De la segunda mitad de febrero a la primera de junio de cada año se presenta la denominada Temporada Seca-Caliente, también conocida como Temporada de Ozono en el Valle de México, la cual se caracteriza por la generación de condiciones climáticas propicias para la acumulación de ozono y otras partículas contaminantes en la atmósfera, provocadas principalmente por las altas temperaturas, poca presencia de vientos y la emisión excesiva de gases contaminantes al ambiente.
En dicho periodo, cada que se rebasan los límites permisibles de diversos gases tóxicos, las autoridades de la zona central del país, como medida restrictiva para disminuir los efectos en la salud de la población expuesta –oscilante entre 15 y 20 millones de personas–, determinan la implementación de una Contingencia Ambiental, consistente en una serie de medidas restrictivas enfocadas en la reducción de los mencionados niveles de polución, en una zona determinada y durante algunas horas, limitando la actividad de diversos sectores económicos y de la movilidad ciudadana, hasta que la calidad del aire vuelva a su anterior condición, de medianamente respirable.
Desde hace 32 años comenzaron las Contingencias Ambientales en la Ciudad de México, debido a la mala calidad del aire. El 16 de marzo de 1992, tras registrarse 293 Puntos en el Índice Metropolitano de la Calidad del Aire (IMECA), se implementó la Fase Uno de la Primera Contingencia Ambiental en nuestro país, específicamente en el Distrito Federal. Desde entonces esta política pública que incluye el programa “Hoy no Circula” se ha ejecutado ininterrumpidamente y, a juzgar por sus resultados, no ha sido eficaz, pues no ha logrado, en el largo plazo, reducir los niveles de concentración de Ozono en ninguna ocasión, ni modificado el consumo de combustibles fósiles, la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI) por parte de la industria, ni modificar los hábitos de los ciudadanos.
Asimismo, las Contingencias Ambientales ni siquiera han logrado mantener los límites permisibles que se aplicaron desde su creación, siendo estos adaptados continuamente a las condiciones atmosféricas prevalecientes, por lo cual nunca han sido un verdadero sistema de control y restricción del comportamiento social y de la producción industrial y comercial en favor de la calidad del aire, sino una medida coyuntural y efectista que se ha convertido en una política pública incipientemente paliativa, ya que con los índices de contaminación del aire actuales, si los sometemos a los criterios y niveles máximos permisibles de los años noventas, en la CDMX tendríamos más de 250 días en contingencia ambiental en la Zona Metropolitana del Valle de México.
Como referencia de los años recientes, en 2019, hubo cuatro contingencias, dos de estas duraron varios días. En 2020, en plena pandemia de COVID-19, sólo se declaró una, en el mes de noviembre. En 2021 se registraron tres contingencias, y en 2022, seis. En 2023 se registraron cuatro. La tendencia al alza es evidente y apenas han transcurrido dos meses del 2024 y ya vivimos dos contingencias ambientales en el Valle de México, seguramente tendremos tres o cuatro más este año y no pasará nada importante, sólo quejas, mentadas, multas y mordidas.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Lo trascendente radica en que la población en general reacciona ante estas restricciones de manera inocua y descontextualizada del fondo y consecuencias que representa para la salud colectiva; se molestan más porque no podrá utilizar su vehículo por un día, que por el constante deterioro de su calidad de vida y salud.
En consecuencia, sin una reflexión de fondo acerca del problema ambiental que hemos construido, debido a nuestros propios hábitos y comportamientos en torno al consumo de bienes y servicios, cada contingencia ambiental será sólo una molestia más entre tantas, provocada por el desarrollo caótico de una Megalópolis, sin responsables visibles, ni acción correctiva verdadera en lo personal y sin asumir la responsabilidad colectiva del estado actual del ambiente que nos rodea.
La única alternativa que queda para revertir esta y otras barbaridades del mundo actual es la cooperación y el diseño de un nuevo discurso que dé sentido a la vida en sociedad y poder contarles una historia diferente a quienes nos precederán, en la que se mencione el día en que todo cambió… Ojalá que sea para bien. Esto es también protección civil. ¡Que su semana sea de Éxito!
Hugo Antonio Espinosa Ramírez
Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
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