La anunciada ”vuelta a la normalidad” cuando el semáforo está más ardiente; el gradual retorno a las actividades cuando los crematorios están rebosantes de cadáveres y los hospitales apenas se dan abasto y, en suma, “volver” cuando la curva se asemeja más al Everest que a la meseta de Los Apalaches o a la Gran Llanura del Golfo, significa, en efecto, que estamos de vuelta a la “anormalidad”.
Todo al revés, para tranquilidad de la realidad, la cual ciertamente no se intranquilizó demasiado durante los 69 días de la Jornada de la Sana Distancia (que concluyó ayer con el recuento de 9,779 muertos y 87 mil 512 casos). Como prueba, el hecho de que muchos ciudadanos se dieron vuelo organizado fiestas a todo ruido y peleas de gallos clandestinas, producto de mensajes confusos y hasta encontrados en las esferas oficiales para abordar la emergencia sanitaria, reforzados por “fake news” y “conspiraciones” demenciales.
Si en los sectores menos informados o presas fáciles de propaganda disparatada se manifestó el rostro de la imaginación bárbara, cubiertos por un sentimiento de incontaminación y sin ningún exceso que inquiete demasiado, entre los aficionados a la perfidia y a la propaganda política de baja calaña se han dado forma a capítulos no menos delirantes. Esto es, sin duda, “normal”.
Destacan los que han puesto histéricos a los llamados “conservadores” que alucinan con revoluciones armadas y fantasmas comunistas en nuestro país, todo a partir de un supuesto “análisis” de las acciones del gobierno de la autodenominada “Cuarta Transformación”.
Tal vez como consecuencia del confinamiento por la pandemia y a la notable cuarentena de ideas a la que han estado sometidos durante casi cuatro décadas de dogma neoliberal, los defensores del “status quo” (y por tanto conservadores) ven emerger al espectro del “Doctor Terror Rojo” y sus hirsutas barbas (Marx) recorriendo la geografía nacional.
El fantasma de Canterville generaría mejores pesadillas en vez de sentimientos de consuelo, pero todo sea por no afectar riquezas de origen sospechoso ni intereses, como el freno del NAIM en Texcoco y los contratos para la explotación de petróleo y la generación de electricidad, joyas de la corona de las “reformas estructurales” que fueron impulsadas en los cinco sexenios de adicción neoliberal.
Todo ello son, dicen, los síntomas de una dictadura que va a acabar con el paraíso edificado en los últimos 40 años. Todo es terror, todo está amenazado en torno de la paradisiaca vida privada. Cualquier cosa es causa de perturbación. Los profetas ya nos condenaron y con eso tenemos que habérnoslas, porque además no seguir su evangelio es la peor blasfemia:
“El Presidente es un terco por no recurrir al endeudamiento y así enfrentar la pandemia”, se ha dicho hasta el insulto, sin preguntar a los proponentes o investigar si éstos no tienen nada qué ver con los “inversionistas” que apostaron en la economía casinera mediante el “apalancamiento” (préstamos bancarios) y volvieron a perder en la nueva crisis financiera actual.
Es “normal”: infectados por ese virus religioso llamado “capitalismo salvaje”, “su estado de derecho” supone que “papá gobierno” sólo debe servir para rescatar a timadores, especuladores y montar uno que otro guardia en los aeropuertos y campos de golf. Por eso nadie intelectualmente independiente, el conservadurismo menos, se ha molestado en insinuar siquiera el endeudamiento de los “inversionistas”, esto a pesar de informes de organismos internacionales en ese sentido.
Corregir una gran cantidad de “normalidades” conservadoras no supone el regreso de “papá gobierno” a las riendas de la economía productiva ni de la economía financiera. Ni como farsa, ni como tragedia ni como “anormalidad” cabe, sugeriría el propio fantasma que tanto atormenta a los conservadores.
La historia ha demostrado que el gobierno siempre ha sido un mal empresario y un peor patrón, además de un derrochador contumaz, y mal harían los dirigentes representantes de la llamada “4T” en treparse a esa carroza funeraria con los esqueletos de viejos engendros, como mal harían si sólo se realizan cambios cosméticos a la que siguen empujando los siempre timoratos “conservadores”.