Sería de párvulos suponer que las re-negociaciones del Tratado de Libre Comercio (Telecé-II) realmente van a favorecer a la economía del país y a todos los mexicanos, así como a los estadounidenses o canadienses. Ese acuerdo no lo ha hecho desde que entró en vigor en 1994 y, 20 años después, tampoco tiene por qué hacerlo.
En nuestro caso, los ganadores de esta contradictoria apertura-cerrada han sido, como es ampliamente demostrable, monopolios, oligopolios, duopolio y tecnócratas-políticos, de los cuales hay que decir que un día están despachando en la ventanilla oficial y al siguiente ocupando cargos en los consejos de las empresas previamente privatizadas por ellos.
Al respecto y sólo por no dejar, Ernesto Zedillo Ponce de León constituye el caso más vergonzante de la famosa “silla giratoria”, con los ferrocarriles, pero no es el único, en una larga lista ex presidentes y ex funcionarios que glorifican la llamada “ideología cínica” contemporánea, estampa del Minotauro neoliberal, mitad bestia, mitad hombre.
En cuanto a los beneficios con el Telecé, es obvio que lo que buscan las grandes y medianas empresas es la reducción de sus costos. Si no hay impuestos, es lo mejor que le puede pasar a la humanidad, según el credo capitalista.
Y si esa humanidad, compuesta por asalariados, comprende por la fuerza que con sueldos miserables le va a ir mejor (como es nuestro caso), pues para qué se quedan en su país o se van a otros, si además dispone aquí de una clase política lo suficientemente cínica y corrupta que regala terrenos, no cobra impuestos y, mejor, si se van a la quiebra por sus adicciones al juego que caracteriza al capitalismo casinero, todavía esa comprensiva humanidad los rescata con sus impuestos (así bancos, así ingenios y fraudes carreteros puestos nuevamente de moda gracias al sexenio del “movimiento” y su “milagro estancador”, según se desprende de una campaña donde lo único que cuenta es la promoción).
Una vez desmanteladas las fuerzas revolucionarias que obtuvieron escaños, diputaciones, gubernaturas y millonarias prebendas para sus líderes sindicales, y ya casi sin obreros ni albañiles afiliados (la informalidad no tiene sindicatos, pero pesa mucho pues representa casi el 60 por ciento de la economía), ni siquiera quedó la farsa de las conferencias fidelianas (por Fidel Velázquez, de la CTM o lo que queda de ella) para protestar por los bajos salarios y la inflación, que ya es de más del 6.6 por ciento anual a finales de agosto pasado, la más alta desde el mes de mayo del 2011 (sólo en México no hay gasolinazos inflacionarios, sino jitomates y tomates insurrectos sólo para contrariar a los doctores del banco de México).
¿Mejores salarios? ¿Mejores condiciones y derechos laborales?… ¿En dónde, si reforma tras reforma (estructural, se dice) los primeros son casi simbólicos, de franca sobrevivencia, mientras lo segundo fue para “flexiblizar” -doblar- al asalariado, reduciendo los costos de los supuestamente productivos innovadores para generar más inversiones?
Cada acuerdo comercial ha significado un clavo más en el ataúd de los salarios y los derechos laborales. Esta vez con el “Telecé II” nada sugiere que vaya a ser distinto.