Hoy todo el mundo está desinfectando y lavándose las manos constantemente, atemorizados de tocar al prójimo. Igual que sucede a su personaje, el detective Adrián Monk, en la estupenda serie televisiva estadounidense Monk, en los 125 episodios que se exhibieron entre 2002 y 2009. Un buen empleo del tiempo en estos virulentos días de forzado o voluntario arraigo domiciliario sería ver esta instructiva serie solo o en familia, claro, sana distancia de por medio.
Su protagonista es Adrian Monk, un ex agente de la policía de San Francisco que ahora trabaja como asesor privado de la policía. Monk padece un trastorno obsesivo-compulsivo y un sinnúmero de fobias, especialmente la fobia a los gérmenes, lo que lo lleva a no tocar a nadie ni dejarse tocar y estar constantemente usando toallitas personales y gel antibacteriales para desinfectar cualquier lugar a donde va.
No se diga su propia casa que es el inmaculado castillo de la pureza higiénica. Las cosas fuera de orden lo inquietan y las suciedades lo angustian hasta el grado de no permitirle pensar correctamente hasta que las arregla y las deja impecablemente limpias, al menos las cosas en su limitado campo personal y en el policíaco, pues siempre resuelve sus casos criminales. Su máquina preferida no es un auto, sino la puritana y purificadora aspiradora que utiliza varias veces al día. Lava obsesivamente sus propios platos, !por supuesto con guantes desechables!, pues no confía en la efectividad total de la máquina lavaplatos para eliminar los gérmenes.
El trastorno obsesivo-compulsivo relacional que padece Monk se centra en las relaciones cercanas (románticas, paternales, e individuales), o bien hacia una persona desconocida. Dichas obsesiones pueden llegar a ser extremadamente angustiosas y debilitadoras, creando un impacto negativo en el funcionamiento social del individuo, pero no raya en la demencia ni es propenso a la violencia. De esta manera el cerebro de Monk puede funcionar brillantemente aplicado a resolver los más intrincados casos criminales, con frecuencia descifrando la descuidada anomalía en los hábitos de los delincuentes que no cuadra con su conducta acostumbrada y que revelan su culpabilidad.
Entre tantos episodios de la serie de Monk, hasta donde recuerdo, sólo hay uno en que aparece el problema de un virus, el Ébola, pero sólo narrando el temor que Monk tiene de haberse contagiado. Lo que no sucede en absoluto, porque como dice una reseña, Adrian sería el último en una epidemia en ser contagiado pues por principio siempre guarda una sana distancia y ni siquiera da la mano al saludar. Si no puede evitarlo inmediatamente le solicita una toallita antibacterial a su servicial asistente, quien sufre por la vergonzante conducta de Monk hacia sus más cercanos prójimos o colegas, no se diga de extraños o desconocidos que no comprenden su ¨grosería¨ cuando después de darse la mano se limpia la suya con una toallita antibacterial.
En la película Joker, el payaso Arthur Fleck, cuando se traslada en un autobús cae en un ataque inesperado de risa incontenible causado por alguien y le enseña a esa persona una tarjeta plastificada que lleva siempre consigo en la que se explica el por qué de su risa, la naturaleza de su síndrome, una manera de explicar a quienes le rodean por qué actúa como lo hace. Y también una necesidad, ya que durante sus ataques de risa le es imposible articular ninguna frase para explicarse. Arthur en realidad es un sociópata que se vuelve antisocial, violento, delictivo
Monk, en cambio, es un sociópata meramente asocial, peca de franco (la verdad peca e incomoda) y dice sus verdades aunque a la gente le parezcan inverosímiles y hasta les ofenda. Pero al final siempre tiene razón en su percepción. Monk encarna así la frase de George Orwell probablemente más recordada: Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír.
La mayor ¨anomalía¨ del detective estadounidense obsesivo compulsivo Monk es que no comparte el amor loco de sus compatriotas por los autos, no sabe siquiera manejar a pesar de que su padre era un camionero que casi nunca estaba en casa y un día ya de plano ni regresó a la paz del hogar, prefiriendo andar en el camino. Monk se rebela contra la moderna alma mecánica que caracteriza a los estadounidenses siempre dispuestos al viaje real o al viaje sin regreso de las drogas.
Qué difíciles se han vuelto las relaciones humanas en esta época. Y qué razón tenía Nietzsche cuando advertía él que había que amar al lejano, al amigo distante y no nada más al prójimo, como enseña el cristianismo (aunque la parábola del buen samaritano va más allá y enseña a amar hasta al extraño, lo cual poco se pone en práctica en el cristianismo ¨real¨ actual infectado de odio al otro, sobre todo al migrante, salvo honrosas excepciones).
En fin, todos estos días del virulento encierro, mientras vuelvo a ver la serie de Monk para cooperar al distanciamiento social, cuando veo noticias sobre el brote del Coronavirus, todo lo que puedo imaginar es a Adrian diciendo: "¿de quién se están burlando ahora? ¿Quién tuvo razón? Lávense las manos. Pásenme una toallita, aunque sólo sea 99.99 por ciento efectiva contra las bacterias y no me sirva para el Coronavirus. ¿Cuándo inventarán una vacuna, o mejor, una toallita 100 por ciento antivirus?¨.
Abril 2020