El presupuesto de egresos es uno de los principales instrumentos de política pública que tiene varias etapas para su integración y aprobación. Para entenderlo sencillo, piense en el gasto de su familia. Primero, hay que considerar las expectativas de qué podría pasar en el siguiente año (criterios de política económica), luego fije de dónde llegarán sus ingresos (ley de ingresos) y finalmente en qué quiere gastar sus recursos (presupuesto de egresos).
Así las cosas, el gobierno de México presentó su presupuesto por 9 billones 302 mil 015 millones 800 mil pesos. La Cámara de Diputados aprobó recortes por 30 mil 220 millones de pesos que afectarán al poder Judicial, al Instituto Nacional Electoral, la Auditoría Superior de la Federación y los órganos autónomos (los que sobreviven).
Con anterioridad, el Partido Acción Nacional presentó un presupuesto alternativo donde pedía reasignaciones por 416,052 millones de pesos que, entre otros aspectos, consideraba canalizar 211,000 millones a salud, 42,500 millones a seguridad, 12,000 millones a educación y 21,000 millones a carreteras y caminos rurales. Por lógica, en el debate parecía posible recortar recursos al Tren Maya, a la refinería de Dos Bocas y a Pemex. Sin embargo, la mayoría morenista no los aceptó. Cuando no se aprueban cosas lógicas, que se antojan alcanzables, para mejorar la salud, la seguridad, la educación y los caminos, dado que son la preocupación de millones de mexicanas y mexicanos y se pierde el debate, viene a mi mente el efecto Dunning-Kruger, así que paso a describirlo.
Hace años, el 19 de abril de 1995, para ser precisos, McArthur robó un banco con la cara bañada con jugo de limón, él creía que su cara era invisible para las cámaras de vigilancia; pensaba eso porque el jugo de limón funciona como tinta invisible en una hoja de papel. La policía transmitió las imágenes de las cámaras de vigilancia en las noticias locales de las once y poco después de la media noche arrestaron a Arthur. Incrédulo atinó a decir “…pero ¿cómo? me puse el jugo…”
Desconcertados por el razonamiento de este singular ladrón, David Dunning y Justin Kruger ambos psicólogos, estudiaron este y otros casos, y llegaron a la conclusión de que las personas con pocas habilidades en una tarea tienden, paradójicamente, a sobreestimarse. A este efecto cognitivo se le denominó efecto Dunning-Kruger.
Es el caso que, si debatieran, para ganar el voto, un tonto, un buen estudiante y un sabio maestro, el resultado con mucha seguridad sería: el tonto sabe sólo un poco, pero tiene mucha confianza y expresa sus opiniones en voz alta y sin vacilaciones, aunque no se da cuenta de su ignorancia. El estudiante sabe más, pero no puede emplearse a fondo porque le falta confianza y prefiere callar. El sabio maestro tiene confianza, pero entiende cuán complejas son realmente las cosas, de aquí que expresa sus opiniones con reservas. Al final del encuentro, el tonto gana el voto popular porque tiene mucha confianza de ser dueño de la razón y la gente tiende a confiar en esa certeza. Dada la anterior analogía, estimados lectores y lectoras, comprenderán por qué se pierden las votaciones, aunque se ganen los debates.
Pongo otro ejemplo. Si le pides a la población que done sangre habrá muchos dispuestos, pero si le dices que pagarás por ello, muchos se negarán. Esto se debe a que, según la teoría de la autodeterminación, tenemos tres necesidades básicas que impulsan nuestro comportamiento. Primero, está la autonomía, ser capaces de tomar nuestras propias decisiones. Segundo, está la competencia, debemos sentir que tenemos las habilidades necesarias para hacer el trabajo nosotros mismos. Y tercero, está la necesidad de experimentar un sentido de pertenencia, de ser necesitados y no sentirnos inútiles o como extraños.
Todos podemos tener intereses cambiantes y deseos en conflicto ante el incierto panorama social y económico que se nos presenta. Para salir de donde nos encontramos y hacer valer nuestra capacidad ciudadana de personas que saben, y saben mucho, como el estudiante y el sabio maestro, debemos tener una motivación. Encontremos nuestra motivación. Comentemos y compartamos nuestras aspiraciones más profundas, más sentidas. Debatamos con seguridad, presentando con respeto nuestros argumentos. No dejemos que algún tonto imponga su razón sólo porque confía en su propia ignorancia.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.