Es de una gran crueldad la máxima bíblica que afirma que “a quien tiene se le dará aún más y tendrá en abundancia, pero al que ni tiene, se le quitará hasta lo que tenga”.
Por supuesto, es una parábola religiosa que para los fieles significa otra cosa; sin embargo, los diseñadores de políticas económicas la han plagiado y ejecutado al pie de la letra, con otros términos igualmente canónigos: equilibrio fiscal, reducciones del gasto público y reducción de impuestos a los “inversionistas” y, en fin, eso que arbitrariamente se denominó como “neoliberalismo” o “libre mercado”)
De esa manera y siguiendo al apóstol Mateo (4:25), en los últimos 36 años, el crecimiento de la economía no fue más allá del 2 por ciento. Cada sexenio, de los seis de la era neoliberal, no cruzaron esa línea, lo que motivó la lapidaria conclusión del “estancamiento estabilizador”, una especie de condena en la que los ricos se hacen más ricos y los pobres, miserables.
Pues bien, ya sabemos que el Servicio Metereológico Nacional y sus modestos observadores han tenido más aciertos en sus pronósticos que los especialistas, incluidos los del Banco de México y de la Secretaria de Hacienda, y eso que el cambio climático modifica de manera sustancial el paisaje de un momento a otro.
Aunque considerado como “mediocre” ya que en otros tiempos y en otros países el crecimiento rondó y ronda el 6 por ciento, o más, sin embargo ese 2 por ciento sería suficiente para atenuar, no solucionar, las graves carencias sociales y los dramas de muchas familias que, por ejemplo y gracias al neoliberalismo, tuvieron que formarse para ingresar a los comedores populares, estampa de la miseria vergonzante de un país rico, festejada, eso sí, como una hazaña por parte de los creadores, casi un acto misericordioso de la depredación.
Si se pide crecer más en la economía no es tanto por comenzar a atender todo el inventario de rezagos de los más de 56 millones de pobres (cifras, antes del nuevo INEGI del gobierno concluido en diciembre pasado), sino porque ese crecimiento de la economía permitiría fortalecer el agandalle en materia de distribución de la riqueza, sin cuestionamientos de ninguna índole.
Por ejemplo, con todo y ese crecimiento mediocre del 2 por ciento se han consolidado fortunas insultantes, no por la cantidad, sino por la forma en que se han obtenido: evasión de impuestos, aterrizajes en paraísos fiscales o descarada especulación y saqueo, como sucedió con el Fobaproa (hoy IPAB), los rescates carreteros y azucareros, así como venta de firmas bancarias sin ningún pago de impuestos.
No en balde nuestro país está considerado como uno de los “edenes fiscales” si se trata de bonos de deuda y de transacciones financieras, con una tasa cero que permite introducir y sacar dinero sin que los sabuesos hacendados anden husmeando siquiera, menos los “técnicos” de Banxico.
Hay, ni duda cabe, una política fiscal que ha favorecido totalmente la concentración de la riqueza, así como el empobrecimiento paulatino de millones.
Sólo como referencia: a un ciudadano medio se le cobra el 35 de impuesto por trabajar y, además, se le carga religiosamente el 16 por ciento en el consumo. De inmediato, el feliz propietario del 100 por ciento sufrió una infeliz merma de 51 por ciento.
¿Cuánto pagan de impuestos nuestros eximios integrantes del “1 por ciento”, encabezados por 30 familias? Hasta donde se sabe, con la doctrina neoliberal hasta les regresan los pocos impuestos que pagan, por no hablar de evasión mediante esto y las infaltables fundaciones “caritativas”.
Es importante crecer, pero más importante es la forma en cómo se recauda y se distribuye la riqueza.
Que haya más producción de automóviles, de petróleo, de maquila y demás para apantallar con estadísticas de crecimiento es de ingenuos mientras prevalezcan estos esquemas de concentración como premio a las voluntades supuestamente exitosas y dádivas como compensaciones sociales a los espíritus pretendidamente perdedores que apenas tienen.
Lo significativo es que no se ve que los promotores de la cuarta transformación tengan en su agenda modificaciones radicales en la materia fiscal y de economía en general, y hasta la suspensión de grandes proyectos, como el NAIM en Texcoco, han terminado por beneficiar a los de siempre: de Carlos Slim para arriba.