Entre enero y noviembre de 2019, 108 mujeres fueron asesinadas en el Estado de México, de acuerdo con las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
En más de la mitad de los casos los autores materiales de esos crímenes fueron parejas sentimentales, esposos, familiares directos y amigos de las víctimas, lo que demuestra que el lugar más inseguro para las mexiquenses es su propio hogar, su entorno, precisamente aquellos que se supondría deberían estarlas protegiendo.
A pesar de los esfuerzos institucionales que desde hace varios años se llevan a cabo para prevenir y combatir este fenómeno, la violencia en contra de las mexiquenses, lo cierto es que los resultados son mínimos y, si se observa fríamente, la verdad es que la situación, lejos de mejorar, ha ido en retroceso.
Asesinar mujeres se convirtió en los últimos años en una nefasta “moda” sobre la cual se han escrito cientos de páginas en medios impresos, electrónicos y digitales, así como investigaciones con perfil científico que buscan las causas, y que algunas de ellas han sido reveladas, pero de poco o de nada han servido para frenar el fenómeno que es algo sumamente serio en lo que se debe ir más allá de los buenos propósitos gubernamentales.
El grado de marginación, el hacinamiento, la pérdida de valores, el machismo que impera en la educación que se brinda a los hombres desde el círculo familiar son, evidentemente, factores que inciden de manera directa en esta situación; lo malo es que, aunque las causas sean identificadas, ha sido prácticamente imposible detener el problema.
La autoridad no tiene posibilidad de vigilar a cada hombre y mujer del Estado de México para que lo que a veces comienza como un conflicto “normal” de pareja llegue al extremo del enfrentamiento y cobre vidas, la mayoría de las veces de las mujeres implicadas. También resulta sumamente complicado revertir el perfil machista desde lo familiar. Siguen formándose generaciones de hombres que asignan el mismo valor a la vida de un mujer que la de una mosca y a lo que contribuyen las propias mujeres en la mayoría de los casos.
La violencia contra las mujeres no es algo que se pueda controlar y revertir con más policías, a pesar de que las unidades especializadas en el combate de violencia de género aporten algunos resultados incipientes en ese objetivo.
Lo que se requiere es una transformación de fondo, de raíz, desde lo más profundo de los valores familiares, para revertir el proceso que lamentablemente lleva años, décadas, tal vez siglos, en el cual se minimizó el valor de la mujer en el ámbito familiar, laboral, escolar, político.
El inicio de un nuevo año siempre debe ser considerado como una valiosa oportunidad para hacer mejor las cosas, y en este sentido sería el mejor de los propósitos que como sociedad debemos plantearnos para hacer de 2020 el año de la revaloración de la mujer en el más amplio sentido de la palabra.
No podemos permitir un año más de violencia en contra de las mujeres.
#NiUnaMás, salvaguardar la integridad, respetar la vida y evitar que no se pierda ni una más por actos de salvajismo de quienes deberían ser los primeros en protegerlas, es urgente. Todas debemos estar listas desde nuestros núcleos. No permitir agresiones de ninguna naturaleza, o denunciar aquellas que se den es imperativo para lograr libertad. También capacitar a policías y funcionarios de apoyo, entre muchas otras acciones.
Hagamos pues de este nuevo año un que se recuerde por ser el año en que se terminó la violencia en contra de las mujeres; el año en que no haya homicidios dolosos contra ellas, y el año en el que hombres y mujeres recordaron que somos parte de un dúo necesario para una sociedad cada vez más justa y equilibrada.
Que las autoridades hagan la parte que les corresponde, pero nosotros, cada uno, desde el ámbito de lo personal, debemos colaborar con un principio elemental de respeto a la integridad humana, desde el hogar, la familia, el barrio, la colonia, la comunidad que nació para protegernos a nosotros mismos y no para seguirnos destruyendo.