Alejandra del Moral Vela, presidenta estatal del PRI, recibe un partido herido de muerte. Un partido que, si no fuera porque es gobierno estatal, sería sólo testimonial.
Ernesto Nemer dejó un PRI devastado. Se fue a otros cargos, odiado por la mayoría de sus correligionarios, porque no los ayudó, no sólo con recursos, sino a la cicatrización después de la selección de candidatos, también amañada, que valió perder más municipios de los esperados.
Dejó estructuras resquebrajadas, casi inexistentes, dolidas incluso, porque no les pagaban lo prometido. En Toluca, en plena campaña, hubo un paro de actividades por esta causa.
Alejandra del Moral, la presidenta número 46 del tricolor, segunda mujer a la dirigencia (antes Ana Lilia Herrera Anzaldo, nada más) y sexta que la ocupa dos veces, el mayor reto que trae es la lucha generacional. La experiencia contra la novatez.
Del Moral debe conciliar entre los llamados experimentados y los también nombrados jóvenes novatos priistas (de la que ella es parte) o no habrá forma de levantarlo. Es importante que logre se pongan de acuerdo.
Los jóvenes creen que los de experiencia están anquilosados. Los de experiencia creen que los jóvenes no saben hacer política y la muestra es la gran derrota. Pero aquí la pregunta ¿quiénes estaban al frente del partido? ¿Quiénes tomaron decisiones? Ahí se encontrarán las respuestas.
Es verdad que los viejos priistas fueron forjadores de las buenas etapas en el ejercicio del poder. Son los que adoran el autoritarismo priista. La era democrática no la quieren entender. ¿Qué tanto puede funcionar o es conveniente? ¿La sociedad aguantará una regresión de esa vieja escuela?
Seguramente no. Alejandra, hoy, tiene la obligación de rescatar a todos esos ex candidatos líderes. A esos que tienen un gran capital político, para poder reorganizar a un PRI, si bien no ese PRI poderoso de antaño, sí uno que sea una oposición digna, y que tenga claro que lo es.
Alejandra debe hacer un recuento de lo hecho, un análisis de las causas de la debacle tricolor. Castigar a aquellos que siguen en el partido y que abiertamente los traicionaron. Promover incluso su expulsión.
Hay quienes abiertamente se fueron, porque los dejaron fuera de toda posibilidad y les abrieron las puertas en otros partidos. Pero aquellos que dijeron quedarse y operaron contra sus propios candidatos, esos son los verdaderos traidores.
Es claro que la supuesta traición de Eruviel Ávila, no comprobada, y rechazada por los propios de Morena de inexistente, fue mejor utilizada por los propios priistas para pegarse entre ellos y dejar fuera a figuras que podían darle triunfos, o por lo menos más votos. Los rechazaron “por ser eruvielistas”.
El PRI en el Estado de México tiene dos años para recomponerse y dar batalla en las elecciones intermedias. Pero Alejandra del Moral debe hacerlo bien. Debe hacer operaciones quirúrgicas con liderazgos. Pero, sobre todo, rescatar esa cercanía con las bases priistas, olvidadas hace tiempo.
Para ello, debe aprovechar la experiencia, pero también la vitalidad de la juventud. Esta combinación podría dar un excelente resultado.