Toluca/Estado de México
Los derechos de la comunidad LGBT+ en el Estado de México no son del todo iguales para sus integrantes, algunos como los transgénero deben enfrentar condiciones adversas en las que no hay opciones de trabajo, de atención médica adecuada y tampoco el reconocimiento de su identidad.
Al menos así lo resume Rudy Rafael Díaz Méndez, una de las trabajadoras sexuales fundadoras de la zona tolerada de prostitución en Toluca, capital del Estado de México.
“Eso de los derechos humanos creo que no son derechos y mucho menos humanos, la verdad es que a nosotras nos deberían dar una credencial que acredite nuestra nueva identidad, pero que aclare que somos mujeres Trans, no biológicas”.
Explicó que no pedirá que el gobierno de la CDMX o “el vecino” como ella califica a la capital del país, que acredite su identidad si donde paga sus impuestos es en el Estado de México, por lo tanto, espera a que en próximos días las autoridades estatales abran esa puerta.
El lugar donde habita no es una casa llena de lujos, a ella incluso eso no le interesa, se trata de un cuarto en donde la rodean gallinas, perros pug y pollos que de cuando en cuando la obligan a interrumpir su conversación para bajarlos de la mesa de plástico.
“Ninguna historia que yo haya escuchado se compara con lo que a mí me pasó”, porque fue hasta el año 74 que el mundo comenzó a cuestionarse si realmente ser gay era una enfermedad mental o una sentencia de muerte.
Intuye que a los cinco años de edad, sólo por su conducta, su papá y hermano planearon su muerte. La llevaron al río donde lavaban la ropa y se bañaba la comunidad para ahogarla, “recuerdo que mi hermano mayor lanzó el patito de hule al agua, yo me aventé por él, pero luego sentí una piedra pesada en la cabeza, lo siguiente que recuerdo es que me llevaba una señora en sus brazos para entregarme a mi mamá”.
Narró que desde entonces supo que su vida no sería sencilla, le prohibieron salir y la mantuvieron amarrada a una silla para que no la vieran en la calle, sus hermanos no hablaban con ella y su mamá recibió palizas constantes únicamente porque ella existía. Es hija de un padre alcohólico, trailero que a los nueve años trató de asfixiarla y al no lograrlo, la enviaron a vivir con su tía abuela Juana, donde por tres años la violó su maestro de primaria.
Desde los 15 años se fue al Puerto de Veracruz, donde trabajó de todo, vivió en la calle y conoció a una comunidad de travestís quienes le enseñaron a usar hormonas que desde entonces empezó a inyectarse para transformar su cuerpo, siempre sin atención médica.
A los 24 años y luego de sobrevivir a una terrible infección por inyectarse aceite de cocina en las nalgas, llegó a Toluca, donde inició con el trabajo sexual en la calle de Humboldt, donde ella vivía cuando el edificio todavía era vecindad.
Actualmente, dice haberle abierto paso a las nuevas generaciones para que luchen por lo que merecen tener, aún así ella se mantiene vigente y a la espera de ver materializado su anhelo de igualdad.