Si es cuestión de confesar, tengo 51 años, y aquí ando entre sofocos, sudores, hinchazón, unos cuántos kilos de más… en fin, nada que no tenga que pasar una mujer menopausica. Sin que ello signifique que esté enferma o que haya perdido la capacidad de disfrutar mi vida con energía y optimismo. Lo que estoy experimentando es simplemente una fase natural del ciclo vital en el que me encuentro. Lo que si debo decir, es que aunque no me tomó por sorpresa, el impacto en mi cuerpo es innegable y me sirve como recordatorio de que la menopausia es una experiencia compartida por muchas mujeres. Es un tema del que debemos hablar abiertamente y comprender profundamente.
Recientemente acompañé a una amiga a celebrar su cumpleaños. Con discreción y casi con timidez, una mujer desplegó su abanico. Al descubrirla, se sonrojó. Sin pensarlo demasiado, comenté en voz alta: “Normalicemos el uso de los abanicos, ninguna de nosotras es una adolescente". El salón se llenó de risas, y como por arte de magia, otras mujeres empezaron a abanicarse al ritmo de la música.
Desde entonces, he intentado mantener esa misma cadencia en mis conversaciones cotidianas. Cuando me preguntan si siento frío, respondo con una pizca de humor, atribuyendo los calores a las ventajas de la menopausia. Y si la pregunta es sobre el calor, simplemente dejo caer una observación sobre la implacable naturaleza del paso del tiempo.
Si la menopausia no constituye una enfermedad, sino más bien una etapa natural en la vida de las mujeres. Entonces, ¿por qué nos resulta difícil abordarla con naturalidad? ¿Por qué tendemos a asociarla con la vejez? Una reflexión sobre esto me conduce al estereotipo que hemos construido en torno a lo que se espera socialmente de una mujer. Una mujer debe ser madre, heterosexual, blanca, delgada, eternamente joven y sin discapacidad.
Desde el punto de vista estético, se refuerza de manera constante el uso de cremas y maquillajes aclarantes, alimentando la percepción de que la blancura es sinónimo de belleza. También se perpetúa la idea de que una mujer debe ser delgada, y vivimos inmersas en una abrumadora cantidad de anuncios sobre dietas, productos reductivos y rutinas de ejercicio.
Las campañas publicitarias desempeñan un papel crucial en la perpetuación de la presión social relacionada con la apariencia juvenil que se espera que las mujeres mantengamos a lo largo de nuestras vidas. Estas campañas no sólo promueven productos cosméticos como cremas antiarrugas, sino que también glorifican procedimientos invasivos como cirugías estéticas y tratamientos como el botox, presentados como vías hacia la eterna juventud.
La constante exposición a estos mensajes publicitarios nos impone un estándar de belleza inalcanzable que provoca ansiedad, depresión o baja autoestima en muchas mujeres. Aun siendo conscientes de estas presiones sociales, muchas de nosotras nos vemos arrastradas en momentos de vulnerabilidad, dedicando tiempo, dinero y esfuerzo en la búsqueda de una apariencia que se ajuste a normas irreales.
Con la llegada de la menopausia, esta sensación se amplifica, y a menudo nos enfrentamos a una especie de "pepe grillo" en nuestra mente y corazón. Este "pepe grillo" actúa como nuestra voz interior, recordándonos que debemos aceptar alejarnos gradualmente de esos estándares de belleza, guiándonos hacia la redención y la madurez.
Aunque en generaciones pasadas esta voz interna pudo ser más aceptada, en el siglo XXI las mujeres nos encontramos reflexionando desde una perspectiva distinta. Nos enfrentamos a una serie de interrogantes sobre las percepciones y estereotipos arraigados. Aún nos vemos afectadas por la sensación social de que estamos llegando al final de una etapa en la vida en la que, lamentablemente, el valor de una mujer parece todavía depender en gran medida de su capacidad para cumplir con los estándares estéticos impuestos por la sociedad. Esto hace que la transición a la menopausia siga siendo dolorosa, frustrante e inhibidora.
Toca reflexionar más sobre los estándares sociales de belleza y la arraigada percepción de la feminidad que aún prevalecen; promover más conversaciones públicas sobre la menopausia, enfatizando la importancia de la salud y el bienestar general. Requerimos informarnos más para eliminar los discursos estereotipados y los mecanismos socioculturales que perpetúan mitos y estereotipos opresivos y discriminatorios acerca de la madurez de las mujeres.