Mientras escribo este texto parece estar consumada la reforma al poder Judicial propuesta por López Obrador, al menos en su parte sustantiva. Debo confesar que me causa profunda tristeza, por un lado, el burdo chantaje político que el actual régimen utilizó para presionar e intimidar a sus adversarios y, por otro, la respuesta de los personajes que tienen temor ante la embestida del sistema, consecuencia de que en su actuar político cometieron alguna falta que originó tal persecución. En lugar de explorar los intereses comunes, las coincidencias posibles, para que los participantes quedaran satisfechos, impusieron su postura y dejaron muchos heridos en el camino. Sospecho, con dolor, que a partir de hoy los mexicanos estaremos más divididos y más confrontados que ayer.
Esta situación evidencia la crisis de moralidad y ética que tiene los dirigentes políticos o representantes populares. Quedan muchas preguntas al aire, después de este sainete, para unos, una victoria demoledora, para otros, el fin de la división de poderes del sistema democrático que durante años construimos muchos. Bien lo dijo el senador Colosio “…el pueblo de México nos dio un mandato, pero no un cheque en blanco, nunca dos poderes se unieron para quitarle poder al otro”. Vimos las posiciones de los proponentes y de los opositores, pero no pudimos conocer, a ciencia cierta, los intereses ocultos de cada uno. Ante esta situación, ¿existían alternativas para que todos ganáramos?
Si el presidente vive en un país irreal, yo quiero proponer un camino, para el país real, que hubiera resultado mejor para todos. Claro, ya sabemos que lo difícil es que el régimen acepte el diálogo y la negociación para llegar a un acuerdo que nos dejara satisfechos a todos, incluidos ministros, jueces, estudiantes, trabajadores, sociedad en general (justiciables) y gobierno. Sí se puede, bueno, sí se podía, pero faltó visión y voluntad.
En mi opinión, la alternativa es clara: la negociación política que busca resolver conflictos entre dos o más personas y cuyo objetivo podría ser mejorar el sistema de justicia para hacerla expedita y al alcance de las y los justiciables, como dicen los abogados. Y no se necesita ser experto en negociación para entender un modelo simple en el que todos ceden y todos ganan. El camino era buscar un acuerdo donde todos salieran satisfechos.
Permítanme traer a colación mi experiencia con la escuela de negociación de Harvard que hace años realizó un amplio análisis sobre los procesos de negociación. Esos análisis demostraron que hay negociadores blandos, figuras inexpertas que buscan ser amigos de la contraparte y buscan una relación personal más que de política; con este perfil el conflicto no se podía evitar, pero se debía gestionar la resolución. El otro perfil es un negociador duro, siempre quiere imponer, ganar; de hecho, gana en el corto plazo, pero en el largo plazo pierde mucho
Estos negociadores duros recurren a cualquier truco o artimaña legal para obtener el poder; es fácil que recurran a la presión o al engaño, sacrifican lo que sea para alcanzar su objetivo, se ganan muchos enemigos “de a gratis”; consideran válido imponer su mayoría. A partir de las escenas de ayer, y días anteriores, es el caso de Morena. Sus líderes parecen no darse cuenta de que todos estamos en el mismo barco y que nos necesitamos unos a otros para hacernos más fuertes ante las naciones y generar más riqueza gracias a un sólido estado de derecho.
Para alcanzar una reforma con la que todos ganáramos se requería tener, además de voluntad política, la capacidad de entender que sólo una negociación colaborativa, con altura de miras, con personas que se comportaran como caballeros (y damas), duros con el problema y blandos con las personas, nos llevaría a un acuerdo de ganar-ganar porque siempre es posible encontrar acuerdos para expandir los beneficios buscados, fundamentalmente a las y los ciudadanos. Las tácticas que usaron, especialmente en las últimas horas (acoso, extorsión, amenaza) tarde o temprano le cobrarán factura al próximo gobierno y mucho más a las y los ciudadanos.
¿Qué tenemos después del deplorable espectáculo en el Senado y San Lázaro? Una reforma que responde a caprichos, posiciones ideológicas irreductibles, odio a los diferentes y deseo de venganza. Los integrantes de la mayoría despótica actuaron con soberbia, que nunca es buena consejera, menos en política. ¿Y la humildad que sí es una virtud en cualquier circunstancia de la vida? Nadie se acordó de ella. Existían alternativas, pero nos faltaron líderes (y lideresas) para proponerlas. Vienen tiempos difíciles para las y los ciudadanos libres. Sólo me queda decir que hay que seguir en la lucha por difícil que parezca. Hay que empezar la resistencia civil activa y pacífica. Que no muera la esperanza.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.