No sé exactamente a quién se le ocurrió utilizar a mediados de 1971 el término ¨atonía¨ para hablar de la desaceleración que sufría la economía mexicana a principios de ese año, pero creo que fue del departamento de economía del mayor banco privado mexicano del que salió el término en una de sus publicaciones. Luego de casi 20 años de registrar un crecimiento económico promedio de 6% anual, se veía con miedo que la tasa de crecimiento del producto interno bruto estuviera creciendo solamente al 3.8 % en 1971 (recordemos que la tasa de crecimiento de la población era de 3.2% en esa época, dejando sólo un crecimiento real per cápita de 0.6%).
En ese año no había recesión, pero la economía mexicana efectivamente se había desacelerado (cómo cambian las cosas, esta vez para peor, pues ahora crecer al 3.8% en 2019 o cualquier año en el sexenio sería un inesperado milagro del esperado Mesías, sobre todo con la reducida tasa de 1.37% estimada para el crecimiento de la población en este año, lo cual daría un destacado crecimiento real per cápita de 2.43%. Imposible bajo las heredadas circunstancias).
El Presidente de México de entonces, de cuyo nombre no quiero ni acordarme, ciertamente heredaba en 1971 una economía que presentaba problemas para continuar con el exitoso modelo conocido como del Desarrollo Estabilizador (1954-1970). Nada falla como el éxito y precisamente el modelo proteccionista adolecía de una gran falla: para seguir creciendo en forma dinámica se necesitaban bienes de capital, es decir, las máquinas que producen máquinas que producen los bienes de consumo y México no producía los suficientes bienes de capital y tenía que importarlos, provocando un creciente déficit comercial (principalmente con Estados Unidos).
Durante el Desarrollo Estabilizador el déficit comercial se pagaba con divisas que México obtenía de su superávit en turismo y en el sector agropecuario, pero hacia finales de la década de los sesenta el gran crecimiento de la población hacía necesario importar alimentos y el ingreso de divisas por turismo empezó a ser insuficiente para compensar el creciente déficit comercial. De esa manera, el nuevo gobierno de Echeverría decidió reducir el gasto publico en inversión, lo que aunado a la acostumbrada pausa sexenal en la inversión privada, hizo que la economía se desacelerara: la famosa atonía de 1971.
El problema fue que al Presidente de entonces le dio pánico y ordenó imprimir billetes para que se recuperara el dinamismo en el crecimiento de la economía (en ese tiempo el Banco de México no tenía autonomía), supliendo con inversión pública el rezago de la privada y elevando el consumo con programas de obras públicas como los caminos rurales que ocupaban campesinos y programas contra la pobreza (cualquier semejanza con la realidad actual es mera coincidencia porque aunque persiste el déficit comercial, el modelo exportador hace que éste ya no sea muy grande y, hasta ahora, que sea fácilmente financiable y los programas contra la pobreza no se están cubriendo con impresión de dinero (el Banco de México tiene autonomía total), sino con ahorros en otras áreas del gasto público a las que se aplica austeridad).
En 1972 el aparato productivo se recuperó y la economía creció 8.2% en ese año y 7.9% en 1973, pero el huevo de la serpiente se había sembrado: la inflación era de 5% en 1971 y 1972 y brincó al 21.3% en 1973 y al 23.7% en 1974. Nuevamente se aplicaron los frenos a la economía pero sólo se pudo bajar la inflación a un 11% en 1975, reduciendo el crecimiento de la economía a una tasa de 5.7%.
Mientras tanto, la franca retracción de la inversión privada nacional (e incluso fuga de capitales) se cubrió con inversión y deuda externa, que fue propiciada porque México empezó a exportar petróleo crudo. Para finales del sexenio, la economía crecía sólo 4% con una inflación de 27%, debido a la gran devaluación del tipo de cambio del peso frente al dólar, eufemísticamente llamada ¨flotación¨(el humor negro nacional decía que el peso se había ahogado). Lo que siguió fue un auge petrolero que al desplomarse los precios llevó a una serie de catástrofes económicas y financieras, hasta la quiebra del país y la búsqueda frustrada una y otra vez, sexenio a sexenio, de un nuevo desarrollo estabilizador.
En breve, porque esta es una larga historia de terrores, errores y omisiones, de la cual no sale el país, las circunstancias han cambiado para bien y para mal. Para bien, la inflación está relativamente bajo control con la política monetaria del Banco de México, pero para mal no propicia el crecimiento económico que sigue estancado, llámesele desaceleración, recesión o nueva ¨atonía¨. Con un crecimiento poblacional anual estimado en 1.37% para estos últimos años, crecer al 2% en realidad no da más de 0.63% de aumento real per cápita. Y si es menos de ese 1.37% en realidad la capacidad económica del país está decreciendo, llámesele como se le llame.
Súmele las buenas cosas como la relativamente baja inflación y las elevadas reservas monetarias del Banco de México (casi 200 mil millones de dólares) que sostienen estable el tipo de cambio del peso al dólar, la transformación hacia una economía abierta y las malas, como los nuevos problemas que han heredado las administraciones anteriores en forma de una enorme deuda pública que limita el crecimiento económico, el elevado desempleo, la economía negra (narcotráfico, criminalidad, corrupción gubernamental, etc), el grado de pobreza y el empobrecimiento de la clase media y la injusta concentración de la riqueza en unos cuantos privilegiados fiscalmente y judicialmente por el sistema y saque usted su balance personal y del país en su conjunto.
Ciertamente, la ¨atonía¨es peligrosa y las recetas que se discuten o sugieren lo pueden ser también, pero la anomia lo es más. El estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales que llamamos anomia, hace referencia a la ausencia de normas o convenciones en una sociedad, o su irrespeto o degradación por un grupo de individuos que se ha instalado en nuestra pseudosociedad neoliberal practicando cotidianamente las reglas no escritas de una cartilla inmoral.
En México, las consecuencias relacionadas con la vieja anomia no son nuevas pero van en aumento, desde la inadaptación a las normas sociales, hasta la transgresión de las leyes y las conductas antisociales, como producto de un conjunto de factores, económicos, políticos, sociales y morales. Sólo contrarrestando estas malas tendencias de la sociedad se podrá lograr revertirlas y encaminar las buenas tendencias que merece la mayoría de la población de nuestro país.