Primavera desquiciada luego de una etapa invernal poco menos que histérica, los presuntos profetas del “último día” cruzan apuestas sobre el destino que le espera a nuestro país, a ciudadanos y gobernantes que, aseguran, será poco menos que fatal, algo así como una pesadilla a 45 grados con partículas suspendidas a discreción en el ambiente, todo con sol a plomo sobre los heroicos cráneos y los sufridos pulmones de millones.
Con ese supuesto olfato dantesco que se ha dejado ver en todos los vecindarios cibernéticos y medios convencionales en las últimas fechas, hasta los decires más prudentes se han contaminado de los peores presagios.
En tiempos de las “fake news”, “pos-verdad” y “hechos alternativos”, toda adivinación, todo augurio, cualquier presentimiento o conjetura intenta ser presentada con el rigor, la veracidad y la objetividad, además de oportunidad, que debe contener cada noticia, cada hecho difundido.
Los deseos y las malquerencias no han ocultado la lluvia de profecías, pronósticos, vaticinios, predicciones, suposiciones y hasta revelaciones, todas envueltas en repentinos especialismos epidemiológicos, matemáticos, amén de económicos y políticos.
Los vecindarios, denominados técnicamente “redes sociales”, en forma inesperada se han inundado de especialistas o seguidores de Pasteur donde lo principal no es ninguna propuesta encaminada a desplazar o modernizar, por ejemplo, la famosa “clasificación Baltimore” (por el Nobel David Baltimore, y su catálogo de virus), sino la oferta de un amplio inventario de escenarios funestos, como para escoger en cuál querría recibir cada cual la respectiva acta de defunción.
¡Júbilo espontáneo entre los mortales (ricos y pobres), el fin de mundo ha llegado! !De súbito, se informa que hemos estado sentados sobre un barril lleno de parásitos y otros bichos peligrosos, con independencia de financieros, casabolseros, extorsionadoras de riesgo y otros!
Pero estos agoreros, igual que el Corsario Beige (de Renato Leduc), han pretendido viajar en fantasmagórico balandro equipados con las “alpargatas impermeables” de rigor y los trajes especiales, tanto para no contagiarse del Covid-19 como para ocultar sus propias plagas (financieras, sobre todo, con la infaltable cuota de corrupción).
Todo ello, claro, sin dejar de enarbolar “la bandera del pendejo” (envueltos en el supuesto ropaje de la decencia y la moralidad) que, según el bardo veracruzano, “es la mejor bandera para navegar” en ciertos casos, pero no soporta la menor provocación metereológica.
Así han estado las cosas desde la mismísima proclama de la “Cuarta Transformación”, toda una bravata por parte de aquellos que se han especializado en sacar de quicio a sus adversarios, en encolerizarlos a cada momento obligándolos a refutar cada acto, cada palabra, cada gesto, cada imagen, cada línea; haga o deshaga, haga o deje de hacer, todo es motivo de los más horrendos paisajes… a futuro, omitiendo el pasado reciente.
Para un breve estudio sobre cómo reanimar o encender cadáveres y espíritus antes sometidos y domesticados, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha tenido siempre la rara habilidad para que sus adversarios y malquerientes monten en cólera y mienten madres, lanzando improperios como programas de gobierno.
Al mandatario se le pueden atribuir todos los pecados, igual a sus contrarios; a ambos se les puede considerar de cualquier manera; todo tienen, menos ser aburridos.
Y eso es de agradecerse en estos tiempos de almas perturbadas, donde los bichos han obligado a permanecer en cuarentena a millones y a otros tantos a desafiar, por necesidad más que por necedad, los más oscuros presagios por parte de modernas casandras vestidas de analistas, comentócratas, especialistas, encuestadoras, columnistas, tuiteros, facebukeros, etc.
Nutrida fauna de humoristas, que incluye el casi bíblico pasaje de: “y revivió de entre los muertos” (con todo y esquela con cargo a la afligida familia), son sin duda necesarios en momentos de forzado “arraigo domiciliario”, como los actuales. Es el principio y todo apunta a que viene lo mejor.