Llegó aguantando todo tipo de metralla. En su terquedad, obcecación, necedad y perseverancia -palabras que usa pare describirse- construyó ese barco que lo llevó a la presidencia, pero ya estando ahí, no supo, no sabe, para que arribó a ese puerto.
Su guerra contra todo, contra todos, le hicieron olvidar que pasamos por la peor de las crisis, le de nuestra permanencia o no en el planeta, en este México querido, hoy sin timón ni timonel, ayer, saqueado por hordas de ladrones.
Su necedad, su terquedad de culpar al pasado de lo que hoy sigue sucediendo, y su perseverancia para hacerse del cargo de mayor honor y responsabilidad, no le dieron prudencia ni sensatez. No aprendió de la guerra más que hacer la guerra.
Y su obstinación, que tiende ya a la locura, le hicieron decir que la pandemia del Coronavirus nos vino como “anillo al dedo” para afianzar su propósito de transformación, de acabar con la corrupción y de hacer justicia.
No hay líder, no hay programa, no hay estrategia, no hay talento, no hay preparación, no hay equipo, no hay horizonte, no hay vergüenza, no hay… no hay… no hay.
Sí hay, un grupo de colaboradores inexpertos y extraviados en la administración pública, en su mayoría de la tercera edad, que no atan ni desatan ni hilan como tampoco él, frases sólidas que nos den certidumbre y certeza.
Salvo Marcelo Ebrard Casaubón, que se devora a todos, los demás son simples figuras decorativas, como la de Olga Sánchez Cordero, mini secretaria de Gobernación, a quien vimos el lunes como un bulto o maniquí en la conferencia de la noche, escuchando como los reporteros ahí presentes, la información que dieron del Civid19.
Vamos, el mismo encargado de la salud, Jorge Carlos Alcocer Varela, que ni leyendo podía ir de corridito y con coherencia, pudo darnos tranquilidad porque no sabe ni lo que dice. Está en ese cargo por la amistad con López Obrador, no por su gran capacidad o conocimiento para dirigir los temas de salud de los mexicanos; a él su subsecretario Hugo López-Gatell, le da diez y las malas.
Y si sus colaboradores no son esos ciudadanos que deberían disfrutar de sus nietos y con una pensión, son jóvenes novatos en esto de la política y de la administración pública.
Mal y de malas va nuestro necio y obcecado presidente, que cree que su terquedad es virtud.
No lleva ni la mitad de su gobierno y ya nos dejó en mucho peor condición de la que nos obsequió el frívolo expresidente Enrique Nieto. Aunado a su torpeza y falta de pericia política, nos dice que morirnos por el letal virus nos cayó como anillo al dedo para llevar a su Cuarta Transformación al éxito.
Eso indigna, lastima, ofende, denigra, genera rabia, impotencia, desesperación, repudio, rechazo, y por supuesto, deseos de cambio, sí, de cambio pero de capitán para un barco tan grande, tan generoso, tan noble, tan rico como lo es México.
Como vamos, esos pobres que dice defender, proteger y procurar, también le van a voltear la espalda porque lo que les ofrece son sólo paliativos, no soluciones a su condición de abandono, de marginación, de olvido.
Grande le quedó la Banda Presidencial, grande la Silla del Águila, más grande un Palacio con historia de éxitos y fracasos, de sangre y victorias.
Él, López Obrador, que cegado por sus defectos convertidos en virtudes va de ocurrencia en ocurrencia dilapidando la más alta responsabilidad que cualquier ciudadano quisiera tener, camina haciendo piruetas y cabriolas, y en su incierto andar, va convirtiendo a nuestra nación en el hazme reír frente al mundo.
Pero él, convencido de que la mano de Dios lo tocó y lo protege de todo mal, afirma y afirmará que vamos “requetebién”.
No ve qué hay crisis económica; no ve que el dólar pisotea al peso, no ve que el precio de nuestro petróleo se derrumbó, no ve tampoco que los muertos por la delincuencia crecen; no ve que la pandemia es lo peor que nos pudo pasar, para él, el omnipresente Zéus mexicano, es la mejor oportunidad para acabar con la corrupción.
Qué tipo. Qué vergüenza.
Pobre México.
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