Entre más se acerca el fin de sexenio más incierto se vuelve el inicio de la siguiente administración. Las diferencias entre Claudia y Andrés parecen ser más evidentes. El segundo le impone agenda a la primera, se dejan ver las luchas intestinas por los nombrados en el gabinete y por los no nombrados. Mientras Claudia se presenta en diversas reuniones entre las que destacan acuerdos con empresarios, el presidente deja claro que seguirá activo en política después de terminar su mandato.
Llega el momento para los ciudadanos de exigir una vida de futuro. Unos, quienes votaron por Xóchitl, todavía se sienten abrumados por el apabullante resultado y promueven su sospecha de un fraude y otros, quienes apoyan a Claudia, están optimistas en que las cosas no cambien, que sigan como están porque les parece que van bien. Lo real es que necesitamos nuevos caminos para lograr nuestros objetivos. Esta es la esperanza que podemos cultivar de ahora en adelante.
Jessica Cortés en un texto publicado en la web por Mente y Psicología, refiere a Making Hope Happen y plantea la hipótesis de que la forma como pensamos el futuro determina cómo vivimos nuestra vida y por eso la esperanza debe ser el motor que impulse nuestro actuar. Por su parte, Shane Lopez define a la esperanza como un estado orientado hacia el futuro, nuestros sentimientos nos elevan y nos dan la energía para mantener el esfuerzo. Lopez dice que podemos aprender la esperanza y compartirla con otros porque es siempre activa y requiere voluntad. La esperanza es la creencia que tiene una persona de que su futuro será mejor que el presente y el pasado. La persona piensa que tiene el poder para lograr que sea así, cree que tiene varios caminos e igual cree que el camino elegido no está libre de obstáculos.
Terry Eagleton, en su libro Esperanza sin optimismo, diferencia al optimista del que tiene esperanza. Eagleton dice que el optimista vive concediendo que las cosas irán mejor para él, está cerrado y nada ocurre, contempla el futuro como un asunto terminado, todo irá bien. El pesimista también está atrapado como en una prisión, sin aventurarse en otros mundos posibles. Los dos, optimista y pesimista, están ciegos ante las posibilidades.
El optimista no mira al futuro, sólo al presente, no cuestiona las estructuras sociales en las que él mismo está y encuentra su devenir. El optimista se haya sometido sin esperanza al sistema vigente pero no es consciente de ello, carece de capacidad crítica, porque sólo quien espera puede criticar.
Byung Chul Han (coreano), en una conferencia sobre la esperanza, sostuvo que es un estado de ánimo basado en la trascendencia, la fe y el amor. Nos dice que, en una sociedad orientada a trabajar, producir y consumir, no hay tiempo para la trascendencia ni para la esperanza, ya no estamos en la capacidad de alegrarnos o regocijarnos y lo hacemos en ocasiones por cosas elementales como el fútbol.
La esperanza se orienta hacia aquello que todavía no es. Dice San Pablo: “cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más”. ¿Se puede esperar lo que se ve? Gabriel Marcel filósofo de la esperanza sostenía que ésta se encuentra en el tejido de una experiencia en curso, esperar es dar crédito a la realidad, creer en la realidad portadora de futuro.
La esperanza nos convierte en portadores de futuro. No es un pronóstico, está orientada al corazón, es la capacidad de trabajar por algo que es bueno. No porque tenga un éxito garantizado. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo salga. Presupone valor y fe, para volver a intentarlo una y otra vez. Implica estar alerta en todo momento para identificar eso que todavía no nace. También implica estar preparados para crear las condiciones que le permitan nacer. La esperanza es visionaria y profética, es la partera de lo nuevo. Sin esperanza no hay cambio posible ni futuro.
La desesperanza es la mayor enfermedad y la mayor desgracia es no haber padecido nunca. Evitemos desmoronarnos. Podemos mantener viva la esperanza porque aún tenemos nuestra dignidad. No debemos darle gusto al adversario de vernos presos del pánico. La cuestión es no desesperarse, aunque de momento veamos que todo está perdido, pero nosotros no. Hay que negarnos a rendirnos, por sombrío que veamos el futuro. Siempre podría haber sido diferente, de acuerdo, pero si no luchamos contra lo que parece inevitable nunca sabremos si era realmente inevitable.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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