Los abuelos advertían con sabiduría proverbial: no pidas que se te aparezca el diablo porque se te va a cumplir, o: no le pidas nada porque no da paso sin huarache (lo saben todos, incluidos el “Simplicio" y un comprensiblemente consternado “Fortunato”, del maestro Javier Ortiz de Montellano).
Pero los representantes del “1 por ciento” y del evangelio neoliberal en nuestro país han estado duro y dale con el “populismo” de los de enfrente, soslayando el suyo (le llaman filantrocapitalismo), dando paso ahora a estrategias de franca desesperación al salir a llamar a no votar por el otro “populismo” y buscando crear escenarios de miedo entre sus empleados y, de paso, entre los ciudadanos.
Con el derecho que les asiste a expresarse y de hacer propaganda a favor o en contra de determinado partido o personaje, y suponiendo que en vez de El Maligno se les aparezca algo peor (¡Luis Echeverría, el espectro a caballo de José López Portillo o el de “ya sabes quién”!), es menester decir que algunos “científicos del alma” que vivieron de cerca los horrores de la primera guerra mundial del Siglo XX y el terror de la Segunda, aseguraron que “no existe mejor medio de esclavizar a la gente y de destruir la democracia que crear en las personas un estado de miedo. Uno de los pilares básicos del fascismo es el miedo”.
El siquiatra y filósofo polaco Kurt Goldstein, primo del pensador neokantiano Ernst Cassirer, resumió lo anterior luego de atender la rehabilitación de decenas de soldados que padecieron el trauma de guerra; después fue hecho prisionero por los nazis.
Antes, el filósofo holandés Baruch Spinoza había pugnado en el inicio de la era racional del Siglo XVIII para que el ser humano dejara de ser un autómata, ofreciendo ejemplos de estadios de sometimiento humano:
“El gran secreto del régimen monárquico y su máximo interés consisten en mantener engañados a los hombres y en disfrazar, bajo el especioso nombre de religión, el miedo con el que se los quiere controlar, a fin de que luchen por su esclavitud, como si se tratara de su salvación, y no consideren una ignominia, sino el máximo honor, dar su sangre y su alma para orgullo de un solo hombre. Por el contrario, en un Estado libre no cabría imaginar ni intentar nada más absurdo”, dijo en su célebre Tratado Teológico-Político.
En nuestro país esto ha funcionado en otros momentos, sobre todo en las últimas dos elecciones presidenciales bajo una democracia de castas (riqueza concentrada y miseria extendida), fachada al servicio de la oligarquía.
Y se hizo de una manera tan fácil con todos los órganos de fonación (privados y oficiales), que no fue necesario que los representantes de la casta favorecida del “1 por ciento” dieran la cara para dar a conocer sus posturas, si bien nunca fue un secreto que operaron siempre tras bambalinas.
Falta menos de un mes para ver si nuevamente la táctica del tradicional garrote del miedo logra vencer y conjurar fantasmas, pero el miedo reflejado por parte de los que quieren sembrarlo tiene algo más que el: “!luchen por su miseria!” como diría Spinoza: el terror propio.
Porque las “cartas” y publicidad de los representantes del “1 por ciento” demuestran un inusitado tono de terror, como si Julio Cortázar estuviera narrando otro episodio de “Fantomas contra los vampiros multinacionales” y el “Tribunal Russell dictando condenas contra la violaciones a los derechos humanos, contra la complicidad de las castas por su permanente desempeño “a fin de asegurarse los más altos beneficios económicos y la dominación estratégica”.
Todo lo anterior, según el Tribunal, mediante “el saqueo de las riquezas naturales… y también de los capitales creados por el proceso de acumulación interna” y, total, condenas contra “una oligarquía local y de un gobierno controlado por ella para mantener los salarios a un nivel bajo, imponer condiciones de trabajo inhumanas y coartar por todos los medios el ejercicio de los derechos sindicales, de asociación y de huelga, por parte de los trabajadores, utilizando para impedirlo la represión e inclusive el asesinato”.
Al final la propagación del miedo puede ocasionar resultados adversos, como se está viendo: el miedoso termina envalentonado, curtido y ya no se asusta con el petate del muerto y, en venganza, provoca en el otro supersticiones, mostrándolo débil y codicioso.
A los fallidos promotores del miedo se les olvidó incluso que cuando una sociedad llega a sentirlo, busca un brazo fuerte para que lo salve y no duda en cambiar libertad por seguridad, pero el caso es que el citado “1 por ciento” hasta con las instituciones ha barrido.