Ser paramédico es ayudar a los demás en el peor momento de su vida; es la oportunidad de tenderle la mano a alguien cuando ya no espera nada. Es trabajar en equipo para resolver las situaciones más difíciles, en el menor tiempo posible, con el mayor cuidado y con la mejor intención. Es salvar vidas, estabilizarlas, prolongarlas y reducir el dolor hasta llegar a un hospital donde reciban el tratamiento definitivo y recuperen su salud.
Ser paramédico es dar vida a una tradición y una convicción que datan de hace más de 165 años, en 1859, cuando Henry Dunant, comerciante de origen suizo, durante un viaje de negocios a Italia se vio en medio de una guerra por la unificación de aquella nación, en la que la brutalidad con la que se acumulaban heridos y muertos —más de 40,000 y 6,000, respectivamente— lo obligaron a ayudar, sin pretenderlo, sin los insumos, herramientas y habilidades suficientes, y a prestar los primeros auxilios a quienes lo necesitaban, olvidándose de sí mismo y de sus intenciones de negocios originales.
Dunant fue capaz de organizar a la población civil para brindar ayuda, sin distingos, a todos los lesionados, mutilados y enfermos que en dicha batalla se presentaron; esa experiencia le cambió la vida y, desde entonces, no dejó de ayudar a los demás. En 1862, tres años después, en Recuerdos de Solferino, su libro de memorias, quedó plasmada su participación altruista y desinteresada, dando base a un movimiento de ayuda, a cargo de voluntarios, que rápidamente se hizo internacional un año después: la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja.
Ser paramédico es dar vida a ese legado que se condensa en siete principios que, se pertenezca o no al movimiento de la Cruz Roja, se practican en todo el mundo cuando de ayudar al prójimo y al desvalido se trata, a bordo de una ambulancia que presta servicio voluntario y en todos los escenarios de emergencia y desastre donde el rescate y la medicina prehospitalaria son requeridos y se desarrollan con Humanidad, Imparcialidad, Neutralidad, Independencia, Voluntariado, Unidad y Universalidad.
Ser paramédico es desarrollar muchas destrezas: la reanimación cardiopulmonar (RCP); tener conocimiento de la anatomía y fisiología humanas; la habilidad de realizar levantamientos, movilizaciones, inmovilización y empaquetamiento de pacientes críticos; el manejo de la vía aérea, con o sin dispositivos adicionales, según diversas situaciones complejas y delicadas de cada escena; evaluar y explorar pacientes con múltiples lesiones y compromisos orgánicos, evitando causarles más dolor y afectaciones posteriores; control y manejo de hemorragias, y evitar el estado de shock en todo momento.
Un paramédico también requiere conocer de farmacología elemental, identificación y manejo de problemas médico-clínicos (urgencias respiratorias, cardiovasculares, diabéticas, alérgicas, ambientales, obstétricas, conductuales y envenenamientos); manejar las vías de administración de medicamentos bajo supervisión médica (intravenosa, subcutánea, oral, por inhalación e intramuscular); la operación general de ambulancias, sistemas de radiocomunicación, manejo inicial de incidentes con materiales peligrosos, técnicas básicas de rescate, selección y clasificación de pacientes e interacción con aeronaves…
Como puede usted ver, ser paramédico no es fácil; es una profesión que, además de lo ya mencionado, requiere de mucha vocación y mucho amor por lo que se hace; se debe tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro, ser sensible y empático frente al dolor ajeno y aceptar, reconocer y ser entusiasta frente a los escenarios más adversos y complejos… Por esto, y por lo que en nuestras siguientes entregas se estará comentando, es que hoy decimos: ¡Vivan los paramédicos, que vivan siempre! Esto es protección civil. ¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa
Funcionario, académico y asesor en gestión de riesgos de desastre
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