Según las reacciones expresadas en redes sociales y otros medios, luego de los comicios del 1 de julio hay un sentimiento de urgencia y desesperación por definir el nuevo rumbo y comenzar a resolver los problemas.
Pasadas las campañas, lo único claro es que millones de ciudadanos optaron por una oferta, la que encabezó Andrés Manuel López Obrador, misma que arrastró a la configuración de un nueva geografía del poder en el país. Y que los problemas que enfrenta el país, especialmente en materia de economía y de seguridad, no se van a resolver con solo desearlo y con voluntarios de visiones personales.
La complejidad en cada una de esos ámbitos, junto con otros igual de importantes, invita, primero, a la calma, a dar el espacio suficiente para que de manera oficial se conozcan proyecciones respecto del próximo gobierno, lo cual sucederá durante la toma de protesta en diciembre próximo.
Hay que considerar que una cosa son las campañas, donde no hay candidato que no ofrezca soluciones a todo, así desconozca de los temas. Pero ya instalado en el ejercicio del poder la situación cambia. Para decirlo en otros términos, se ofreció el “qué”, falta ver ahora los famosos “cómos” y el “con qué”.
¿Viene una cuarta transformación nacional, como ha rezado el enunciado principal del ganador? Vamos a ver en qué consiste esa intención. En estos casi cinco meses que faltan para la transmisión de poderes, se van a decir muchas cosas, a profundizar, matizar o de plano hacer mutis en torno de ciertos temas.
Incluso, van a servir para el cotilleo político reuniones presuntamente amistosas entre supuestos adversarios, con “abrazos antes que balazos”, como sucedió con la cúpula empresarial y el triunfador de los comicios, protagonistas de campañas virulentas –“ahí viene el diablo populista”, se decía de un lado, y del otro se censuraba a la “minoría rapaz” o “mafia del poder” – cada uno por su lado un día antes de la jornada electoral.
Calculadores ahora, lo cierto es que dos temas habrán de ocupar buena parte de la agenda a partir del cambio de gobierno: la economía y la seguridad. Las políticas que se han aplicado hasta el momento, sobra decir, no tienen contentos a millones.
Reorientar lo que no ha funcionado es el mandato ciudadano mayoritario. Y ese parece ser el caso de la economía, donde lo que se prevé es una mayor participación del gobierno como rector de la misma; es decir, el Estado será sacado de su condición de “vigilante nocturno” en el que ha estado durante varios sexenios.
¿Hasta dónde? Es imposible saberlo, pero hasta los mismos partidarios del libre mercado, del no intervencionismo estatal, se muestran resignados. En algunos casos aceptando que su modelo no llenó las expectativas de los ciudadanos, por eso el voto a una alternativa supuestamente distinta.
No se quiere, eso sí, el retorno de viejos y fracasados esquemas en los que el gobierno hacía de empresario y patrón al mismo tiempo, con la gran corrupción y desfalcos que esto generó, sino políticas diferentes.
En materia de seguridad y luego de doce años de marcada violencia, se pretenden explorar otras vías. Bien. Pacificar al país, a los violentos, no va a ser fácil porque la misma violencia se ha convertido en un gran negocio –venta de armas, de drogas, etc.– y eso ha impedido reducirla.
En esto, combatir las causas y los efectos –una sociedad cada vez menos humana– llevará tiempo; pero en este, como en muchos otros casos, es de esperarse que, además de voluntad, se debatan y diseñen las políticas respectivas.
Nadie espera que nazca un nuevo país, pues las campañas ya pasaron, pero sí que se cambien o modifiquen aquellas cosas que han impedido su florecimiento: economía, seguridad, corrupción e impunidad, entre varias más.
