El periodista hoy camina por “La Soledad”, el panteón de Toluca. Visitará este fin de semana a Pilar, su madre, pero se tomó un rato de la tarde para adelantarle un ramo de lirios blancos, sus preferidos. El cementerio luce bonito, pero sólo en la entrada, donde se escenifican, dijo el alcalde Moreno, noches de historia, misterio y tradición en los recorridos de La Soledad. Y sí, son historias de terror. Limitan el acceso como si estuvieras en la frontera de Trump, para que nadie se cuele sin pagar (aunque la entrada es gratis) y, en las orillas, destacan montones de basura. Pero es un hombre que sólo alcanza a ver la sala de su casa sin acercarse al patio.
En DigitalMex, ya Miriam Montiel, su directora, revisa las postrimeras notas antes del deceso cruel. Siempre responsable y fiel, de ella Doña Huesos no tuvo compasión. De esos seres quiero, y con la guadaña recargada en su manto negro, uno a uno, de esa empresa, al panteón fueron a dar. Hoy, de ese medio tan amable y tan temido, sólo quedan los vestigios de su estancia terrenal. Descansen en paz.
Este fin de semana, nuestros panteones, por la noche y la madrugada, se vestirán de celebración para recibir a esos seres que fueron ejemplo de enseñanza y amor. El Día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos tiene que ver con que la muerte no es un final, sino otra forma de existencia. Por eso, en su paso por la tierra viva, les preparamos ofrendas con comida y fotografías, y les rendimos culto con flores, velas y oraciones. Es una celebración de la vida y la muerte.
Personalmente, he ido al panteón a velar a mis abuelos desde que tenía cinco años, hace ya 50. Ahora también velaré a mi padre. Encendemos una fogata para calentarnos y llevamos flores, cempasúchil, nube, crisantemos, veladoras y oramos en silencio.
El sacerdote, a las 12 de la noche y también a las 2 de la mañana, recorre el camino principal desde la vieja entrada, que data de los años 1800, hasta la capilla al fondo del cementerio, tocando una campana para llamar a misa y orar. Es un rito que, en mi religión, anuncia la llegada de Cristo al mundo de los vivos.
Pero hoy las cosas han cambiado. A los panteones sólo vamos los viejitos para preservar una de las tradiciones más antiguas de México. Se tienen registros desde el siglo XVI, es decir, desde hace más de 500 años. Los jóvenes no van por flojera, para no levantarse. Es más fácil argumentar que a los muertos se les lleva en el corazón, que es una religión que manipuló a los indígenas o incluso, hasta que los españoles se disculpen. Yo lo veo más por respeto a quienes me enseñaron. Una frase de la sabiduría dakota, de los apaches de Norteamérica, refiere que “Seremos conocidos para siempre por las huellas que dejemos”.
Y así, el tiempo pasa y las tumbas van quedando en el olvido. En casi todos los panteones hay sepulcros que datan de los años 700, 800, que en algún momento recibieron a un huésped entre lágrimas y el dolor de la partida. Fueron tumbas con flores que ahora son sólo monumentos históricos sobre los cuales se hace teatro de terror, ubicados en pasillos donde los niños se esconden para dar sustos, porque sí, ahí habitan los espíritus de la gente que amamos o que odiamos…
Lo llaman actualidad. Estos días son para mejor irse a la playita y, regresando, si hay tiempo, llevar unas flores al difuntito.

