Inmigrantes, bandidos y una nación ausente: La verdad sobre la pérdida de Texas
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Publicado en Opinión

Inmigrantes, bandidos y una nación ausente: La verdad sobre la pérdida de Texas

Viernes, 07 Noviembre 2025 00:05 Escrito por 
Ecos del pasado Ecos del pasado Juan Manuel Pedraza Velásquez

Un 7 de noviembre de 1835, la convención de colonos texanos declaró su independencia respecto a la nación mexicana. La decisión formó parte de una larga cadena de acontecimientos en los cuales la inestabilidad política, la falta de comunicación y la desidia de la nación mexicana fueron el caldo de cultivo perfecto que propició la pérdida del territorio texano. Aunque la versión popular fue que Antonio López de Santa Anna “vendió” Texas, es necesario señalar que la pérdida de Texas es solo un episodio más, producto de la larga inestabilidad política de nuestro país en el siglo XIX.

Para comprender este punto, es necesario adentrarnos, aunque sea someramente, en el “Destino Manifiesto”, una ideología que se remonta al siglo XVII, que asegura que los Estados Unidos tenían una predisposición divina a expandir sus dominios por todo el continente y más allá de este. Esta premisa tuvo como consecuencia la invasión y apropiación de varios territorios indígenas y la compra a extranjeros de grandes posesiones, como Luisiana, comprada a Francia en 1803. Bajo esta idea, muchos estadounidenses veían como algo natural el adueñarse de posesiones que no eran suyas; a fin de cuentas, esto contribuiría a la grandeza de su nación.

En el caso del territorio texano, este fue abandonado por la corona española, a tal grado que, para el siglo XVIII, Texas solo contaba con tres poblados fundados por españoles. Con la Independencia de México, los primeros gobiernos buscaron darle cierta importancia a la zona. Agustín de Iturbide fue el primer gobernante en aceptar una migración de colonos estadounidenses a territorio texano, concesión negociada por Moses Austin en 1821 y continuada por su hijo Stephen en 1823. Iturbide permitió la entrada de 300 familias para echar a andar la zona y darle cierto progreso a un territorio que había permanecido aislado.

Las concesiones no eran cosa sencilla: el Imperio Mexicano ofreció una serie de requisitos para los colonos estadounidenses, entre los cuales se encontraban adquirir la ciudadanía mexicana, abrazar la fe católica y fomentar futuros matrimonios de colonos estadounidenses con mexicanas. No obstante, los problemas políticos de México, aunados a la crisis económica y al casi nulo reconocimiento internacional, imposibilitaron vigilar el cumplimiento de esas condiciones. Incluso, en años posteriores, siguió llegando más migración (ilegal), atraída por las fáciles ganancias y los casi inexistentes impuestos que había en la región.

Muy pronto, el gobierno de Estados Unidos vio en Texas una posibilidad de expandir sus dominios y apropiarse de un territorio sin ningún tipo de vigilancia. Para ello, secretamente, el gobierno norteamericano fue promoviendo la colonización texana y enviando a dicho territorio a personajes de dudosa procedencia, cuyo único propósito fue promover la separación de Texas y la posterior anexión de ese territorio. El más famoso de estos personajes fue el excongresista y gobernador de Tennessee Samuel Houston, quien se estableció en territorio texano en el año de 1832.

Tarde o temprano, la situación de la colonización texana no pasaría desapercibida por los gobiernos mexicanos, enfrascados en inútiles discusiones políticas. El gobierno de México mandó varias comisiones para investigar la situación de los colonos y evitar que la cuestión texana se saliera de control. Entre estos visitadores, el más importante fue Manuel Mier y Terán, quien inspeccionó el territorio texano en varias visitas que se dieron entre 1829 y 1831. Durante sus visitas, Mier y Terán realizó un informe alarmante sobre la colonización texana, que incluía una frase que terminó siendo profética en la historia de México: “Si no se tomaban medidas urgentes, los colonos estadounidenses se rebelarían y Texas se perdería para México”.

En su informe, Mier y Terán expresó su preocupación por la migración ilegal y sin vigilancia de miles de colonos norteamericanos, quienes superaban por 27 mil habitantes a los ciudadanos mexicanos de la zona. Asimismo, destacó la falta de aplicación de la ley en Texas, donde había colonos que ingresaban con esclavos cuando, en teoría, la esclavitud estaba prohibida por el gobierno mexicano.

Lo anterior no pasó desapercibido para el secretario de Relaciones Exteriores, Lucas Alamán, quien se apresuró a tomar una serie de medidas para evitar la paulatina apropiación de los colonos sobre territorio mexicano. Estas medidas aparecieron en la Ley de Colonización de 1830, en donde se unió a Texas con el estado de Coahuila, se prohibió la migración ilegal, se invitó a europeos a colonizar la zona y se establecieron 11 aduanas con nombres en náhuatl para vigilar el traslado de mercancías y el cobro de impuestos de los estadounidenses. Todos intentos tardíos e inútiles por mexicanizar la zona.

Obviamente, las medidas no fueron bien vistas por los colonos norteamericanos, quienes las tomaron como una muestra de autoritarismo, abuso de poder y un atropello a la dignidad. En poco tiempo, las tensiones crecieron entre ambos bandos, a tal grado que los colonos plantearon la separación definitiva de México. Mientras los colonos planeaban su emancipación de un país que consideraban débil e inferior, nuestra nación seguía teniendo acaloradas disputas en el Congreso entre partidarios del federalismo (un gobierno con estados autónomos) y del centralismo (un gobierno fuerte que toma las decisiones para todo el país).

Quizás los políticos mexicanos no dimensionaron la magnitud de esta problemática, ya que las disputas siguieron en medio de debates, tensiones y organización de los colonos texanos. Finalmente, en 1835, el proyecto centralista triunfó y prometió medidas para frenar el abuso de los colonos y el constante intervencionismo de Estados Unidos. Esto fue el pretexto idóneo para los texanos, quienes, arguyendo la autoridad despótica del gobierno central, proclamaron su independencia. El resto es una historia muy conocida: Texas se independizó y posteriormente se anexó a Estados Unidos en 1845.

Estas líneas nos muestran que la negligencia, el abandono y el descuido de las autoridades pueden tener consecuencias fatales. Evidentemente, lo anterior expuesto no exime de su responsabilidad a los generales y líderes mexicanos que dirigieron las operaciones militares contra los texanos. Hombres como Vicente Filisola, Martín Perfecto de Cos y el propio López de Santa Anna cometieron errores tácticos y de estrategia que, al final, ocasionaron una terrible pérdida. Muchos de estos lúgubres personajes siguieron interviniendo en la política mexicana hasta mediados del siglo XIX.

Lejos de ser obra de un solo hombre, la pérdida de Texas fue consecuencia de una serie de factores que se comenzaron a desarrollar a lo largo del siglo XIX. La situación política, económica y social de nuestro país también contribuyó a esta catástrofe que pudo haberse evitado. Pese a que fueron hechos que se gestaron en el siglo XIX, la independencia de Texas nos da lecciones sobre la importancia de la unidad política en tiempos de crisis y las consecuencias que el entreguismo al extranjero tiene para los intereses nacionales. Hoy más que nunca, nuestro país debe voltear al pasado para vislumbrar mejor su presente.

Por Juan Manuel Pedraza, historiador por la UNAM.
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