A mi querida Dina Mancilla, que generosamente me permite contar nuevamente con espacio
Desde las ruinas o despojos del PRI, los damnificados de ese partido, símbolo de la conducta más reprobable de los políticos que se pueda tener, pretenden reconstruir lo que hoy bajo cenizas queda.
No quieren aceptar que con esas siglas -que usurparon los colores de la bandera-, lo único que obtendrán será el repudio generalizado, por los insultos, abusos, atropellos, saqueos, abandonos, de que por décadas fueron objeto las mayorías, cuando solo una cuántas minorías rapaces gozaban de los bienes y privilegios que les otorgaba el poder.
Para Enrique Peña Nieto, el priista mayor, el que se sacó del sombrero a José Antonio Meade para que los representara, dilapidando con ello su buen nombre dados los resultados, los siguientes serán meses que parecerán años, tortuosos por lo que resta, y punzantes por el duro juicio ciudadano que merece, al vender ilusiones y entregar puñaladas, dardos envenenados, bofetadas cotidianas a los bolsillos de las masas. La expectativa era grande y nos quedó a deber.
Fue -es- el presidente del engaño, el de los cuates, de los compadres, el de los mayores negocios, el de el récord en corrupción, el del primer lugar en muertos y desaparecidos, el de la opacidad, el que ostenta el cargo pero no el poder que dejó en manos de Luis Videgaray, uno es el presidente y el otro el jefe del presidente; el que permitió que el poderoso del norte nos señalara, nos ofendiera, nos amenazara, nos exhibiera.
Ese será su legado. Vivirá con el desprecio de una nación unida en su contra; llevará en la espalda el recuerdo de sus fracasos como lleva a todas partes su sombra. Su grupo, el de Atlacomulco, recibirán las pedradas, los reclamos de sus compañeros de partido, los que se vieron y sintieron ignorados, anulados o separados de oportunidades para ocupar espacios en el servicio público. No había más que mexiquenses -salvo contadas excepciones- para ser funcionarios.
Hoy, esos priistas de cepa, harán duro reclamo, se saben engañados y ofendidos porque Enrique Peña Nieto les entregará un partido en escombros que difícilmente podrán volver a poner en pie. Para muchos el PRI ha muerto y en el lugar de los muertos debe quedar.
Sin embargo la ambición y cinismo de unos, como la del gobernador Alfredo del Mazo III, que llegó al poder tras fraude descomunal, pretende hacerse del otrora poderoso PRI. No entienden que a los mexiquenses se les acabó el espacio de mando en ese partido.
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