Cuentan que –aunque siempre se portó bien– a mi Papá nunca le llegaron regalos de parte de los Reyes Magos. Quizá fue –al menos eso pienso yo– porque su Mamá había muerto, y no tenía quién les enviara la carta.
Aunque –pensándolo bien– en mi familia no ha sido muy habitual el ritual de la carta, el envío en globo, o por correo. En general, nos enseñaron que tocaba recibir y agradecer lo que ellos –Los Reyes Magos– pudieran dejar: una pelota, una muñeca, unas canicas, un carrito, una cuerda para saltar, un juego de té…
Lo más que recuerdo es que un día mi Mamá me llevó a ver muñecas que podían traer Los Reyes Magos. Elegí una morena, de trenzas y ojos grandes, muy grandes. Pero Los Reyes me trajeron una rubia de rizos y ojos azules, no tan grandes. En esa época no había big data, así que supongo que –por más Magos que fueran– era imposible que supieran lo que yo quería.
A veces me pregunto cuántos juguetes necesita un niño para ser feliz o qué marca los hace sonreír más. Entonces recuerdo que hace algunos años mi hermana le preguntó a su vecinita qué le pediría a Los Reyes Magos, la niña contestó: “un chicle”. Sí, así de sencillo. Esa respuesta me ha quedado desde entonces marcada, esa es la magia de la ilusión, anhelar lo simple.
¿En qué momento hemos desvirtuado esa tradición convirtiéndola en listas interminables, poco accesibles e innecesarias?
Es lindo fomentar la ilusión, conservar esa bella tradición de escribir una carta en papel o, incluso, por correo electrónico, o redes sociales; de hecho, actualmente, es posible optar por alguna aplicación. En cualquier caso, lo importante es lograr que la esencia de la magia prevalezca en los más pequeños, sin que tengan que preguntarse:
¿Cómo es que Los Reyes pueden vigilar a todos los niños y saber si se portaron bien durante el año? ¿Cómo pueden recordar dónde vive cada niño? ¿Y cómo hacen para localizar el domicilio, en caso de que recientemente se hayan mudado? ¿Cómo pueden entrar sin que nadie los vea y sin hacer ruido? ¿Cómo saben cuál es mi superhéroe favorito? ¿Cómo sabrán diferenciar mi zapato del resto de los que estén colocados abajo del árbol de Navidad?
Con el tiempo he aprendido que es una bella ilusión que la mayoría anhelamos cuando niños; y que cuando somos grandes nos corresponde fomentar, aunque muchas veces me he preguntado qué pasa con las ilusiones de los pequeños que no reciben nada ese día.
Cómo hacerles comprender, a esa edad, acerca de las creencias y carencias de los adultos. Todos tenemos derecho a soñar, a tener ilusiones, a creer en alguien o en algo y, al mismo tiempo, todos debemos ser respetuosos, empáticos y solidarios, sobre todo con los más pequeños. Ahí también radica la magia de lo humano.
Cuando mis hijos me preguntaron sobre la existencia de Los Reyes Magos, les dije que era una ilusión que fomentamos los padres y que perdura el tiempo que cada familia decida; les dije también que había familias en las que no habitaba esa ilusión, porque seguramente tenían otras que nosotros no compartiríamos, así como también –con toda certeza– habrá familias que, por sus circunstancias de vida, no tenían la oportunidad de fomentarla. En el primer caso toca ser respetuosos y en el segundo solidarios.
Debemos tener presente que lo mágico nos envuelve, nos arropa, aunque no evita el dolor ni las cicatrices, más bien nos permite ponerle color a la vida, diluir los grisáceos y encontrar siempre una razón para seguir, para sonreír, para soñar, para compartir.
Mientras escribo, me detengo a reflexionar sobre mis sueños e ilusiones y pienso que en el algún momento me instalaron un chip de memoria selectiva, que me permite soltar y recordar lo bueno. Creo que ahí radica la magia en mi vida.
P.D. Me acuerdo del día que descubrí a Los Reyes Magos. Ellos no se dieron cuenta que esa noche pude ver la ternura reflejada en sus rostros…