Antes que nada, quiero dejar claro que a mí me encantan las excentricidades inglesas. Y como decía a su amigo inglés Hastings el detective belga Hercule Poirot, creado por la gran mente excéntrica de la inglesa Ágatha Christie, ¨no tengo la culpa de haber nacido del otro lado del Canal¨. En nuestro caso, del otro lado del mar, en otro Continente.
Un inglés es excéntrico por definición. Es lo normal. En Inglaterra, todo es al revés, dice de entrada George Mikes en su divertido libro Cómo ser británico. Un extranjero puede aprender a ser británico, pero nunca será aceptado como si fuera un verdadero inglés de rancio abolengo o heredero de las tradiciones inglesas, que incluyen el imperialismo transformado por necesidad en Mancomunidad de Naciones (una gran tradición inglesa, y uno de sus principios básicos y virtudes, dice Mikes, es el saber hacer un prudente compromiso: cuando la vieron perdida en India, la incorporaron a la Mancomunidad Británica de Naciones).
Pero no hablemos de la ola de excéntricos rockanroleros británicos que volvieron excéntricas a generaciones enteras en el mundo, hoy limitémonos a comentar de algunas Bodas Reales en la excéntrica Inglaterra de las últimas décadas, de las cuales se sabe y se ve como nunca antes debido a los medios de comunicación, en especial la televisión. Aclaremos: supuestamente Reales, porque en realidad las Bodas Reales se han convertido en un simulacro televisivo, en un espectáculo perfectamente diseñado por y para llamar la atención, como lo hacen los excéntricos, pero en este caso amplificado y magnificado por y para los televidentes globales (los pobres fotógrafos paparazzis tienen que ser más y más audaces cada día para poder competir con la omnipresente cobertura de la televisión).
Esto viene a cuento por la reciente celebración de otra irreal Boda Real entre Harry, el segundo hijo de la fallecida Lady Diana y el Príncipe Carlos (eterno sucesor potencial de la Corona Inglesa, en tanto su madre la actual Reina Isabel II no deje de serlo-) y la singular actriz americana Meghan Markle, protagonista durante siete años de la serie de TV Suits, !qué mejor preparación para actuar ante las cámaras de la Vida Real!, de la cual acaba de salir el mes pasado para dedicarse a la Vida Aristocrática de tiempo completo.
Curiosamente, Meghan parece ser bastante aceptada por la Familia Real (en parte porque su marido está lejos de la línea de sucesión al trono y en parte porque la Casa Real trata de ponerse al día a nivel multicultural y ser políticamente correcta en cuanto a diversidad e igualdad racial, social y de género para no perder sus privilegios. La Reina Isabel II tiene una fortuna en libras equivalente como a 12 mil millones de dólares).
Nada más normalmente excéntrico que las bodas de la llamada realeza inglesa, simple y sencillamente porque los ingleses son normalmente excéntricos por definición. Y si no, recuerden la excéntrica separación entre Diana y Carlos, después de haber protagonizado otra Boda Real al estilo Disneylandia allá por 1981, que puede decirse que inauguró lo que algunos intelectuales llaman hoy la Sociedad del Espectáculo al convertir la Boda Real en un espectáculo mundial á la Hollywood. En la vida real, se iniciaba en Inglaterra el relanzamiento del ¨capitalismo real¨, con el gobierno de la señora Thatcher, luego premiada Baronesa por sus servicios a la Corona y a la Libra (se opuso a la unión con el Euro, que no le gustaba a sus amigos banqueros).
Thatcher introdujo una serie de iniciativas políticas y económicas para revertir lo que percibía como un precipitado declive nacional en el Reino Unido. Su filosofía política y económica hicieron hincapié en la desregularización del sector financiero, la flexibilización en el mercado laboral, la privatización de empresas públicas y la reducción del poder de los sindicatos. Cualquier semejanza con lo que luego hicieron Reagan en Estados Unidos y después copiaron en México los desastrosos neoconservadores neoliberales, no es mera coincidencia.
Sin embargo, las medidas de la Thatcher sólo provocaron recesión y alto desempleo hasta que la Boda Real Diana-Carlos en 1981 y la Guerra de las Malvinas en 1982 le brindaron una distracción para recuperar su propia popularidad.
La boda de Diana y Carlos fue vista por más de 750 millones de personas en el mundo, gracias a la televisión satelital. Diana fue objeto del escrutinio mundial y de la atención mediática durante y después de su matrimonio, el cual finalizó en 1996 mediante separación, pero no divorciada. Su vida, obra e inesperada muerte acaecida en 1997, la convirtieron en un auténtico mito de la cultura británica y en un personaje popular en todo el mundo.
Ese simulacro de romance que amplificó como nunca la televisión satelital global, sólo reflejaba la realidad en un 10%, señalaba Umberto Eco.
El 90% restante de lo que se veía, decía el semiólogo, es pura retórica, pura fabricación de realidades ficticias. En un artículo sobre la TV: La Transparencia Perdida, que incluyó en su libro La Estrategia de la Ilusión, recordó cómo la ceremonia nupcial del príncipe (Azul) Carlos y la (bella) princesa Diana fue concebida y ordenada, hasta en sus últimos detalles, en previsión de los efectos de su retransmisión directa por televisión a todo el mundo.
Se equivocó Marx al pensar en su simple dialéctica que los sucesos en la Historia de la Humanidad se dan, primero, como tragedia y la segunda vez, como farsa, pues hay algunos fenómenos que son pura farsa o una combinación tragicómica.
Después del fatal ¿accidente? de Diana, la Boda Real del viudo papá el Príncipe Carlos con Camila Parker en 2005 resultó una farsa más, un anticlimax de romance que sólo reveló lo que todos sabían gracias a la prensa rosa, la clandestina excentricidad de esa madura pareja, ambos de 57 años, ella, amante de toda la vida del Príncipe Carlos, divorciada pero inglesa, aunque católica de nacimiento, lo cual ya de por sí es una excentricidad en Inglaterra. En términos televisivos no significó la distracción que significó la Boda de Diana y Carlos, y no desvió mucho la atención de la recesión que se gestaba irresponsablemente en la City para estallar en 2008 (el Gobierno tuvo que rescatar a los bancos ingleses previamente desregulados).
Otra boda, la del hijo mayor de la fallecida Lady Diana, Guillermo, Duque de Cambridge (muy probable futuro rey después de que su padre herede el trono de Isabel II) y Kate Middleton (no aristócrata, pero inglesa, lo cual la hace más aceptable para la población británica que Camila), que se celebró el 29 de abril de 2011 en la Abadía de Westminster, también tuvo gran difusión mediática.
Pero hoy, hoy, hoy, en estos días la nota rosa es la BODA REAL DE HARRY Y MEGHAN. Recientemente, seguramente usted está entre los más de tres mil millones de personas que supieron y vieron por televisión o internet algo de la Boda del hijo menor de Diana, Harry (33) con Meghan Markle (36, no aristócrata, hija de matrimonio mixto blanco-negra, no inglesa sino americana y divorciada.
Viene muy a tiempo esta boda televisada para distraer de los problemas que ha traído el Brexit, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, empeñada en desligarse excéntricamente del mundo ya que no puede gobernarlo como antes.
La divorciada estadounidense Meghan, toda proporción guardada, recuerda algo a la famosa americana Señora Wallis Simpson, casada con Eduardo VIII, que fue coronado de 42 años, y que en menos de un año abdicó en 1936 del trono para casarse con ella, dos veces divorciada, de 41 años de edad y que nunca fue aceptada en Buckingham por la Familia Real. Meghan, en cambio, parece contar con mejor suerte aunque ni por asomo llegará jamás a ser reina de Inglaterra.
Como ven, las excentricidades reales son una constante desde que la Reina Victoria, que vivió 82 años (1819-1901) y reinó durante 64 años, se quedó viuda pero, sabemos ahora, tuvo una nada aburrida existencia (sus médicos le preparaban cannabis medicinal para sus dolores y tenía a Mr. Brown para otros menesteres).
El Imperio Británico se forjó a pesar de la Reina Victoria gracias a su doblemente excéntrico Primer Ministro Benjamin Disraeli, primero porque llegó a serlo a pesar de ser judío y segundo por ser un extravagante dandy en tiempos de la supuestamente austera era Victoriana, con la colorida vestimenta (chalecos rojos) que ostentaba para ¨espantar a los burgueses¨, porque a los aristócratas no les quitaba el sueño ya que siempre han sido exagerados para vestir.
La vida de Disraeli ha quedado magistralmente descrita por André Maurois, lectura sumamente recomendable para conocer la verdadera historia de Inglaterra en su ascenso al predominio mundial, de hecho y no historias rosas de la sangre azul (que en realidad es tan roja como la de cualquier humano). Ya Disraeli advertía en 1845: ¨Como el poder de la Corona ha disminuido, los privilegios del pueblo han desaparecido; a la larga el cetro se ha convertido en un espectáculo...¨.
La Reina Isabel II, tiene 92 años (1926-) y ha reinado desde el 2 de junio de 1953 hasta la fecha. La televisión global entonces apenas despegaba por lo que no tuvo tanta difusión como las bodas de su hijo y nietos. Casada con el Príncipe Consorte Felipe de Edimburgo (96 años), hasta donde sabemos su única excentricidad ha sido una personal vida aburrida dedicada al poder (que en Inglaterra no lo tienen los reyes sino el Parlamento) y haberse casado con un príncipe griego, dedicado, él, al placer, siendo ¨siempre fiel a la Corona, pero muy infiel en el matrimonio¨. Normalmente excéntricos...
Pero ya sabremos los detalles de cómo evoluciona esta ¨nueva excéntrica normalidad de la vida aristocrática¨ pues como dicen, antes había separación entre vida pública, privada, íntima y clandestina, pero hoy hay una sola, el simulacro televisivo y la vida real de la que nos enteramos también por todos los otros medios de comunicación que afortunadamente existen para poder analizar y distinguir la ficción de lo Real...
(Mayo 2018)