Macron en México: el reencuentro de dos repúblicas ilustradas
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Macron en México: el reencuentro de dos repúblicas ilustradas

Miércoles, 12 Noviembre 2025 00:05 Escrito por 
Inventario Inventario Jorge Olvera García

Hay visitas que trascienden los protocolos diplomáticos y se convierten en símbolos de una época. La llegada del presidente Emmanuel Macron a México no es solo el retorno de un jefe de Estado europeo a tierra azteca, sino la evocación de una memoria compartida entre dos naciones que, desde el siglo XIX, han mirado hacia la razón, la cultura y la libertad como pilares de su destino. Dos repúblicas que, cada una a su modo, han defendido la Ilustración frente a las sombras del fanatismo y la imposición.

Desde los ecos del siglo de las luces, México y Francia han mantenido un diálogo que se extiende más allá de la diplomacia: un intercambio de ideas, de arte, de pensamiento y de sueños. En el México liberal de Juárez, la figura de Francia era, paradójicamente, el espejo y la advertencia: del mismo país que inspiró la Revolución con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, provenía también la ambición imperial de Napoleón III. Sin embargo, el tiempo curó las heridas, y lo que alguna vez fue campo de batalla se transformó en puente cultural. Francia encontró en México un aliado de su lengua y de su espíritu humanista; México halló en Francia una fuente inagotable de inspiración estética, filosófica y política.

Han pasado más de sesenta años desde que Charles de Gaulle pisó nuestro país en marzo de 1964. Aquella visita, recibida por el presidente Adolfo López Mateos, fue un acontecimiento de Estado y un gesto de profunda amistad entre dos pueblos que se sabían herederos de la Ilustración. México se volcó en las calles para recibir al héroe de la Francia Libre: multitudes lo aclamaron desde el Zócalo hasta Chapultepec, entre flores, banderas tricolores y aplausos que mezclaban admiración y respeto. El general recorrió la Ciudad de México como un gigante de la historia que hablaba el idioma de la dignidad nacional, y López Mateos, con su serenidad y su verbo humanista, le dio la bienvenida como se recibe a un hermano mayor de Occidente.

De Gaulle, que había reconstruido a su patria tras la guerra, reconoció en México a una nación que se erguía con orgullo latinoamericano, guiada por un ideal de soberanía y justicia social. Fue entonces cuando pronunció aquellas palabras que aún resuenan con fuerza diplomática y poética: “México y Francia son dos pueblos que se entienden, porque ambos aman la independencia y la libertad”.

En ese encuentro de 1964, más que un acto protocolario, se selló una alianza espiritual: la de dos repúblicas ilustradas que, desde distintos horizontes, han hecho de la razón, la cultura y el humanismo su bandera más alta.

Y ahora, seis décadas después, Emmanuel Macron ha vuelto a pisar suelo mexicano. En su recorrido por el Museo Nacional de Antropología —aquel templo del conocimiento y la identidad que De Gaulle conoció en sus albores—, el presidente francés quedó profundamente impresionado.

En una entrevista posterior expresó con humildad y asombro “lo sublime que es su museo, y lo impresionante que resulta por el poder de las culturas olmeca, maya y azteca que se presentan, y que hacen que uno se sienta profundamente humilde y admirado”. En esas palabras late el reconocimiento de una civilización que, desde el corazón de Mesoamérica, dialoga con el pensamiento universal y proyecta, como Francia, su espíritu humanista hacia el mundo.

Hoy, Emmanuel Macron retoma ese hilo histórico. Su presencia no busca inaugurar una nueva era, sino reencender una llama antigua: la del entendimiento entre dos repúblicas que comparten una vocación por el pensamiento y la cultura. En un mundo que se desliza hacia el ruido de los extremos, la alianza franco-mexicana vuelve a recordarnos que el diálogo, la ciencia, la educación y el arte son las verdaderas fronteras de las naciones modernas.

Este reencuentro no es solo diplomático; es simbólico. Representa la posibilidad de que México y Francia —dos pueblos herederos de la Ilustración, pero también de la revolución— vuelvan a encontrarse en su compromiso con el humanismo. Macron, con su verbo racional y europeísta, y México, con su tradición mestiza y libertaria, pueden reconocerse como lo que siempre fueron: repúblicas hermanas en la defensa del espíritu.

En el fondo, esta visita demuestra que la política, cuando se mira desde la altura de la historia, puede ser también un acto de cultura. Que las relaciones entre los pueblos no se sostienen solo en acuerdos y convenios, sino en la afinidad de sus espíritus. Y que, a veces, las naciones más distantes se encuentran no en el cálculo del interés, sino en la pureza del ideal.

Macron y México se reconocen mutuamente en esa frontera invisible donde la palabra, el pensamiento y la sensibilidad son fuerzas de unión más poderosas que los tratados. En su diálogo con el pasado prehispánico, el presidente francés rindió homenaje no solo a la historia mexicana, sino a la universalidad del ser humano que crea, que piensa y que trasciende. Esa mirada admirada ante la piedra olmeca o la máscara maya es también una confesión de humildad: la aceptación de que las civilizaciones más antiguas aún tienen lecciones que ofrecer al mundo moderno.

Hoy, como en los tiempos de De Gaulle y López Mateos, Francia y México se dan la mano desde la altura de su inteligencia y de su fe en la cultura. Dos repúblicas ilustradas que creen en la razón como destino y en el humanismo como principio. Porque cuando ambas se miran de nuevo a los ojos, lo que resplandece no es solo la diplomacia: es la memoria viva de la razón, del arte y de la libertad que las une y las engrandece ante la historia.

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