"En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales" (sub rosae)
Estamos a pocos días de que Andrés Manuel López Obrador cumpla sus dos primeros meses como Presidente Constitucional de los “Estados Unidos Mexicanos” y el sol sigue saliendo por el mismo lado, los días siguen durando 24 horas y a menos que yo viva en otra realidad nuestro país no se ha convertido en una nueva Venezuela ni mucho menos en un paraíso del primer mundo como muchos vaticinaban y apostaban.
Lo que sí hemos visto muchos mexicanos a lo largo de estos 60 días de un nuevo mandato presidencial, es la eterna resaca de una victoria o lo doloroso de una derrota electoral que cada quien asimila a su modo.
A casi dos meses de que una nueva opción política asumiera la primera magistratura del país, pareciera que en el discurso público aún estamos en campaña, aunque de una manera muy diferente; México ha ido perdiendo los colores para ir tomando el camino de la escala de grises como pocas veces he visto.
Y a qué me refiero con ello: pues a lo polarizado que hoy se torna opinar sobre las políticas públicas, a diferencia de hace seis o doce años, cuando cada quien retomaba su vida cotidiana y se veían alineadas claramente las simpatías políticas de cada quien, unos amarillos, otros rojos, unos de color azul, unos más de verde y otros tanto de rojo.
Cada uno se alineaba un poco hacía su color y esa amalgama de colores matizaba el encuentro en la arena pública, México se vestía de diferencias y cada quien alineaba su atención y manera de opinar de acuerdo a su interés.
Sin embargo, hoy lo que veo es una escala de grises, la polarización de una campaña de 18 años ha cobrado ya sus primeras facturas aún sin darnos cuenta de manera consciente.
México y los mexicanos nos hemos ido pintando sólo en escala de grises: los buenos y los malos, los pobres y los ricos, los chairos y los fifís, los que son “mayoría” y los que son minoría, los ganadores y los perdedores de un proceso electoral, los que están de acuerdo con el progreso de México y aquellos que sólo buscan que le vaya mal al presidente, la esperanza de un nuevo futuro y aquellos que son parte o herederos de la mafia del poder.
Más allá de un debate que matice, nos hemos encaminado al discurso de la polarización, donde sólo existen buenos y malos, no hay más, no hay medias tintas, estás con el gobierno o estás en contra de él.
Las redes sociales así nos lo dicen, cada vez es más marcada la posición de la “oposición”, ya no hay aliados que sean contrapeso, sólo hay dos posturas para la opinión personal, y a cualquiera de las dos, pareciera, hay que alinearnos.
No importan las ideas buenas que han tenido quienes son parte de la nueva administración, siempre hay alguien que no está de acuerdo y las descalifica sin sustento, pero del otro lado los cuestionamientos al gobierno, por muchos argumentos que se tengan, se terminan perdiendo en los alegatos de quienes exaltados por su victoria, gritan a los cuatro vientos que hoy son quienes tienen la mayoría calificada para decidir.
Ya no se trata de si eres rojo, azul o morado, simplemente va del negro al blanco, en escala de grises.
Y aunque a nadie le conviene este tono del discurso, cada vez son más quienes quitan el color tenue a las opiniones a favor o en contra, si hoy el periodismo o los artículos de opinión cuestionan al gobierno, quienes lo hacen se convierten en automático en “chayoteros”; si alguien alaba el gobierno son entonces oficialistas.
Nos hemos ido acostumbrando al hilo de las discusiones sin más sentido que el insulto a quien piensa diferente, a los cuestionamientos “ad hominem”, a las descalificaciones por pensar diferente, son más las líneas que dedicamos a los adjetivos que a las ideas.
A nadie conviene esto, porque no ayuda al gobierno en turno, que parece impulsar este tipo de debate, pensando en que llegó a la presidencia con un nivel sin precedentes de “aceptación popular”, ni mucho menos a quienes desde la oposición, buscan restar el respaldo social a la administración federal.
México requiere periodismo crítico, como ha existido siempre, pero también, quien hable de las buenas noticias y comunique los éxitos gubernamentales, nuestro país requiere una posición fuerte capaz de crear contrapesos con buenas ideas, pero sobre todo una sociedad capaz de analizar, aprobar y disentir de acuerdo a su forma de vida o simpatía política, así con colores, con matices, con esa riqueza que nos da la diversidad.
Nuestra democracia no está para unanimidades, pero mucho menos para un pobre y escaso debate que lejos de enriquecer ideas termine marcando diferencias y alejando amistades y conocidos.
Estamos a tres años de elecciones, y a nadie conviene mantener este nivel de crispación, no podemos apostar al enojo o la ira como un medio para mantener lealtades o generar antipatías.
Son tiempos diferentes, quienes fueron oposición durante años hoy son gobierno, pero quienes fueron gobierno hoy son oposición, y nos toca a todos asumir esa transición.
A nadie conviene que México se vista de gris, cuando como sociedad siempre hemos sabido pintar de colores al país.
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