La emergencia provocada por la pipa volcada con más de 40,000 litros de gas LP en el puente de la Concordia, en Iztapalapa, CDMX, el pasado 10 de septiembre de 2025, cuyo incendio dejó más de 70 personas lesionadas y 20 fallecidas, nos confirmó que la información a la que se tiene acceso de manera más fácil e inmediata en materia de emergencias y desastres proviene de las redes socio-digitales y, en segundo lugar, de la televisión.
La nota roja y amarilla son el formato más utilizado para la presentación de estos sucesos. La noticia relata la emergencia justo en el momento en que se desarrolla —de preferencia en tiempo real— y está causando daños, exacerbando el impacto destructivo de los fenómenos: piedras cayendo, fuego desatado, agua desbordándose o arrastrando objetos, animales o personas; vehículos destrozados, edificios colapsados, fierros retorcidos y un largo etcétera de imágenes que perturban y conmueven.
Un exceso de imágenes, datos y opiniones sin contexto. Muy poca información de fondo sobre las causas que lo anteceden o de sus consecuencias posteriores. Es difícil encontrar piezas informativas con análisis normativo, investigación, reflexión o debate serio y documentado. Mucho menos infografías o sketches didácticos de carácter preventivo en horarios estelares. Los especialistas en desastres y emergencias son de los menos consultados, a pesar de que todos los días ocurren emergencias.
Lo que invade las pantallas es la narrativa lacrimosa de la desgracia humana o los juicios de valor y arengas contra los presuntos responsables. Los casos de los niños quemados en la Guardería ABC en Hermosillo, Sonora (2009); el colapso de un tren de la Línea 12 del Metro en la CDMX (2021); la muerte de 40 migrantes en un incendio en una estación migratoria en Ciudad Juárez (2023); y este último de la pipa, donde vimos en todas las pantallas imágenes dantescas de personas caminando con el cuerpo cocido por las llamas.
Otro elemento constante en el manejo informativo de las emergencias y desastres es su superficialidad y espectacularidad: notas que alimentan la pantalla con imágenes fuertes y catastróficas, pero de sus resoluciones y deslinde de responsabilidades casi nunca se conoce en la pantalla, ni se difunden con la misma reiteración y exageración que los hechos trágicos.
Sin datos e información objetiva sobre causas y consecuencias de las emergencias y desastres, la sociedad no podrá generar conocimiento ni reflexión sobre sus propias vulnerabilidades y las amenazas en su entorno, mucho menos aprendizajes que la motiven a emprender acciones preventivas y la no repetición de las calamidades; mucho menos involucrarse en la gestión de riesgos en su propia localidad.
¿Qué se necesita entonces para tomar buenas decisiones en materia de riesgos a la población? Conocimiento, experiencia e información son tres elementos fundamentales a la hora de decidir. El primer elemento es para saber qué hacer; el segundo, para hacerlo de la mejor forma; el tercero, para contextualizar, anticipar y evaluar los resultados que se pueden obtener. En la actualidad, un cuarto elemento es la tecnología, que engloba desde los medios de comunicación y dispositivos electrónicos hasta la big data, la inteligencia artificial, la automatización de procesos y aquello que llaman el Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés). Su uso es un potenciador de decisiones y un recurso que te puede salvar la vida.
La gran mayoría de la población hoy tiene acceso a la tecnología en sus múltiples variantes. Sin embargo, el acceso a ésta no necesariamente implica acceso a la información ni al conocimiento. Las personas que se saturan de datos, imágenes, memes y videos de forma tan vertiginosa e indiscriminada, antes de acceder a un conocimiento específico y una experiencia determinada que los conduzca al entendimiento de un proceso o fenómeno, son llevadas a un hartazgo e indigestión informativa —permítame la expresión— que limita las capacidades cognitivas, la imaginación y la creatividad.
El uso adecuado de la tecnología y de los medios de comunicación es una realidad y debe estar en todos los planes de protección civil y seguridad de las ciudades. Las aplicaciones digitales que permitan identificar riesgos circundantes, así como recursos y apoyos disponibles, deben ser ya un derecho de los ciudadanos para su protección y seguridad. ¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa
Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
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