La determinación de los universitarios de sumarse a la manifestación que lleva a cabo personal del poder judicial de la federación encendió las luces de alerta en palacio nacional. Si existe un bloque al que no desea enfrentar el presidente Andrés Manuel López Obrador, ese es ni más ni menos que a éste, al de los estudiantes universitarios.
No quiere el mandatario, de ninguna forma, tener que lidiar con su némesis, sabe perfectamente que no puede endurecerse o radicalizarse de más con este sector de la sociedad, que, a decir verdad, hasta antes de esta determinación, la de sumarse a la protesta del poder judicial, era inexistente su participación en las cuestiones políticas del país.
Lo peor para los universitarios, es que, en el mismo sentido, la presidente electa salió a robustecer la visión de su líder, como en otras ocasiones claro, tampoco es novedad; aunque con ello, cada vez que defiende la posición de quien le entregará la banda presidencial se enreda más en una percepción de control y dominio por parte de aquél.
Por consiguiente, tanto para López como para Sheinbaum la decisión de los estudiantes ha sido por rendirse a una manipulación de sus profesores; es decir, no les dan un pequeño espacio de respeto ante el surgimiento de una determinación que únicamente a ellos compete.
De esta forma, para el presidente saliente y la entrante, la suma de voluntades a una protesta que, legítima o no, es real, obedece a un blanqueo de mente y conciencias de quienes se inclinaron por el estudio del derecho como forma de vida, lo cual es, en términos prácticos, restarle a su libertad de pensamiento; aunque es precisamente parte básica de la instrucción que se recibe en el Alma Mater.
Minimizar o aplanar a quienes por naturaleza deben tener mecanismos para liberar su conciencia con la reflexión, significa una terrible falta de respeto. Es incitar con ello, al menos parece ser la intención, que se perciba que no cuentan con el desarrollo natural que provoca en el estudiante el interés por estudio e investigación para formarse un criterio propio.
En la Facultad de Derecho se estudia su historia, sus inicios, desarrollo, así como el comparativo con diferentes culturas, llegando a entender, comprender y reflexionar sobre el que corresponde a México, así como las bases sustantivas que dieron origen a las leyes que hoy nos rigen, como la propia Constitución, hoy hecha trizas por quien juró defenderla.
En el marco del interés natural de los estudiosos del Derecho, se incita a descubrir el conocimiento de la doctrina para impulsar una crítica sustentada con argumentos seleccionados con oportunidad, no limitativa, para entender a los autores y ofrecer una visión propia, a la que se llega después de haber hurgado en los confines de las mentes brillantes, y alcanzar a dibujar un concepto propio.
Lástima que esto no se entienda, y peor aún, quienes no lo hacen, califican a la ligera como si de tontos se tratase a quienes deciden estudiar esa carrera; pues al presumir que son presas fáciles de la manipulación, restan de suyo propio la mínima posibilidad de que los jóvenes comprenden su entorno de acuerdo como lo que perciben sus sentidos, y que dan pie a la reflexión, dado que la ley, a través del tiempo, es interpretativa.
Parte de esa condición. La Interpretación, es lo que hace la Corte, que, de hecho, ofrecen la certeza que sus determinaciones y conclusiones vienen precedidas de un profundo estudio de cada caso que llega a esa instancia, lo que no puede delegarse a improvisados, nuevos abogados o anfitriones de reuniones con un carácter carismático para conseguir el favor de los votantes.
El derecho es cosa seria. Condición que no entienden ni el presidente ni su sucesora, menos aún sus empleados distribuidos en un congreso, de hecho, inexistente para la idea fundamental de su razón de ser, pues debería ser contrapeso del otro poder, el Ejecutivo, ya que, en esencia, ninguno de los poderes de la unión debería estar por encima de otro.
Al menos esa es la idea constitucional, aunque en la práctica sea otra cosa. El congreso, se encuentra al servicio del poder ejecutivo, y de forma particular, del titular del ejecutivo federal, quien se ha convertido en el único que decide, que ordena, que exige. Como consecuencia del temor que le tienen sus correligionarios, se cumplen todas sus decisiones, ya sean caprichos o no.
Ante la reforma al poder judicial, los estudiantes de derecho se dan cuenta que la intención es una, ejercer control sobre ese poder. Para pasar sin cortapisas las reformas constitucionales en cascada que ha encargado con descaro el presidente que termina maniatando a la que empieza.
Por eso, en congruencia con su preparación, los estudiantes ejercen su derecho de expresar que no quieren ver derrumbado el sistema que nos cobija; el cual, les permite luchar por conquistar puestos con base en estudios y mejor desempeño para coronarlos con cargos encomendados a quienes se los merecen.
La carrera judicial no es un invento, es el inicio y el fin de la importancia del tercer poder de la unión. Quebrar eso, es perder la objetividad de quienes no tienen necesidad de ser simpáticos para conquistar votantes, su labor es más importante; en esencia, su trabajo consiste en cuidar que las leyes se apliquen correctamente, y resolver conflictos.
Sheinbaum, al señalar que le parece que “no han leído” la reforma, muestra una actitud condescendiente, alejada definitivamente de una postura de alcances estadistas, sin permitirse escuchar expresiones de quienes opinan diferente, pero que también son ciudadanos.
El trato poco cortés que han dispensado López y Sheinbaum a los estudiantes universitarios, puede generar más dolores de cabeza de los que quisieran tener, no están dejando margen alguno, la radicalización de ambos, lo único que consigue, es un enfrentamiento más frontal. Y ambos saben perfectamente cuales son las consecuencias de ese desdén.