Toluca
No hay un solo espacio en el panteón sin luz, el sendero de las almas está señalado para cada paso que darán esta noche y a lo largo del día dos entre las tumbas, la mayoría son altares no paredes ni cruces frías. El ir y venir de la gente con cubetas, comida, veladoras y ramos de flores es una fotografía que cada año se renueva, se transforma. Este año el pasillo tiene flores de cempasúchil sembradas por donde toma su camino cada familia.
En Toluca el Panteón de la Soledad se encuentra casi a la “entrada” de la ciudad, en la avenida Morelos, a un costado de Las Torres Bicentenario. Usualmente se observan patrullas de la delegación de la policía federal a unos cuantos metros y una circulación lenta por las mañanas y las noches. Esta vez no, la primera noche de noviembre se observan tamales y flores.
Es el Día de Todos los Santos, como se conoce al primer día del penúltimo mes del año, lo que alcanza a observarse a la entrada es un hormiguero de familias que llevan y traen los elementos para sus ofrendas. Algunos llevan niños disfrazados también.
Al interior, los monumentales manteles de pétalos naranja que sirven de base para las cruces de terciopelo rojo o las veladoras. Pan de muerto, algunos llevan botellas de licor y muchos pernoctan aunque no todos conservan esa tradición.
A este panteón, uno de los dos que administra el ayuntamiento, llegan casi 20 mil personas durante las festividades del Día de Muertos; es decir, el uno y dos de noviembre.
Para la seguridad de los ciudadanos, la policía municipal despliega a más de 800 elementos que brindan apoyo en los 38 camposantos, de ellos la mayoría delegacionales. Pero este es el más importante, por ser el emblemático de la ciudad.
Los personajes importantes se encuentran casi todos concentrados en este sitio que sirve de ultima morada para miles, como llaman algunos a la muerte. Incluso hay recorridos para que la gente conozca a los más famosos restos enterrados en esas criptas, pero no es lo más importante en estos días. Lo que destaca es la unión de las familias, la música, el contacto entre “vecinos de tumba”.
Los que se prestan algún utensilio para limpiar las cruces, otros que se ponen de acuerdo para remozar la nueva casa de sus familiares y por supuesto aquellos que brindan el servicio de limpieza para estos espacios.
Unos llevan leña, otros bancos, algunos vasos de unicel y la mayoría cobijas, pero esta noche el clima se presta para pasarla bien. Entre música y carcajadas.
Parece una oda a la muerte, una necesidad de llevar alegría a donde yacen los muertos, la imperante necesidad de convivir con los que ya se fueron, quienes se adelantaron.
Quizá la negación porque no están y son añorados o puede ser todo junto, de la mano. Lo cierto es que esta tradición mestiza conserva el amor por la muerte, la familia y también la pasión de reír, porque esa es la vida.
