La modernidad va en declive. Instituciones y valores antaño juzgadas firmes o que aparentemente eran eternas como la familia, los partidos, las naciones mismas, pierden credibilidad y solidez, están cambiando o desapareciendo, siendo reemplazadas por regresiones o perversiones efímeras, superficiales, gaseosas.
Más que en una sociedad líquida –como describiera el famoso pensador Zygmunt Bauman–, vivimos ya mas bien (o mal) en una sociedad gaseosa, como la describe el español Alberto Royo, en su reciente libro La Sociedad Gaseosa (Plataforma Editorial, 2017).
Vea las siguientes características con que concreta Royo a la sociedad actual y piense si no son las que nos definen:
¨La inmediatez, la búsqueda de la rentabilidad, la falta de exigencia y autoexigencia, el desprecio de la tradición, la obsesión innovadora, el consumismo, la educación placebo, el arrinconamiento de las humanidades y de la filosofía, la autoayuda, la mediocridad asumida y la ignorancia satisfecha que hacen tambalearse aquello que pensábamos que era más consistente. Todo surge, se propaga, se vende, se compra, se usa tan rápido como se esfuma¨.
En la actualidad, la misma Cultura ha dejado de ser un conjunto consolidado de saberes para rendirse a la fugacidad de las subastas, la frivolidad del pop, la vaporosidad semejante al cambiante estado gaseoso.
Una sociedad neoliberal en la que rige lo vacío, lo intrascendente, lo voluble o trivial. Rige la barbarie y la impunidad de la delincuencia, el cinismo de los que nos gobiernan y de los poderosos. Triunfa el narcisismo exhibicionista y las histéricas opiniones siempre por definición polarizadas. Reina gaseosa la información transformada en posverdad voluble y constantemente contradictoria.
Nos hallamos inmersos en una sociedad infantilizada que presenta un agudo síndrome de zangolotinismo posmoderno. El zangolotino es aquel que se comporta de forma infantil o demuestra tal mentalidad. Adultos que actúan como niños que nunca maduran.
Con la esperanza de que aún se pueden cambiar las cosas, este libro propone una reflexión lúcida, e incómoda tal vez, sobre las variadas y sutiles maneras en que se vuelve gaseoso aquello que más sustancia debería tener: la educación, la cultura, el conocimiento.
Todo esto requiere esfuerzo. El factor crucial es la voluntad. La voluntad de hacer el esfuerzo por educarse, por cultivarse, por conocer lo que es valioso en sí.
En suma, reivindicar la madura cultura del esfuerzo a través de la educación permanente.
(Enero 2019)