Estamos ya en la antesala de la jornada electoral para elegir a quien nos gobernará durante los seis años venideros.
Seguro estoy que no soy el único aún indeciso a quién darle el voto. Y no es para menos. Lo que menos tenemos son opciones creíbles con proyectos claros ante tanta violencia e inequidad.
En esta elección, como nunca antes, los ataques, la polarización social y la guerra sucia tuvieron mayor penetración que las propuestas, y me refiero a propuestas serias.
El tiempo que el marco legal destina a informar a los ciudadanos sobre la plataforma de trabajo de cada candidato, se usó para desprestigiar, calumniar, para denostar al oponente.
A eso no han enseñando nuestros políticos, a competir a la mala, a ganar en los golpes bajos, a ser el primero en asestar el knock out.
Es claro que las campañas electorales dividen el sentir del populi, pero ésta, en especial, llevó la polarización al extremo. Amigos dejaron de serlo a causa del fervor, de las “pasiones” desatadas. Y ni siquiera por amor a México, sino por fanatismo o por el simple deseo de ser parte de un fenómenos de cambio. Una militancia fantasma.
Ojalá los mexicanos le demos una lección a los políticos de siempre y les mostremos que la unidad está por encima de una elección. Que México vale más por su gente que por los que se disputan la administración de los dineros.
Ojalá seamos civilizados y no confrontemos al de al lado solo por pensar diferente, por votar por la opción que no nos convenza.
Debe ganar la pluralidad, la voz de la mayoría. Y aunque el resultado no sea el que esperemos, tendremos que sumar con quien llegue, que abonar y hacernos responsable de lo que nos toca.
Ojalá, México.