Una conversación necesaria
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Una conversación necesaria

Miércoles, 10 Diciembre 2025 00:05 Escrito por 
Matices Matices Ivett Tinoco García

Estimado Yael:

Desde que me hiciste aquella pregunta, en los últimos días del semestre —¿profesora, cree que somos un grupo desmotivado o apático?—, no ha dejado de acompañarme. La he pensado en el camino a casa, frente a mis notas e incluso en el silencio de las noches en las que una observa el mundo y siente que cambia más rápido que nuestra capacidad de nombrarlo.

Respiro. Pienso. Y te respondo: más que desmotivación, lo que existe es una desconexión intergeneracional.

En respuesta a tu inquietud:

En México, la edad promedio del profesorado de educación superior ronda los 47 años, según datos del INEGI. Somos hijos de una época analógica: crecimos en un mundo donde la información era escasa, lenta y había que ir a buscarla. Vivíamos entre bibliotecas, apuntes escritos a mano, enciclopedias que pesaban más que nuestras mochilas y un profundo respeto por la palabra del maestro como figura de autoridad. Nuestra formación se construyó en torno a la estabilidad, la paciencia, la continuidad y la idea de que la tradición era un ancla segura.

Ustedes, en cambio —nacidos después de 2005—, llevan en la palma de la mano toda la información del mundo. Literalmente. Son nativos digitales: se mueven entre pantallas, piensan en imágenes y videos cortos, se informan en plataformas, comunidades virtuales e influencers. Viven en un tiempo acelerado, hiperconectado, multitarea. Sus valores se moldean en la inmediatez, la innovación y la actualización permanente.

Mientras mi generación aprendió a comprender el mundo en “antes y después de Jesucristo”, la de ustedes lo piensa en “antes y después de Internet”.

Para dimensionarlo, te comparto algo personal: en 1989, cuando estaba en preparatoria, mi grupo fue el primero en tener una clase de computación. Tres sesiones para explicarnos qué era una computadora. Tres estudiantes frente a una sola máquina. Presionar el botón de encendido era casi un acto ceremonial; ver la pantalla verde, un pequeño milagro tecnológico. En 1996, la generación posterior tomó su primer curso de Internet. En 2008, uno de mis alumnos abrió mi cuenta de Facebook. En 2010, otro me llevó a Twitter.

Desde entonces he procurado mantenerme al día, seguir aprendiendo, no quedarme atrás. Aun así, muchos docentes seguimos pensando desde la lógica en la que fuimos formados: presencial, pausada, secuencial. Mientras tanto, ustedes navegan un ecosistema digital vertiginoso que exige alfabetización en inteligencia artificial, automatización, deep learning, chatbots y herramientas que mutan casi a la par del pensamiento humano.

Y aquí surge un punto crucial: la responsabilidad generacional.

Si bien mi generación debe esforzarse por actualizarse, comprenderlos y construir puentes, la suya también tiene un deber ineludible: asumir un compromiso serio consigo misma y con su propio tiempo histórico.

No es una tarea menor. Vivir en un mundo hiperconectado no significa comprenderlo; tener acceso ilimitado a la información no garantiza sentido crítico; y crecer rodeados de tecnología no los exime de las demandas éticas, sociales y humanas que plantea este siglo.

Pienso que es cuestión de contextos intergeneracionales —con cariño te lo digo— un compromiso más profundo con la responsabilidad, la atención, la constancia, la curiosidad y la posibilidad de construir un proyecto propio. A la altura de su época, sí, pero también a la altura de lo que ustedes mismos pueden llegar a ser. Porque el futuro no espera: se construye —o se diluye— en la capacidad de asumir, con pasión y voluntad, el lugar que cada uno ocupa en este mundo acelerado.

Ese es, en realidad, el desafío compartido: enseñar desde un mundo analógico a estudiantes que habitan un mundo digital, y aprender, entre todos, a cruzar ese puente. Un puente que nos permita dialogar, entender el poder y los límites de los algoritmos, la relación entre datos e incertidumbre y el valor profundamente humano de la creatividad, la empatía y el pensamiento crítico.

Hace unos días escuché a Amin Maalouf al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Dijo algo que no he podido olvidar: la ciencia y la tecnología avanzan de manera irreversible y acelerada, mientras que la evolución moral y las mentalidades avanzan lentamente… o incluso retroceden.

Quizá por eso tu pregunta resonó tanto.

Así que no, Yael. No creo que sean apáticos. Creo que estamos desorientados, desconectados, intentando entendernos mientras el mundo corre. Pero también creo —y quiero creer— que la educación sigue siendo uno de los últimos espacios donde es posible mirarnos de frente, escucharnos sin prisa, reconocernos en nuestra diferencia.

Como personas —alumnos y profesores por igual— tenemos la capacidad de construirnos a la altura de nuestro tiempo, con todas sus contradicciones, pero a la altura al fin. Ninguna generación nace aislada: se vuelve aislada cuando faltan el diálogo, la responsabilidad y el compromiso mutuo que nos permiten reconocernos unos en otros.

Gracias por tu pregunta, Yael. Preguntas así no solo cierran un semestre: abren caminos.
Nosotros buscábamos un camino. Ustedes tienen todos los caminos. El desafío es saber cuál elegir.

Con gratitud, respeto y esperanza de que sigamos construyendo ese puente,

Tu profesora.

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Ivett Tinoco García

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