Entre los puestos atiborrados de mercancía, uno permanece vacío. Sin embargo, bajo el tendido de manta rosa, una niña se ha parado y espera:
—Bueno niña, y tú ¿qué vendes?
— Yo, esta nube.
—¿Cuál nube?
—La que está allá arriba.
—¿Dónde?
—Aquí encima, ¿no la ve?
Recuerdo haber escuchado este pequeño fragmento de La vendedora de nubes, de Elena Poniatowska, como parte de un programa de radio-teatro que se transmitía hace algunos años en mi ciudad.
Por esa época yo aún no pensaba en vender nubes, aunque –mientras escuchaba dicho programa– miraba al cielo y descubría atónita un mundo de formas y movimientos: animales, seres deformes, algunos monstruos e, incluso, nubes que corrían una detrás de otra para alcanzarse o sobreponerse. Confieso que muchas veces hablé con ellas.
No tengo claro en qué momento y porqué razón dejé de interactuar con las nubes. Fue Devika –una amiga de la India– quien me hizo volver a ellas. En su estancia en México la acompañé a recorrer algunas calles y pueblos, en su andar no paraba de fotografiar el cielo; después de varios días de presenciar esa práctica tan peculiar para mí, la curiosidad me invadió y le pregunté:
—¿Por qué tomas tantas fotos al cielo?
—Tiene una riqueza de nubes que yo nunca había visto.
La respuesta de Devika me dejó de una sola pieza. Miré entonces con disimulo al cielo y sí, me pareció entonces reconocer que era cierto: El cielo de esta tierra tiene colores distintos, digamos, algo así como colores de todos los colores; nublados aborregados, pero también limpios; cielos despejados radiantes, pero también nostálgicos; cielos rojos, cielos tapiados de una negrura intensa, y cielos teñidos de un tenue gris. A decir verdad, desde ese día no dejo de mirar al cielo todos los días, y todas las noches, para revisar que esa diversidad siga ahí presente, y no sea sólo producto de mi imaginación.
Hace poco estuve en el Museo de Bellas Artes en la Ciudad de México, volví a disfrutar de las pinturas del Dr. Atl y de José María Velasco. Sólo que en esta ocasión las vi con otros ojos, en sus obras encontré esos cielos, el poderío de esas nubes que quedaron plasmadas como fuente de su inspiración. A veces me pregunto cuántos secretos del cosmos más habría desentrañado Tales de Mileto o Galileo Galilei si hubiesen tenido estos cielos… ¿habrán tenido estos cielos, o sus cielos habrán sido otros, si es así en qué eran diferentes?
Escribo, y mientras escribo, los rayos de Sol se cuelan por mi ventana y cortan las nubes. Me detengo, las miro. Contengo la respiración, las observo. Dispersas. Tenues.
Escribo, y mientras escribo, cambio el ritmo de mi playlist. Escucho que “parecemos nubes, que se las lleva el viento, cuando hay huracanes, cuando hay mal de amores”…
Escribo y me pregunto de cuántas cosas no somos del todo conscientes; cuántas cosas hemos dejado de vivir absortos en la vorágine de estos tiempos. Desde hace dos años he tratado de volver a las cosas simples de la vida, a darme tiempo para salir algunos días sin tener que correr. Salir y detenerme, cualquier tarde, a disfrutar de una puesta de Sol, a mojarme bajo la lluvia.
Escribo y cierro los ojos para recorrer estos cielos, para dar un paseo… Puede que en breve, ponga un puesto vacío y empiece por vender una nube, solo una.