Ecatepec/Estado de México
El Generalísimo don José María Morelos y Pavón cumple 209 años de haber sido fusilado en Ecatepec, el municipio más poblado del Estado de México.
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Era 21 de diciembre y la muerte llegaría sin dilación, al día siguiente. El fusilamiento tendría lugar en el patio de la casa de los virreyes, en San Cristóbal Ecatepec.
Al día siguiente, una comitiva encabezada por el propio De la Concha sacó a Morelos de la Ciudadela y emprendieron el camino hacia el norte del valle.
Antes de llegar al sitio donde moriría, el sentenciado pudo hacer alto en la Villa de Guadalupe, donde, a pesar de los grilletes que lo lastimaban, se arrodilló para encomendarse a la patrona de la causa insurgente.
Llegaron a Ecatepec. Sereno, el general rebelde conversó con su ejecutor. El lugar le parecía ¡tan árido! Y lo comparó con el jardín michoacano donde había nacido, la lejana Valladolid.
Todavía tuvo ánimo para comer un caldo de garbanzos y fumarse un puro. Luego, procedió a confesarse.
Dieron las tres de la tarde. Dio un abrazo al coronel de la Concha. Alguien le prestó un crucifijo, al que le habló: “Señor, si he obrado bien, tú lo sabes; y si mal, yo me acojo a tu infinita misericordia”.
Estaba en paz. A principios de su prisión, le había escrito a su hijo Juan Nepomuceno: “Morir es nada, cuando por la patria se muere, y yo he cumplido como debo con mi conciencia y como americano”.
Él mismo se vendó los ojos y se puso, de espaldas, ante el pelotón de fusilamiento. Se necesitaron dos descargas para matarlo.
El apellido “Morelos” fue anexado al nombre de Ecatepec como un homenaje y un reconocimiento al insurgente que luchó por la independencia del país.
El histórico suceso se mantiene vivo en la hoy conocida Casa de Morelos, un museo que guarda en sus paredes el momento histórico.
Contrario al evento cívico que en sexenios pasados recibía al gobernador y al presidente de la República en turno, en esta ocasión se conmemoró con una sencilla ceremonia a la que asistió un representante de la gobernadora Delfina Gómez.