Adolfo López Mateos: El último estadista de México
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Adolfo López Mateos: El último estadista de México

Miércoles, 24 Septiembre 2025 00:15 Escrito por 
Inventario Inventario Jorge Olvera García

Con acierto, el célebre primer ministro británico Winston Churchill dijo: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Eso fue, precisamente, lo que significó aquel que nació en Atizapán de Zaragoza: virtud hecha hombre, convertido en el último estadista mexicano en llegar a la Presidencia, quien nos enseñó “la veneración y el acendrado amor por nuestra alma mater, en las que se conjugan el respeto a los hombres de su pasado luminoso y la esperanza de un fecundo futuro que se afirme en la base de su laborioso presente”.

El más pertinente de todos, cuya humanidad incomparable se transformó en grandeza posible. Hombre a la altura de los más sublimes, de elocuencia singular, afable y elegante, de metáfora fina y lengua de bronce, en quien se multiplicó la inteligencia de Horacio Zúñiga Anaya, la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, la estética de Laura Méndez de Cuenca, la nobleza de Enrique Carniado, la gallardía jurídica de Ignacio Ramírez Calzada, la genialidad de Ignacio Manuel Altamirano y la sensibilidad infinita de Leopoldo Flores.

Decimos estadista porque López Mateos tuvo visión de Estado, más allá de un sexenio, para servir a las colectividades. Es inevitable que, en pleno siglo XXI, cuando se hable de industria eléctrica se evoque su nombre; es inevitable pensar en los libros de texto gratuitos cuando se hable de instrucción; es inevitable recordarlo cuando se mencione la recuperación del Chamizal en materia de política exterior; es inevitable traerlo a la memoria cuando evocamos la Guerra Fría y su diálogo con John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, hombres que, como él, fueron hijos de la educación pública universitaria.

Es impensable venir a Toluca y no ver en su esfinge la corona que da identidad al valle; es impensable recorrer Ciudad Universitaria y no recordar que fue él quien gestionó y fundó este recinto del saber; es impensable olvidar al gran bibliotecario, sencillo y humilde, que llegó a la Presidencia de la República.

Y es igualmente impensable hablar hoy del bloqueo económico a Cuba sin rendir homenaje a Adolfo López Mateos: el presidente que, en medio de las presiones hemisféricas, se opuso a la determinación de la OEA y mantuvo el reconocimiento y apoyo a la isla caribeña, reafirmando la tradición mexicana de una política exterior independiente, soberana y solidaria. Ese gesto, que honró nuestra diplomacia, fue también una lección de dignidad para toda América Latina.

Es inimaginable reflexionar sobre el rescate de la cultura mexicana y no nombrar el Museo Nacional de Antropología, el Museo de Arte Moderno y todo el circuito cultural que edificó y que hoy palpita con renovada fuerza. Es imposible pensar en la economía mexicana sin recordar el “milagro mexicano” bajo su conducción.

Eso, señoras y señores: eso es un estadista.

El mismo que, en 1943, siendo director de Talleres Gráficos de la Nación, permitió que se imprimiera por primera vez el Canto General de Pablo Neruda, obra que más tarde contribuiría a que el poeta recibiera el Premio Nobel de Literatura. Neruda, agradecido, buscó estrechar su mano y conocerlo. Yo mismo, cuando fui rector de nuestra Casa Verde y Oro, intenté editar de nuevo esa obra en coordinación con la Fundación Pablo Neruda, pero el tiempo —que nos hizo ganar y perder tantas cosas— ya no me alcanzó. Eso, amigos míos, también es un estadista.

Con orgullo, siempre me he sentido hijo de nuestra alma mater, vástago crecido al amparo del árbol de la mora, fruto de esta casa alba que soñó, edificó y construyó Adolfo López Mateos: el estadista, el orador, el icono de la universidad del pueblo, hecha por el pueblo y para el pueblo; el palacio de los Cien Arcos, magnánimo, templo donde se resguardan columnas de pensamiento, filosofía, bondad, dignidad y convicción.

La UAEM es un ente aspiracional, sueño y meta de millones de jóvenes mexiquenses que, al igual que el expresidente, depositan en ella sus más altas expectativas de vida. Dedicar estas líneas a uno de los más notables intérpretes de ese anhelo es ser hijo suyo para siempre; es amar a la Universidad, engrandecerla, respetarla, como sólo se puede con la institución que nos formó, templó nuestro carácter y nos transmitió los valores esenciales que aún guían nuestro camino.

Llegué con su ejemplo y me fui recordándolo con homenaje. Mi último acto como rector de la Universidad fue el 13 de mayo de 2017, cuando tuve el honor de inaugurar el Centro de Documentación Presidente Adolfo López Mateos, espacio que resguarda documentos históricos, públicos y personales donados por su familia, y que se erige como un reconocimiento al creador de ese olimpo llamado Ciudad Universitaria. Porque, como él mismo decía: “El esfuerzo del hombre no es inútil, el hombre pasa, pero la obra queda”.

Su labor fue el más alto honor, la más elocuente virtud, el gesto más admirable. Siempre lo acompañó la palabra justa, la sonrisa franca y esa voz de fuego fundida en bronce que nos recuerda: “Puedo únicamente asegurarles que mi modesta obra fue una entrega total de mi pensamiento, de mi voluntad y de mi emoción, para hacer de nuestra vieja casa de estudios un instituto siempre renovado como un impulso hacia la cultura, siempre acendrado en las viejas esencias que en estas aulas, desde estos arcos, por estas calles de nuestra ciudad difundieron, desde 1828, todo lo que era enseñanza y ejemplo”.

Patria, Ciencia y Trabajo.

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