumbrados los acapulqueños, después del paso devastador del huracán Otis, en pocas horas, la rapiña empezó a hacer de las suyas, acabando con todo a su paso. Materialmente, no quedó comercio sin ser saqueado.
Los huracanes: uno natural y el otro por decisión humana, dejaron en ruinas al puerto de Acapulco, en el Estado de Guerrero, uno de los centros turísticos más emblemáticos de México, y que por mucho tiempo se destacó por ser uno de los destinos más importantes de Latinoamérica.
Hoy, a más de una semana del paso del huracán, la tragedia que se vive en ese lugar empieza a dar muestras de vida, no tanto por la intervención de los gobiernos municipal, estatal o federal, que, desgraciadamente para los acapulqueños, han brillado más que nunca por su ausencia y lentitud de reacción.
De ninguno de los tres órdenes de gobierno puede rescatarse nada; la gente, las empresas, los comerciantes que han hecho del puerto su forma de vida, materialmente han sido abandonados a su suerte, al grado tal que son los pequeños comerciantes que, con lágrimas en los ojos por la desesperación de ver su patrimonio perdido, toman fuerzas de la flaqueza para defender lo poco que les quedó, montando guardias nocturnas, pues a falta de luz, la obscuridad y soledad son cómplices perfectos para los saqueadores.
A pesar de ello, y como siempre, surgen de todos los rincones de la República mexicana las almas caritativas y bondadosas, siempre prestas para ayudar a quien lo necesita; aunque en un principio tuvieron que lidiar con guardia nacional, ejército mexicano y todo tipo de complicaciones inimaginables, han ido llegado al rescate de los afectados.
De a poco, esa ayuda logró alcanzar el objetivo; alimentos, ropa, agua, de entre muchas otras de necesidades apremiantes, empezaron a ser recibidos por quienes están a un paso de la desesperación, aunque en este momento, los más necesitados, aquellos que habitan en esas colonias alejadas del centro turístico, reciben a cuentagotas el apoyo, tan urgente como necesario para subsistir en una selva de agua, lodo y crimen.
Es preciso señalar que, al suponerse que hubo una alerta a los ciudadanos, únicamente puede pensarse que ésta fue tan silenciosa como para no montar refugios y albergues a dónde recibir a la gente para protegerse del meteoro, a menos claro que, como es notorio, no se le dio la dimensión que merecía el anuncio de los especialistas; no es aceptable recibir el cómodo pretexto de que la intensidad de viento y agua los tomó por sorpresa y que el grado de violencia que alcanzaron, era impredecible.
Como en otras catástrofes, porque no es la primera, el gobierno se prepara para el acontecimiento, alerta a la ciudadanía, prepara lo necesario para resguardar lo más posible a la población; en esta ocasión hubo ausencia de lo más elemental, y posterior al evento, peor aún, para proporcionar de lo indispensable para subsistir.
Por otro lado, la ayuda no llega con la inmediatez que se quisiera, pues el desastre provocado por el huracán complica el acceso a la zona, sin embargo, está presente. No existe hasta este momento fenómeno natural que venza la voluntad de los mexicanos, ya que el amor por el prójimo y las manos para ayudar a recuperar lo más pronto posible a levantar al hermano caído no han hecho falta. Una vez más, el gobierno fue rebasado por la voluntad ciudadana.
Pero no se puede dejar de lado hacer hincapié de ese otro “pueblo”, que, importándoles poco o nada, el dolor ajeno, buscan sacar provecho de la tragedia: las tiendas departamentales, bancos, negocios de ropa y de todo tipo, incluyendo las pequeñas tiendas y cuartos de los hoteles, vieron como después del paso del fenómeno natural, los primeros en llegar fueron ese “otro” pueblo, prestos para llevarse todo lo que pudieron.
¿Qué ha sido peor, el desastre natural o el provocado por el humano?
Triste es ver cómo, antes de buscar agua, alimentos o medicamentos, las personas salían de las tiendas con pantallas, computadoras, alcohol, etcétera, es por eso que varios reporteros que cubren el evento se preguntaban, ¿eso se comerá? Es esa la otra cara de la sociedad, esa, que da vergüenza ver; los que no ayudan, no dan, solo quitan y se aprovechan para beneficio propio, esos, que dan pena.
Ahora, con los reflejos bastante torpes, el gobierno federal anuncia una serie de apoyos para los habitantes del puerto, muchos son de programas sociales, es decir; no existe mucho más que lo que puede tomarse y que es utilizado con fines propagandísticos, pero a pesar de que se anuncia con bombo y platillo, aun así, son insuficientes para cubrir las necesidades más apremiantes. Quedan cortos, se requiere de mucho más.
El anuncio que han hecho las grandes empresas para levantar de nuevo sus negocios, y apoyar al pueblo, generan un binomio necesario que invita a unir esfuerzos y así lograr la recuperación gradual, que no inmediata, de la vida en el puerto, aunque se diga que todo estará como antes del huracán para el mes de diciembre.
Eso no puede ser, la gente y los empresarios lo saben, pero si se combinan gobierno, empresarios y organizaciones civiles, más pronto podrán poner en pie al centro turístico. Algunos de los empresarios más serios, hablan de que tardará unos cinco años, ¿qué más se podría desear que, efectivamente, llegando diciembre todo estuviera como antes?
Se tienen que poner los pies en el piso, con palabras y buenos deseos no se logra más que animar momentáneamente a los que sufren pérdidas invaluables; la muerte de familiares, amigos o vecinos, y el haberse quedado sin nada, requiere de acciones reales. Una vez más, se verá a una nación que surge de entre las cenizas para demostrar ante el mundo de qué está hecho el pueblo mexicano, de eso, no debe caber la menor duda.